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El Oso – Temporada 2

Por Emiliano Attadia

(@emilianoattadia)

Las segundas temporadas tienen preestablecido un axioma cultural: no va a estar a la altura de la entrega anterior. Sin embargo, volvió El Oso para romper esa lógica, en un regreso algo tardío en nuestra región, ya que en Estados Unidos se habían estrenado los diez capítulos hace dos meses. Su creador, Christopher Storer, que oficia en la mayoría de los episodios de director y de guionista, destruyó el techo de calidad (auto)impuesto y logró una casi perfección en cuestiones de narrativa audiovisual y drama clásico. Para hacer un breve repaso, la entrega anterior termina cuando el chef del “The Original Beef” en la ciudad de Chicago, Carmen ‘Carmy’ Berzatto (Jeremy Allen White, ganador del Globo de Oro y nominado para el pospuesto Emmy) y sus empleados, encuentran una gran cantidad de dinero escondida por su hermano Michael (Jon Bernthal) antes de su suicidio. Con esa esperanza capitalista, emprenden un nuevo proyecto: tirar abajo todo lo viejo y construir un nuevo restaurante a la medida de Carmy, más sofisticado, con platos más ambiciosos y con mayor preparación gastronómica por parte de su personal. Claro está que van a necesitar más dinero (mucho), que les será provisto por su tío adoptivo, el carismático y mafioso Jimmy “Cicero” (interpretado por el genial Oliver Platt). Con la premisa de que, si no devuelven lo adeudado en 18 meses, el prestamista se queda con la propiedad, toda la tropa realiza trabajos de remodelación a contrarreloj para llegar listos a la reapertura lo antes posible. Por otro lado, durante estos largos meses se abren otras líneas narrativas. Sydney (la ascendente Ayo Edebiri) deja de ser la segunda a cargo y pasa a tener un rol preponderante en la nueva estructura empresarial, siendo gran parte responsable de las decisiones. A su vez, debe lidiar con la idea de estar a la altura de las circunstancias, teniendo en cuenta el colapso que sufrió meses antes en el restaurante. Además, está Richie (Ebon Moss-Bachrach), el mejor amigo de Michael y el lado más frenético y poco formal del negocio, que lo vamos a ver como un padre cariñoso y amante de la música de Taylor Swift en un episodio “suelto”, lejos de ser de relleno, donde tiene un breve y gran momento con una chef experimentada interpretada por Olivia Colman. Natalie (Abby Elliott), la hermana de Carmy, tiene un papel mayor en la serie, con más apariciones, y en el negocio, donde trata de que los números cierren y que haya la menor cantidad de conflictos posibles. La actuación de Allen White merece, nuevamente, un apartado especial. Como una continuación no canónica de su papel en la versión americana de Shameless, expresa con mucha naturalidad la frustración generada por esta industria cruel que es la gastronomía, y la soledad de su propia vida. Más allá del intento constante de salir adelante, con pensamientos positivos y la filosofía de vivir el presente, lo rodea ese clima angustiante de que todo se va a pudrir en algún momento. Como un freno momentáneo a esa situación, aparece, de forma un tanto desprolija teniendo en cuenta una estructura tan perfecta que posee la misma serie, Claire (Molly Gordon), una antigua vecina y compañera de colegio, que va a tener una relación amorosa con Carmy. Este concepto de lo familiar, una lógica de la misma serie, tiene su momento más extremo en el famoso capítulo seis, con la participación de grandes actores y actrices como Bob Odenkirk, Sarah Paulson y la eterna Jamie Lee Curtis, como parientes distantes que generan una ultra tensionada cena navideña algunos años atrás, que nos va a permitir entender el porqué de varios sucesos posteriores y la psiquis de algunos personajes, como Michael. La adrenalina que producen las escenas cortas y rápidas se combinan a la perfección con la excelente y variada banda de sonido. Desde Strange Currencies, de la extinta R.E.M., como un claro leitmotiv, pasando por Pixies, The Smashing Pumpkins, Pearl Jam, David Byrne, The Replacements y un largo etcétera de apuestas a una música anacrónica. Todo esto produce una montaña rusa de sensaciones (angustia, felicidad, incertidumbre) para llegar a un gran cierre de temporada. “Cada segundo cuenta” es la frase de cabecera de esta segunda parte; un mantra que no solo se verifica en la trama, sino en realizar una entrega mucho ambiciosa que la anterior, con la necesidad de querer más para los espectadores de estos entrañables y complejos personajes, llenos de dudas, autodestructivos y con la esperanza de algún día poder llegar, por lo menos, a la calma en una industria que es todo lo contrario.


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