
Título original: Jim Henson: Idea Man
Origen: EE.UU.
Dirección: Ron Howard
Guión: Mark Monroe
Testimonios: Jim Henson, Frank Oz, Lisa Henson, Heather Henson, Brian Henson, Cheryl Henson, Fran Brill, Alex Rockwell, Bonnie Erickson, Rita Moreno, Jennifer Connelly
Fotografía: Vanja Cernjul, John Chater, Igor Martinovic, Jenni Morello
Montaje: Paul Crowder, Sierra Neal
Música: David Fleming
Duración: 118 minutos
Año: 2024
Plataforma: Disney+
7 puntos
EL HOMBRE QUE ENCONTRÓ LA CONEXIÓN DEL ARCOÍRIS
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Why are there so many songs about rainbows and what’s on the other side?
Rainbows are visions, but only illusions, and rainbows have nothing to hide
So we’ve been told and some chose to believe it
I know they’re wrong wait and see
Someday we’ll find it, the rainbow connection
The lovers, the dreamers and me
(Rainbow connection, de Llegan los Muppets)
Se puede decir, sin temor a que nadie se ofenda, que Jim Henson: el hombre y las ideas no es un gran documental, en el sentido de que no ofrece elementos narrativos y formales lo suficientemente innovadores como para sacudir el espectro del género al que pertenece. Quizás tenga que ver con que su realizador, Ron Howard, no es precisamente un artista con un imaginario potente: de hecho, suele ser alguien muy dependiente del material con el que trabaja y que rara vez -acá no es la excepción- le escapa a lo apenas correcto o predecible. Pero tampoco es menos cierto que el film no necesita hacer demasiados esfuerzos para atrapar al espectador: es que Jim Henson no solo es una figura fundamental para entender la televisión, el cine y el arte en general de los últimos cincuenta años, sino también un personaje con un recorrido apasionante, que además marcó a fuego a quienes lo rodearon.
Henson fue el creador de Los Muppets, esas criaturas tan reales como irreales, mágicas y palpables a la vez, indudablemente vitales e indestructibles, que han marcado y marcan a generaciones enteras. Y también codirigió junto a Frank Oz El cristal encantado y dirigió Laberinto, dos clásicos malditos de los ochenta, incomprendidos en el momento de sus lanzamientos y venerados en la posteridad. Pero en verdad fue también un creador permanente, alguien que pensaba la televisión, el cine y otras disciplinas de forma constantemente innovadora, buscando siempre aportar algo nuevo. Su personalidad era un contraste en sí mismo en muchos aspectos: era tímido pero tenía una imaginación voraz; desplegaba a través de sus creaciones un humor que no temía ir contra la corriente, aunque en su vida familiar demostró ser bastante conservador; tenía un aspecto frágil, aunque siempre se mostraba activo y vital; no quería quedarse atado a un solo proyecto, aunque entendía que para todo se necesitaba dinero, propiedades y estructura; y no paraba nunca, hasta que la muerte lo detuvo súbitamente. Jim Henson: el hombre y las ideas no busca ser como este artista irrepetible, aunque en unos cuantos pasajes se deja llevar por algo de esa personalidad, con un montaje por momentos frenético, que intenta dialogar con su mentalidad, lo cual funciona de manera óptima, aunque no siempre de forma consistente.
El film de Howard, más allá de las secuencias donde busca que la edición transmita dinamismo y la estructuración visual se convierta en un estallido de colores -aprovechando frecuentemente fragmentos de la propia obra de Henson, que solía bordear lo experimental-, no pretende ser más que un recorrido cronológico de la figura en la que se centra. Esa es su principal debilidad, pero también fortaleza: el recorrido es previsible, pero el material de archivo -que también incluye momentos detrás de escena, imágenes íntimas y entrevistas en distintos medios- es enriquecedor, a partir de cómo revela a un ser humano único, que planificaba todo y al mismo tiempo abrazaba el caos, porque su objetivo constante era el futuro, en todo sentido posible.
Quizás la otra gran fortaleza de Jim Jenson: el hombre y las ideas está en algunos testimonios que rozan lo conmovedor, incluso cuando muestran las ambigüedades y contradicciones de Henson. No solo de los hijos -todos finalmente herederos artísticos del padre, desde diferentes oficios y profesiones-, sino especialmente de Frank Oz, quizás su gran coequiper y amigo, alguien capaz de complementarse -artística y afectivamente- con Henson como nadie. Hay, por ejemplo, un momento donde le preguntan qué le diría si lo volviera a ver y Oz, luego de intentar un chiste, contesta “supongo que solo le agradecería”, y es difícil no soltar una lágrima. Desde ahí es donde la película nos termina de acercar un poquito más a ese hombre que, como la Rana René, nunca creyó que los arcoíris fueran simplemente ilusiones. Y que, buscando y buscando, sin temor a equivocarse, nos terminó entregando la conexión del arcoíris, esa puerta a mundos extraordinarios e inolvidables.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente: