VIVIR Y MORIR EN LOS MUELLES
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Hace solo unos días se cumplieron setenta años del estreno de Nido de ratas, una de las películas emblemáticas del Hollywood más prestigioso de los cincuenta. También uno de los primeros films que supo establecer líneas de conexión con movimientos cinematográficos de la época, como el neorrealismo italiano. Y que en buena medida se mantiene vigente, a pesar de algunos ruidos que surgen más que nada desde la construcción de su discurso ideológico.
Buena parte de la respuesta para esos logros están en el director Elia Kazan, al que muchos solo recuerdan por ser un soplón durante la caza de brujas emprendida contra cualquier sospechoso de ser comunista, pero que también fue un realizador que ayudó a moldear una época. Quizás en parte por sus orígenes: nacido en territorio actualmente turco, pero de familia griega, fue parte de una ola migratoria que lo llevó eventualmente a Nueva York. Allí se formó como integrante de una clase trabajadora e inmigrante, pero también próspera y con aspiraciones intelectuales, que le permitieron luego desarrollar una prolífica carrera teatral, literaria y cinematográfica. Esa interacción con múltiples fuentes disciplinarias es lo que posiblemente le permitió entender la coyuntura de los sistemas de producción y buscar un cruce entre el artificio y el realismo. Por eso Nido de ratas es una película muy representativa del star-system, con un elenco integrado por figuras como Marlon Brandon, Eva Marie Saint, Karl Malden y Lee J. Cobb, que sin embargo aparecían integrados al paisaje en que tenía lugar el relato.
Ese paisaje era el de los muelles de Nueva Jersey, donde los sindicatos eran dominados por la mafia. Y el de los trabajadores portuarios, quizás de las máximas representaciones de esa clase laburante con la que Kazan tenía más de un vínculo a pesar de sus estudios en Yale. En ese contexto duro y desafiante, donde el frío puede palparse, es que tiene lugar la historia de Terry Malloy (Brando), un ex boxeador que trabaja para Johnny Friendly (Cobb), un jefe mafioso para el que ha cometido o encubierto unos cuantas cosas terribles. Entre ellas el asesinato de un joven, hecho con el que arranca el film y que representa un punto de quiebre para Malloy, llevándolo, progresivamente, a una transformación moral y a contarle a la justicia todo lo que sabe. No es difícil ver en Malloy un poco de Kazan, que solo un par de años antes había delatado a algunos colegas comunistas; a Friendly como una representación de los vicios, corrupción y peligros que venían con las ideas “rojas”; y al Padre Barry (Malden), el cura de la zona, y Edie Doyle (Saint), la hermana del joven asesinado e interés romántico de Malloy, como encarnaciones de esa América honesta e idealista a la que Kazan (y buena parte de Hollywood) aspiraba y se aferraba. Lo personal e íntimo, indudablemente, se entrelazaban con lo general y político.
Pero Kazan conseguía darle un carácter más universal a lo que contaba a partir de su atención al entorno, a ese mundo portuario con sus códigos, dinámicas y ritos particulares, que condicionaban al protagonista. A eso, y al drama interior de Malloy, que va tomando consciencia de la degradación afectiva y moral que implicaban sus acciones del pasado. Todo con el acompañamiento de una magnífica fotografía en blanco y negro a cargo de Boris Kaufman; una banda sonora muy expresiva compuesta por Leonard Bernstein; y actuaciones intensas, pero no desbordadas (o solo en los momentos necesarios). Eso que es lo que termina imponiéndose a algunos pasajes donde se subraya en exceso la tesis de la película. La secuencia final de Nido de ratas, esa larga caminata de Malloy, tambaleante por una golpiza casi mortal de Friendly y sus secuaces, pero llegado a duras penas al dock, es ejemplificadora de lo que el film quiere decir. Cuando las instituciones funcionan (no por delación, sino por revelación) aunque sea mínimamente y el marco cultural acompaña, el mundo no es de los corruptos, sino de los trabajadores. Quizás ese era el idealismo que perseguía Kazan, aunque sus elecciones lo hayan puesto en el lugar de simple buchón.
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