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Ellas hablan

Título original: Women Talking
Origen: EE.UU.
Dirección: Sarah Polley
Guión: Sarah Polley, basada en la novela de Miriam Toews
Intérpretes: Rooney Mara, Claire Foy, Ben Whishaw, Jessie Buckley, Frances McDormand, Judith Ivey, Sheila McCarthy, Michelle McLeod, Liv McNeil, Kate Hallett
Fotografía: Luc Montpellier
Montaje: Christopher Donaldson, Roslyn Kalloo
Música: Hildur Guðnadóttir
Duración: 104 minutos
Año: 2022


2 puntos


EL CINE CON CONSIGNAS

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocolant)

Son tiempos difíciles para el cine y para las artes en general. Ciertas poses, ciertas actitudes, ya no se distinguen de sus campos de procedencia. Hoy, la tosquedad es un fantasma que se come a las películas, vengan de festivales, plataformas o de la industria más poderosa. El discurso, los imperativos sobre lo que hay que decir y cómo hay que decirlo, se imponen por sobre cualquier gesto de libertad, de espontaneidad, y entonces, comienzan a aparecer las antologías de cataratas verbales interpelando a los espectadores desde los lugares más básicos que se puedan pedir. Ni siquiera se trata de un cine militante porque, paradójicamente, la supuesta ruptura contra paradigmas dominantes se sostiene con un feroz conservadurismo. El resultado: la corrección al palo o una misantropía barata sin zapatos de goma.

Ellas hablan, la película de Sarah Polley, es un manual de pertenencia al control estético, cerrado a un universo donde la homogeneidad apesta. “Lo que sigue es un acto de imaginación femenina” reza un epígrafe, aunque debiera sonrojarnos que en nombre de la imaginación femenina pudiera inscribirse esta película a una tradición (justamente revalorizada en la última década) que incluye a cineastas como Alice Guy, Chantal Akerman, Agnès Varda, Ida Lupino, María Luisa Bemberg, entre tantas. Si algo distingue a Polley de todas ellas es la falta de matices, la cara sucia para dar lugar, incluso, a los actos fallidos. Planos rigurosamente vigilados, tono qualité que apesta y un guion forzado son apenas algunos eslabones de esta historia donde un grupo de mujeres discuten qué decisiones tomar frente a la violencia de los hombres. El principal problema es que, lejos de circunscribir tal debate al universo ficcional y autónomo de la película, cada una de las líneas de diálogo se pretenden desde la ampulosidad de los grandes temas, el carácter solemne y la apariencia de pajaritos que quieren salir de la pantalla para chocar con nuestras cabezas pensantes. En otras palabras, los temas de turno importan más que sostener un relato dramáticamente, gritar que los hombres son una especie alienígena indeseable con alegorías baratas donde ni caballos se permiten, sino yeguas, se torna insoportable. Esta visión del mundo, que anula cualquier idea de humanidad y se refugia en una mirada de hosquedad garantizada, es parte de la actualidad, la de un cine con consignas (igual al de El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund) destinado a fenecer en su propio gesto de ostentación.

Y en esa cualidad de oportunismo, ni siquiera se atreve la película a hacerse cargo del hecho que le presta la historia real: el horrible episodio de violación masiva acecido en la Colonia Manitoba entre 2005 y 2009 en Bolivia, donde un centenar de mujeres fueron sedadas y abusadas por hombres de la misma comunidad. Esta aberración, y el posterior juicio, quedaron registrados en el libro de Miriam Toews que, al igual que Sarah Polley, encuentra la excusa perfecta para desviar la atención al ombligo primermundista posmoderno con ficciones edulcoradas. Entonces, en el colmo de la obviedad, ambas se centran en las deliberaciones de las mujeres mientras se desarrolla fuera de campo el juicio y ellas deben optar por quedarse y luchar o irse y comenzar una nueva vida. El empate complica las cosas. Deslindar esta situación del contexto original (lo que sucedió en Bolivia que, lógicamente vende menos que los intereses de la Unión Europea y EE.UU.) es una iniciativa que da cuenta de regodeo, de egoísmo y de orientación definitiva hacia la burda pretensión que toda paja mental supone.

El único hombre en la película se llama August, docente y granjero fracasado, que da forma a las actas y no tiene, por supuesto, voz ni voto. En todo caso, es la cuota moderada de lo masculino entendido como amenaza (para que no se note tanto la aversión).

Mientras todo esto se declama, no han de faltar las postales bonitas, los encuadres fabulosos, el preciosismo que envuelve como papel de caramelo, porque Polley no quiere jamás salirse de ese lirismo al que premia y se traga el sistema y aplauden las buenas conciencias. Teatro de caricaturas y prejuicios, Ellas hablan es de un reduccionismo conceptual y cinematográfico alarmante. Con seguridad, el show debe continuar en la entrega de los Oscar con los discursos preparados para la ocasión por parte de McDormand y compañía.


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