
Por Patricio Beltrami
NdR: Este artículo contiene spoilers.
Por distintas razones, esta semana resonó en mi cabeza buena parte de la banda sonora de la adolescencia (NdR: pido disculpas por el exceso de autorreferencia). Para situar al lector, aquello que sonaba a comienzos y mediados de la década del 2000, con el eco del rock nacional de los noventa. Con la crisis todavía a cuestas, interpretábamos varias emblemáticas canciones que ya se habían convertido en himnos de una época en la que las instituciones se veían con rechazo. Ya no sos igual de 2 Minutos, por ejemplo, critica a la policía y a la represión ejercida desde el Estado a través de la figura de Carlos, el amigo que dejó de serlo porque se vendió a la Federal. Por entonces, los pibes ya no reconocían a Carlos mientras que, salvando las distancias, ahora nos cuesta reconocer qué hicieron con Megamente.
Después de años de espera, a mediados de 2023 se anunció que Megamente tendría una secuela. Sin embargo, con el paso de los meses lo que parecía ser una buena noticia terminó perdiendo cualquier ápice de expectativa. En primera instancia, la ausencia del director Tom McGrath, responsable de la trilogía Madagascar, configuraba una pérdida sensible para la franquicia. No obstante, las esperanzas sobre el proyecto se desplomaron al revelarse que tampoco regresarían los intérpretes que le habían dado voz y vida a Megamente (Will Ferrell, Brad Pitt, Tina Fey, Jonah Hill y David Cross). Igualmente, lo peor no había llegado.
Megamind vs. The Doom Syndicate no es una secuela, sino que se trata de una excusa: la devaluación de una franquicia que ha perdido el alma. En el relanzamiento, los responsables indicaron que el largometraje es meramente un prólogo, una especie de piloto extendido para el verdadero objetivo de la sociedad entre DreamWorks y Peacock: lanzar la serie Megamind Rules! De hecho, el único vínculo con la película de 2010 es una cuestionable referencia temporal, ya que la historia trascurre dos días después de que Megamente haya salvado a Metro Ciudad. A raíz de ello, hay ciertas resoluciones extrañas: no hay menciones sobre Metro Man, ni siquiera en los momentos más críticos de la historia; la relación romántica entre Megamente y Roxanne Ritchi mágicamente desaparece, por lo que vuelven a ser amigos que se gustan; o la introducción en el equipo de Keiko, una adolescente fanática del superhéroe que maneja sus cuentas en redes sociales (¿en sólo dos días hubo un salto tecnológico de catorce años?).
Ya no sos igual, diría 2 Minutos. ¿En qué te han convertido, Megamente?, diría un ex presidente. Quizás lo menos nocivo de esta nueva etapa de la franquicia sea la calidad de la animación. No sólo no se han conservado las texturas, colores o los diseños de 2010, sino que el producto se asemeja en calidad a cualquier serie infantil animada por computadora hecha para televisión. Más allá de este descalabro estético, la devaluación de Megamente en lo narrativo resulta alarmante. De la noche a la mañana, el protagonista es bueno y su único conflicto pasa por no defraudar a sus ex amigos villanos. A su vez, Roxanne descubre súbitamente un conflicto existencial que la lleva a cuestionar su trabajo como periodista (nada queda de la parodia de la damisela en peligro en una vieja relectura de Lois Lane). En tanto, los cuatro villanos son pura superficie, una burla en sí misma que carece de la autoconsciencia que había caracterizados a esta propuesta.
Y si bien Megamind vs. The Doom Syndicate es una comedia, el humor funciona poco y nada. En ese sentido, las intervenciones de los miembros del Sindicato del Mal, entre lo inocente, la parodia y el absurdo, representan los mejores pasajes cómicos de la historia. Más allá de eso, poco o nada funciona en un relato flojo, diseñado sólo como un engranaje de la propuesta para televisión. Ya no sos igual, Megamente. Te vendieron al cable, sos otra cosa. Nada queda del torpe villano devenido en superhéroe copado a fuerza de errores y fracasos. Y por haber arruinado una gran franquicia de animación, a DreamWorks y a Peacock le cantamos “Sos buchón, sos buchón…” con la emoción violenta propia de un adolescente indignado.
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