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Al borde del abismo (1946)



EL FILM NOIR ES UNA COMEDIA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Hay un par de anécdotas que pintan bastante bien la atmósfera predominante en Al borde del abismo, posiblemente la adaptación cinematográfica más emblemática de un relato protagonizado por Philip Marlowe, el personaje literario creado por Raymond Chandler. La primera viene de Lauren Bacall, quien contó que la producción de la película era tan divertida, que recibieron un memo de Jack L. Warner, jefe de Warner Bros. Pictures, que decía lo siguiente: “me ha llegado la noticia de que se están divirtiendo en el set. Esto debe parar”. La segunda corresponde a Howard Hawks, quien estaba convencido de que a las audiencias no les iba a importar si la trama tenía sentido mientras la pasaran bien, a tal punto de que terminó removiendo una escena donde Marlowe explicaba los crímenes. El éxito del film le terminó dando la razón.

Lo cierto es que, casi desde el comienzo, es bastante difícil seguir el hilo de la historia de Al borde del abismo. Todo arranca con el detective privado Marlowe (Humphrey Bogart) siendo contratado por un millonario para que detenga un chantaje contra una de sus hijas por deudas de juego. Pero ese punto de partida es apenas una excusa para una trama donde conviven triángulos amorosos, mujeres cautivantes, homicidios, apuestas, mafiosos y más chantajes. Es con la ayuda de Vivian (Bacall), otra de las hijas del millonario, que Marlowe trata de dilucidar toda una serie de enigmas, liberar a la familia del tejido criminal al que ha sido arrastrada y, de paso, sobrevivir. Pero a Hawks no le preocupa que el espectador entienda las idas y vueltas argumentales, sino que, obviamente, la pase bien. Por eso es que desde el primer minuto la película no solo avanza a velocidad de vértigo, sino también con una liviandad llamativa, casi como una comedia traficada de policial negro.

No es que no haya negrura en Al borde del abismo, todo lo contrario. El mundo que recorre Marlowe -y con el que en cierta forma termina fusionándose- está plagado de miserias, de seres manipulados o manipuladores, de violencia física y psicológica. Y, sin embargo, todo es también un juego constante, un conjunto de artificios y mascaradas que Marlowe desempeña casi con naturalidad: cada mujer con la que se cruza es hermosa y coquetea con ella; cada diálogo que protagoniza es filoso a más no poder; y el humor negro se impone a cada instante. Si el film noir siempre había tenido un trasfondo social, funcionando casi como un posicionamiento político sobre los tejes y manejes del poder en un marco pautado por la desigualdad, Hawks empezaba a decirnos que también era una representación en sí mismo, una especie de realidad paralela que hasta podía hacer de la suciedad moral algo glamoroso.

Pero en ese postre que es Al borde del abismo hay una frutilla que es imposible pasar por alto: la química inigualable entre Bogart y Bacall, que acá hasta era inflamable para el espectador. La pantalla se ponía en llamas cada vez que ambos se juntaban, y aquí eso pasa a cada rato, como una prueba tangible del amor naciente entre ambos actores, que luego llevaría al casamiento en la vida real. Hawks entendía esto de la química como pocos y por eso la película es también una gran historia de amor, una comedia romántica traficada en un policial. A Marlowe -con sus motivaciones y decisiones- no lo podemos explicar sin la interacción con Vivian: ambos, seres imperfectos, solo pueden sobrevivir en ese mundo gracias al amor mutuo, que crece a velocidad de vértigo.

El aire festivo y juguetón de Al borde del abismo está totalmente ausente en Marlowe, la más reciente transposición del personaje a la pantalla grande. Quizás porque el director Neil Jordan no sabe filmar de otra forma que no sea desde una solemnidad que muchas veces termina siendo contraproducente, como en este caso. Es cierto que el film noir es un género oscuro y usualmente trágico, donde la muerte y el horror acechan a cada instante, y que esas tonalidades han permitido unas cuantas obras maestras. Pero en Marlowe eso deriva en una frialdad que aleja al espectador. Y claro, nunca hay que olvidar lo que sostenía Hawks: lo importante es que el espectador la pase bien.


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