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Halloween III: Noche de brujas (1982)



CONTRA LA CORRIENTE

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

Hay franquicias o sagas que tienen entregas que representan anomalías dentro del conjunto general -un ejemplo reciente podría ser Iron Man 3, que se la pasaba destruyendo expectativas tanto sobre el personaje como sobre el MCU- y películas que van a contramano de las convenciones del momento. Podría decirse que Halloween III: Noche de brujas posee ambos componentes: no solo fue un golpe a las expectativas del público habitual de Halloween, sino que también planteó un rumbo posible que finalmente fue eludido dentro del cine de terror predominante durante la época y los años siguientes.

Las crónicas indican que John Carpenter no quería tener a Michael Myers en otra película de la franquicia. En cambio, quería un relato diferente y autosuficiente en cada entrega. Sin embargo, el rotundo éxito de Noche de brujas en 1978, los productores lo forzaron a usar al ya icónico villano nuevamente. Carpenter lo hizo, pero se aseguró de matar a Myers y a Loomis, para así cerrar esa historia. Luego, para retomar su plan original, procedió a producir (y a participar en la escritura del guión, aunque sin recibir crédito) Halloween III: Noche de brujas, pero se topó con que su propia criatura había alterado sus propósitos. La secuela fue un fracaso y eso lo llevó a vender los derechos, porque no estaba dispuesto a seguir utilizando a Myers, que era lo que lo que pedían los espectadores.

Convengamos que Halloween III: Noche de brujas era algo totalmente diferente a lo que podía esperarse en el momento. No solo porque Myers brillaba por su ausencia: lo que se veía era algo totalmente opuesto al slasher, que en ese momento estaba entrando en su edad dorada, de la mano no solo del suceso de Noche de brujas, sino también de Viernes 13, Noche de graduación (ambas de 1980) y Aniversario de sangre (1981), a las que les seguirían Pesadilla en lo profundo de la noche (1984). En cambio, el film dirigido por Tommy Lee Wallace parecía un resumen de la propuesta de Carpenter durante esos años: en el relato aparecían elementos vinculados a las atmósferas ominosas de La niebla (1980) y la tensión y violencia corporal de El enigma de otro mundo (1982, otro fracaso en el momento de su lanzamiento), pero también otros componentes conspirativos que se harían más explícitos en ¡Sobreviven! (1987, que también fracasaría). Es más, hasta se podría decir que estábamos más ante un thriller que frente a un film de terror puro y duro.

También es necesario tener en cuenta que había algo que no terminaba de funcionar en el relato, centrado en un médico (Tom Atkins) que, junto a una joven (Stacey Nelkin), descubrían un complot planificado por el dueño de una fábrica de máscaras (Dan O’Herlihy), cuyo blanco eran los niños que usaban los productos durante la noche de brujas. A pesar del metraje acotado (apenas algo más de 90 minutos), al film le costaba delinear apropiadamente su conflicto y sus motivaciones personales -todo lo referido al matrimonio fallido y la incapacidad paterna del protagonista era bastante tirado de los pelos-, y recién en la media hora final encontraba el ritmo y los tonos pertinentes. Lo mismo se podía decir respecto a algunas resoluciones un tanto arbitrarias, aunque la película conseguía arribar a un cierre definitivamente inquietante, que lo ponía en línea con La invasión de los usurpadores de cuerpos, aquel clásico de 1956 que había tenido una reciente reversión en 1978. Indudablemente, Carpenter -y con él Wallace y la productora Debra Hill- tomaba como referencia a un horror clásico al que buscaba actualizar, aunque eso implicara ir contra la corriente dominante. Halloween III: Noche de brujas planteaba un modelo posible para las franquicias de terror que fue rechazado de forma rotunda y no fue retomado, ni siquiera por el propio Carpenter más adelante. De ahí que, aún con sus fallas, no deje de ser una obra interesante a partir de cómo se distingue dentro de la línea histórica de su género.


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