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No miren arriba

Título original: Don’t Look Up
Origen: EE.UU.
Dirección: Adam McKay
Guión: Adam McKay
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, Jonah Hill, Rob Morgan, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Kid Cudi, Tomer Sisley, Himesh Patel
Fotografía: Linus Sandgren
Montaje: Hank Corwin
Música: Nicholas Britell
Duración: 138 minutos
Año: 2021


5 puntos


UN METEORITO QUE SE VA DESCASCARANDO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

NdR: se revela el final de la película.

No miren arriba, la nueva comedia de Adam McKay, se convirtió en el tema de conversación en redes sociales y en los medios durante los últimos días del año que terminó. Es un fenómeno propio de las plataformas de streaming, que lanzan una película a nivel global y la meten adentro de los hogares de todos los ciudadanos del planeta al mismo tiempo (bueno, al menos de los que tienen Netflix, Amazon, HBO Max y el etcétera es cada vez más largo), convirtiéndola en un evento del que pocos pueden escapar. Esto no sucede siempre, porque claramente no todas las películas que se estrenan en plataformas logran ese nivel de interés, pero aquí el tema sumado a un elenco multiestelar fortaleció el impacto. Y los resultados de la película hicieron el resto, un film fallido pero con la suficiente efectividad como para que sus tópicos se impongan, lo que derivó en una grieta en la que todos deben imponer su gusto con exageración; los que la consideran lo mejor del año y los que la consideran un desastre astronómico. Que ni una cosa ni la otra, pero este tipo de divergencias potenciadas es cada vez más habitual en los debates sobre cualquier cosa: desde una discusión sobre el Gobierno hasta una discusión sobre la pizza con ananá. Lo que sí está claro es que si No miren arriba se hubiera estrenado solo en salas de cine nunca hubiera conseguido semejante nivel de interés, y esto -tal vez- es un poco contradictorio con una película que justamente pone el dedo acusatorio sobre una porción de la sociedad que aparece absorbida por el poder de las redes sociales y la virtualidad.

Esta contradicción que señalo seguramente sea la parte más rugosa e interesante de la película de McKay, porque representa nuevamente un problema del cine: el de creerse superior a todos los demás medios de expresión. Eso estaba en el cine paranoico de los 70’s, que ponía a la televisión en el rol del enemigo, y ahora sucede con las redes sociales y los gurúes informáticos, que son los nuevos y repetidos villanos, como una suerte de malo de James Bond pero sumamente estúpido (el insoportable personaje de Mark Rylance es como una exageración border del que interpretó en Ready player one). No miren arriba es precisamente un órgano demócrata para burlarse de viejos estereotipos (la presidente evidentemente republicana que interpreta Meryl Streep) como también de nuevos paradigmas de estupidez (la cantante pop que interpreta Ariana Grande, que confunde la vida virtual con la vida real). McKay transita por esa cornisa delgada y peligrosa de los escritores de sátira, cuando piensan que el mundo está lleno de imbéciles y ellos son los únicos capacitados para darse cuenta de lo que está bien.

No es que McKay no haya trabajado esa mirada antes. En las comedias en colaboración con Will Ferrell (El reportero, Hermanastros, Talladega Nights, Policías de repuesto), lo más interesante de su filmografía y seguramente el conjunto de comedias más brillantes del cine norteamericano del Siglo XXI, aparecía la representación de temas que iban del machismo a los poderes económicos, del conservadurismo a la banalidad social. Pero allí los que encarnaban esas tragedias eran los protagonistas y a través de la máscara que aportaba Ferrell, había una línea que intentaba de alguna forma ponerse a su altura y tratar de entender a esas criaturas un poco deformes. Pero, aún más, lo que estaba por delante era siempre el humor, la búsqueda constante del chiste, la creación de situaciones y personajes absolutamente desquiciados, en un coro absurdo e imprevisible que eliminaban cualquier forma de literalidad. Eso en No miren arriba aparece en cuentagotas, tal vez durante su primera hora, pero progresivamente la película se adentra en un territorio de autoimportancia que vuelve a los personajes meros títeres (la relación de los personajes de Leonardo DiCaprio y Cate Blanchett es de lo peor), movidos por las necesidades de los creadores.

Y lo que se impone en No miren arriba son los temas y, más aún, la necesidad de burlarse de tal o cual estereotipo. Ese pasaje que viene haciendo el cine de McKay, desde que dejó de filmar exclusivamente comedias a convertirse en una suerte de cronista de la América reciente (y que ya amagaba con estallar en Policías de repuesto), explota en No miren arriba con una película que pretende volver a los orígenes del director pero con un elenco de estrellas preocupadas en dejar un mensaje (no es muy difícil encontrar en los interese medioambientales del film un sostén de la militancia de DiCaprio), lo que vuelve a la película un chino incomprensible, sin ser lo graciosa que se pretende y mucho menos sutil. Si la película amaga con ser una roca sólida que va a pegarnos en el medio de la jeta, se va convirtiendo -como en aquel capítulo de Los Simpson– en una piedra que se va desgranando hasta caer entre nosotros con el tamaño de un cascote que hace olitas en un charquito. En determinado momento uno siente que pasaron demasiadas cosas, que los personajes no tienen más para ofrecer, que la película ya terminó, pero aún faltan 40 minutos.

Ese agotamiento de todo (de la historia, de los personajes, de los espectadores) tal vez sea lo que construya la última y muy impactante secuencia. Allí McKay encuentra la humanidad perdida en una última cena en la que los personajes, ante la inevitable colisión del meteorito con la Tierra, se reúnen, comparten una comida, hablan de trivialidades. Es como si perdido por perdido tuvieran la libertad de aligerarse y dejar de lado la máscara que llevaban hasta hacía un rato. Y es como si la película ya no necesitara decirnos que son todos unos hijos de puta sin corazón y que pueden ser amables. Hemos visto ya demasiadas películas apocalípticas y creo que nadie como lo hace McKay acá encontró la forma de representar la desolación de un momento como ese. No es mucho, pero es algo por lo que termina teniendo sentido la ardua experiencia que es por momentos No miren arriba.


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