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Fue la mano de Dios

Título original: È stata la mano di Dio
Origen: Italia / EE.UU.
Dirección: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino
Intérpretes: Filippo Scotti, Toni Servillo, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Luisa Ranieri, Renato Carpentieri, Massimiliano Gallo, Betty Pedrazzi, Enzo De Caro, Sofya Gershevich, Lino Musella, Biagio Manna
Fotografía: Daria D’Antonio
Montaje: Cristiano Travaglioli
Música: Lele Marchitelli
Duración: 130 minutos
Año: 2021
Plataforma: Netflix


7 puntos


EL ORO Y EL BARRO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Perogrullada: Sorrentino quiere ser Fellini. Si antes esa certeza que teníamos se daba en el marco de una filmografía que vampirizaba hasta el latrocinio el cine del director de 8 y ½, con Fue la mano de Dios ese salto hacia la fellinización alcanza un grado mayor de complejidad: si la película es una autobiografía exagerada, entonces Sorrentino convierte su propia vida en un hecho felliniano. Ya no se trata de emular, sino de aceptar y reconocer cómo alguien pudo haber sido modificado y moldeado a imagen y semejanza de su ídolo hasta la confusión. La referencia no es gratuita, si la película es en verdad la historia de un joven napolitano que busca su propio destino allá en los 80’s mientras otro ídolo, Diego Maradona, le marca el camino con sus proezas deportivas. Ese vínculo más emocional y directo con sus propios símbolos le otorga a esta película de Sorrentino un aspecto mucho más cercano y menos maniqueo y artificial que experiencias agobiantes como las de La gran belleza, un Fellini con prospecto.

Sorrentino cuenta una historia de juventud y de clausura. Registra el preciso momento en que ese pibe corta los lazos, un poco a la fuerza (digamos, y sin revelar demasiado), y encuentra una motivación en el cine. Fue la mano de Dios está narrada a la manera de viñetas, fragmentos coloridos de adolescencia marcados por los tabúes, el sexo, la amistad, un existencialismo jocoso, la familia. LA FAMILIA. Así, a los gritos, como nos han enseñado los tanos. Puede que todo ese retrato familiar luzca un poco caricaturesco, pero precisamente es ese tono desprovisto de especulación, apasionado y sanguíneo, lo que le otorga a la película un espíritu vívido. Es por lejos lo mejor y no deja de ser eso también una curiosidad que muestra los límites de su autor: Fue la mano de Dios funciona cuando Sorrentino deja atrás sus devaneos intelectuales y se dispone a narrar; a ser en lugar de querer ser. Por eso cuando el último tercio encuentra a su protagonista atrapado en sus dilemas existenciales, aparecerán los fantasmas del peor Sorrentino, el pedante, el que imprime hasta lo más burdo, como si estuviera diciendo algo magnánimo.

Pero hay un momento en la película en que Sorrentino encuentra uno de esos raros instantes de claridad, sobre el final, tal vez en la última secuencia, en el que vemos al protagonista acercándose a la epifanía definitiva. Es un momento abstracto, pero donde vemos con claridad que el protagonista descubre qué demonios quiere hacer con su vida, y eso es el cine. No pasa mucho de cruzarse con revelaciones así en las películas; y que el relato sea autobiográfico le otorga aún mayor emoción. Fue la mano de Dios es en definitiva como otras películas del director, tan fascinante como irritante. Y tal vez esa sea su mayor virtud como cineasta: llevarnos de la mano por la gloria y el barro, el cielo y el infierno; todo dentro de una misma película. Incluso uno puede perdonar, en el marco de una obra evidentemente personal como esta, ese acercamiento entre religioso y esotérico que tiene con la figura de Maradona, que lo lleva a algunas boutades ridículas.


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