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Zelig (1983)


zelig


EL ROSTRO MAS OSCURO

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

Uno de los rostros que Allen nos ha regalado esconde detrás de su cómica apariencia un toque oscuro, siniestro. Es el del héroe absurdo e inmóvil que tan bien describiera Kafka en sus personajes convertidos en insectos y enmarañados en tramas burocráticas invisibles y perversas. En pantalla, es Zelig la película que extrema esta condición de inferioridad, de perfil desvalido, en un mundo donde más vale pasar desapercibido para no ser perseguido o ejecutado.

Los innovadores logros técnicos para la época en que se rodó (con mezcla de archivos y material filmado y degradado adrede para conservar un granulado similar) están al servicio de una idea: crear un antihéroe anónimo, un hombre sin cualidades, capaz de integrarse de modo camaleónico en todas las circunstancias que vive. Para otorgar verosimilitud a la historia hay un formato (recurrente en Allen), el de falso documental, apoyado por la opinión de intelectuales de la talla de Susan Sontag, entre otros. Zelig es un personaje sin personaje. Tal paradoja se funda sobre la idea de un hombre que existe sólo como imagen porque su único propósito es agradar. Este don de ubicuidad lo convierte en la clase de individuo capaz de acomodarse a cualquier grupo sólo para caer bien ante los demás, es decir, la expresión más pura de la pasividad. Con el objeto de no incordiar, resigna su condición de sujeto arraigado a una época y se despersonaliza en cuestión de minutos. Sin embargo, como es de esperar, sus anhelos de indiferencia se difuminan cuando se transforma en un fenómeno observado y analizado por la ciencia o en una figura estelar mediática.

Más allá de los artilugios cómicos, hay dos lecturas que podrían pensarse en torno a la película. Una es familiar e involucra su procedencia judía nunca disimulada en pantalla. La extraña capacidad de desarraigo, traducida en los intentos del personaje por adaptarse a los cambios, asoma como una proyección de su condición étnica y una evocación de la escena familiar de la infancia cuando sus padres se instalan en Brooklyn. Hay también en ese contexto una imperiosa necesidad de agradar en una nueva tierra donde muchos judíos debieron afrontar la experiencia de desarraigo. La otra, es política. Leonard Zelig es víctima del oportunismo y una especie de chivo expiatorio del ascenso y caída de diversas representaciones del fascismo. Prevalece en su idea una referencia a los regímenes totalitarios cuyos hipnóticos discursos provocan la resignación del hombre como individuo, lo despojan de sus principios para convertirlos en el caldo de cultivo de su tiranía. En este sentido, Allen vuelve a pensar el humor como cosa seria, capaz de develar el entretejido de un inconsciente social y macabro.


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