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24 líneas por segundo: El oso, elogio del mundo del laburo

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

La segunda temporada de El oso, la serie que aquí se puede ver por la plataforma Star+, es una maravilla (ya lo dijo Emiliano Attadia en este texto). No sólo porque mantiene el nivel interpretativo, de guión y de puesta en escena de la anterior, sino porque logra la tarea nada sencilla de encontrar justificaciones a la prolongación de la historia: Hay un acercamiento a los personajes, se deja un poco atrás la intensidad de lado a favor de una búsqueda constante del rasgo que vuelve definitivo a cada uno, por más que eso pueda ser contrario a la búsqueda de misantropía y cinismo tan propia del espectador actual (para eso tienen el asfixiante episodio 6). Hay dos episodios, por ejemplo, el de Marcus en Copenhague (el 4) y el de Richie en el restaurante donde Carmy lo manda a encontrar su lugar en el mundo (el 7), que son la comprobación definitiva del éxito de la serie y de esa diferenciación que ejercita con músculo de melodrama ajustadísimo y personal. Que me encuentre entre lágrimas viendo cómo un grupo de personajes padece la explosión o no de un globo puesto en una cañería de gas habla a las claras de que el objetivo fue alcanzado: Estos personajes conectan con nuestra experiencia, logran ese ida y vuelta que sólo alcanzan algunas series. Pero hay un detalle que quiero resaltar y que tiene que ver con la forma en que esta comedia dramática creada por Christopher Storer registra el universo del trabajo en este preciso momento de la historia del mundo. Justo cuando la humanidad parece abrazar con sobredosis de anestesia (y más después de la pandemia) la impersonalidad del trabajo desde la casa (ay home office dicen por ahí, ay), esa deshumanización en la que somos parte de un colectivo que en verdad es una suma de individuos que abrazan lo virtual por su incapacidad para conectar con otros seres humanos, El oso nos viene a revalidar la experiencia colectiva, la del grupo, la de las personas que se reúnen por un objetivo común en un espacio y momento concreto. Claro que es difícil, claro que tiene sus bemoles, claro que hay días en que todos se quieren matar, pero la serie se empecina (como a veces deben ser defendidas algunas cosas) en demostrar que ese camino es posible y vital. Y otra cosa: Cuando el cine y las series nos muestran que siempre las personas que trabajan son despreciables, que abandonan a sus parejas y a sus hijos no les leen cuentos cuando se van a dormir (vamos gente, a cuántos de ustedes les leyeron cuentos cuando se fueron a dormir) o no van al partido de béisbol porque están en la oficina, El oso dice que el laburo está bueno, que cuando se encuentra la pasión es una experiencia gratificante y que nos define; que somos eso que hacemos, mal, bien o regular; que sólo mejoramos cuando conocemos otras personas que nos ponen contra las cuerdas, nos hacen ver el error y luchamos horrores para intentar corregirlos. O no. Y sabe y conoce y entiende de los vínculos más allá del lugar de trabajo, de la vida ahí afuera, de la familia, no es tonta ni cínica. Pero de la experiencia de todos con eso que hacen se nutre esta serie hermosa que no se parece a nada en el mundo.


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