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La noche del demonio: La puerta roja

Título original: Insidious: The Red Door
Origen: EE.UU. / Canadá
Dirección: Patrick Wilson
Guión: Leigh Whannell, Scott Teems
Intérpretes: Ty Simpkins, Patrick Wilson, Rose Byrne, Sinclair Daniel, Hiam Abbass, Andrew Astor, Juliana Davies, Steve Coulter, Peter Dager, Justin Sturgis, Joseph Bishara, David Call, Stephen Gray
Fotografía: Autumn Eakin
Montaje: Michel Aller, Derek Ambrosi
Música: Joseph Bishara
Duración: 107 minutos
Año: 2023


5 puntos


PADRES E HIJOS EN EL MÁS ALLÁ

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

La noche del demonio (2010) significó para James Wan el inicio de un camino autoral, que se consolidaría con El conjuro (2013); una concepción del género marcada por la convivencia entre el clasicismo y el riesgo, con un aparato de influencias utilizado no tanto como homenaje, sino como base para generar algo nuevo. Y si no nuevo, al menos distinto, en una época donde predominaban las remakes de títulos clásicos, y el infame “terror elevado” aún no había concretado su forma actual. Pese al éxito, y a sus evidentes logros artísticos, el legado La noche del demonio quedó eclipsado por el fenómeno de El conjuro y su universo de películas. Tuvo una secuela muy digna (disruptiva con respecto a la primera parte, otro riesgo que se agradece), dirigida también por Wan, pero desde ahí la saga se desmoronó. Leigh Whanell, cocreador de la saga y colaborador histórico de Wan, dirigió la tercera parte, y hubo una cuarta en 2018, pero a nadie le interesó demasiado. ¿Qué es lo que motiva -o justifica-, entonces, la existencia de una quinta película? En principio, la posibilidad de volver a poner el foco en los Lambert, la familia protagonista de las dos primeras partes.

En el cine de Wan, los personajes son tan importantes como todo lo demás, a veces incluso más. Se le dedica tiempo a la construcción de cada uno, a entender cuáles son sus trasfondos y motivaciones. Además, por supuesto, están los actores. La dupla maravillosa que conforman Patrick Wilson y Vera Farmiga en El conjuro hace que los Warren sean de los personajes más entrañables del terror reciente. En La noche del demonio sucede algo similar: en el centro de una historia que incluye demonios, fantasmas y una dimensión conocida como el Más allá, están los Lambert. Otra vez Wilson, en el papel de Josh, junto a Rose Byrne, quien interpreta a su esposa Renai, y sus tres hijos, de los que destaca Dalton, en la piel de Ty Simpkins. Con un espectador interesado en los conflictos de los protagonistas, el terror cada vez más espeso y opresivo que proponía Wan en la primera película funcionaba a su máxima potencia. Lo mismo ocurría en la 2, pero cambiando el clima sofocante por los desbordes y cierta atmósfera kitsch.

Al margen de los demás miembros de este universo (como Elise, interpretada por la mítica Lin Shaye, y sus colaboradores Tucker y Specs, notables alivios cómicos), resulta evidente que la saga carece de rumbo sin los Lambert, cuya ausencia en la 3 y la 4 decretó el desastre. Tal vez con eso en mente, la quinta entrega recupera a la familia, o al menos una parte de ella. Si bien al principio están los cinco en el funeral de la madre de Josh, pronto nos damos cuenta de que el protagonista será Dalton, ya crecido y bastante apático. Compartiendo titularidad está el propio Josh, divorciado e incapaz de conectar con sus hijos. En un intento por arreglar las cosas, se ofrece a llevar a Dalton a la universidad. Así comienza La noche del demonio: La puerta roja, una secuela que busca profundizar en la indagación psicológica de sus personajes, a la vez que intenta establecer cierta autonomía de sus predecesoras.

Quien se encuentra tras las cámaras en esta ocasión no es otro que el propio Patrick Wilson, en su debut como director. Alejado de los recursos formales de Wan (como esos inquietantes planos secuencia de las primeras partes), Wilson filma de manera tan correcta como anodina. La primera mitad de la película funciona más como un drama paterno-filial, intercalando escenas de terror que se sienten fuera de lugar, casi todas auspiciadas por el ya malogrado jumpscare. La intención de Wilson es clara: explorar el presente de Dalton, un adolescente que encontró en el arte la manera de transitar sus pesadillas, y ponerlo en relación a la crisis de Josh, que quedó con la psiquis destrozada luego del final de la segunda parte. Si La noche del demonio: La puerta roja fuera un film sin correspondencia con alguna saga, un drama indie con elementos de horror, su progresión pausada y sus gestos arty (más sus temas de fondo) probablemente lo volverían digno de atención. Pero lo cierto es que sí pertenece a un universo establecido, lo que implica la necesidad de jugársela un poco, de trazar un camino propio, si se quiere, pero sin perder de vista que estamos acá para ver terror.

En ese sentido, durante buena parte del relato se desaprovecha lo que ya conocíamos del Más allá. Y si bien los personajes no tienen memoria de lo ocurrido y es como si lo vieran por primera vez, los espectadores ya lo tenemos incorporado, con lo que la experiencia se vuelve reiterativa y hasta didáctica. Y si hablamos de la importancia de los personajes, lo que sucede es que Josh termina siendo más interesante que su hijo, que es quien sostiene la primera línea de la historia. La incursión en la universidad y el vínculo con su compañera de cuarto Chris (Sinclair Daniel), que pretenden darle aire y novedad al asunto, terminan por ser pasajes bastante rutinarios. Es el conflicto de Josh el que mejor materializa lo que Wilson intenta decir sobre padres e hijos, aunque tampoco salga de cierto esquematismo. La última escena, que incluye un cuadro pintado por Dalton, logra resumir con un plano toda la intención de la película. Pero fuera de este gesto, incluso conmovedor, y de algunas secuencias perturbadoras y logradas durante la segunda mitad, La noche del demonio: La puerta roja es mayormente una decepción.


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