Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La primera adaptación cinematográfica de Escalofríos, la serie de libros escrita por R. L. Stine, estaba bastante bien: el relato encontraba una forma ingeniosa de apropiarse del material original, convirtiéndose progresivamente en una meta-narración y desde ahí constituyéndose en una divertida reflexión sobre el poder “real” de los cuentos. Pero, además, tenía personajes atractivos, que conseguían que nos importaran sus conflictos y a un Jack Black perfecto como Stine. Lamentablemente, la segunda parte era un desastre, una película sin gracia y sin una mínima idea ingeniosa. Y ahora tenemos esta versión televisiva, que cuenta con Rob Letterman (director del primer film) y Nicholas Stoller (realizador de excelentes comedias como Cómo sobrevivir a mi novia, Eternamente comprometidos y Buenos vecinos) como creadores, coguionistas y coproductores. Las expectativas, inevitablemente, eran altas, y hay que decir que la serie le pone bastante energía para satisfacerlas, incluso cuando eso implica también subvertirlas un poco. Es que, un poco contra lo esperado, la premisa busca apartarse del tono de comedia fantástica, para adentrarse con decisión en territorios vinculados con el suspenso y hasta el terror. La historia está situada en un pequeño pueblo donde un grupo de jóvenes de una escuela secundaria comienzan a afrontar sucesos sobrenaturales que alteran por completo sus existencias. Luego, se irán dando cuenta que esos eventos los conectan entre sí y, particularmente, con el pasado de sus padres, que es mucho más complejo y oscuro de lo aparente. Al mismo tiempo, un profesor recién llegado y que heredó una misteriosa mansión donde ocurrió una tragedia (Justin Long) es poseído por una entidad que está detrás de todos los demás acontecimientos. Si la trama tiene su complejidad estructural, los primeros capítulos se proponen casi como narraciones compartimentadas, que paulatinamente van revelando los lazos que las unen con bastante inteligencia. Y, aunque no sea el tono dominante, hay una utilización astuta y pertinente del humor negro, que se emparenta no solo con el material original de Stine, sino también con otros exponentes del género de horror, como la saga de Pesadilla. Pero lo cierto es que Escalofríos: la serie encuentra su mayor fortaleza al apoyarse en un conjunto de personajes simples y a la vez atractivos en su diseño, que nos recuerdan un poco a los grupos protagónicos de algunas novelas de Stephen King. Esa solidez dramática y de puesta en escena, aún con sus vaivenes, le permite mantener una notoria consistencia a lo largo de los primeros ocho episodios, que parecen llegar a una culminación lógica y satisfactoria, a pesar de algunos giros un tanto forzados. Sin embargo, los últimos dos capítulos de la temporada introducen una vuelta de tuerca adicional, que lleva a un estiramiento un tanto innecesario de los eventos y que parecen imponerse por la necesidad de dejar planteados algunos elementos de cara a una posible segunda temporada. Y es una pena, porque la reapertura de los conflictos no luce del todo acertada, ya que no se crea la expectativa suficiente con respecto a lo que puede llegar a traer la nueva entrega. Es más, teniendo en cuenta el material de origen en el que se basa la serie (más de sesenta libros), lucía más adecuado una estructura más cercana a lo antológico, con relatos conclusivos en cada temporada y separados entre sí. Igual, sería un tanto injusto olvidar que, por más que no llega a un cierre del todo apropiado, en buena parte de su primera temporada, Escalofríos: la serie se muestra entretenida y perspicaz, con una correcta lectura (y relectura) de diversas herramientas estéticas y genéricas.
-Los diez episodios de Escalofríos están disponibles en Disney+. Todavía no fue confirmada una segunda temporada.
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