Por Matías Mangini y Cristian Ariel Mangini
Al igual que en otras manifestaciones, hay en los videojuegos distintas épocas que corresponden directamente a la historia de las consolas. Uno suele pensar el origen de las consolas más inmediatamente en el tiempo, pero lo cierto es que se remonta a comienzos de los ´70, aunque los videojuegos de ese entonces tengan poco que ver con los que conocemos actualmente. Cada generación está delimitada por una brecha tecnológica que, además, condiciona el proceso realizativo y creativo. La primera generación estaba caracterizada por un hardware que a nuestros ojos puede verse algo aparatoso, sin la posibilidad de cambiar los juegos, que a menudo estaban incorporados en la consola. Los gráficos estaban limitados a una geometría básica dominada por puntos, líneas o bloques, y apenas se visualizaban dos colores, siendo el sonido -en caso de estar-, limitado a unos pocos efectos sonoros. Aun así, la presencia doméstica del videojuego implicó un salto tecnológico enorme que comenzó a trazarse con el pionero: la Magnavox Odyssey.
La consola fue comercializada por la filial de Philips en Estados Unidos y el responsable de desarrollar el prototipo fue Ralph Baer (apodado “el padre de los videojuegos caseros”) en el año 1968. Pero fue recién el 27 de enero de 1972 cuando Magnavox (una de las marcas registradas de Philips) comenzó la producción de la máquina que finalmente fue lanzada en mayo del mismo año. Ralph Baer nació en 1922 en Alemania. Hijo de una familia judía de condiciones laborales humildes (su padre trabajaba en una fábrica de zapatos) se vio obligado a huir del Holocausto nazi a Estados Unidos en 1938. Allí empieza a desarrollar su habilidad con los aparatos electrónicos, primero arreglando radios en su vecindario y graduándose años después como técnico de radio y televisión (1940 y 1949 respectivamente). Su experiencia incluso le permitió en 1943 ayudar a los Aliados para combatir a los Nazis en Londres, interceptando las señales de radio de los alemanes entre otras funciones de inteligencia militar.
Es en 1955 cuando por primera vez Baer piensa en la posibilidad de jugar interactivamente con un televisor hogareño. Pero es en septiembre de 1966, mientras espera en la parada de colectivo, que realiza los bocetos de un pequeño receptor que al conectarse a la televisión permita jugar a varias modalidades de juegos diferentes. “Cuando llegué a la oficina en New Hampshire empecé a transcribir esas notas perfilando la idea de jugar en cualquier TV. (…) Mi idea entonces era desarrollar una pequeña caja de juegos que hiciera las cosas fáciles y no costara más de 25 dólares”, asegura Baer en su sitio oficial. Chase Game, su primer videojuego, estaba terminado un mes después bajo la sencilla temática de un gato persiguiendo a un ratón, es decir nada más que un punto tratando de alcanzar a otro.
En 1968 Baer termina su prototipo de consola. El armazón de la máquina no sería otra cosa que unas pequeñas maderas autoadhesivas, por lo que su creador la denominó “caja marrón”. Tal vez haya sido esta estética la que le impidió vender el producto de entrada. Lo cierto es que en 1971 consiguió vender la licencia a una empresa llamada Magnavox y un año después empezó el negocio de los videojuegos hogareños de la mano de Odyssey Home Video Game. Los primeros juegos de la consola fueron los que Baer diseñó, incluyendo el Table Tennis, que tiempo después será plagiado con el nombre de PONG. Terminaron siendo alrededor 28 títulos diferentes de extrema sencillez, sin sonido y ningún tipo de memoria, por lo tanto era necesario anotar los puntajes.
La mayoría de los juegos se jugaban con un plástico pegado a la pantalla de la TV, un fondo estático que ayudaba a la inmersión con el juego, ya que al ser transparente aportaba una suerte de fondo con gráficos. Si el plástico tenía dibujado un campo de hockey, la consola representaría a la pelota, que sería lo único móvil del juego. Otra solución algo arcaica fue la incorporación de un contador manual como solución al problema del guardado. Pero Ralph Baer no solo creó la consola y varios juegos sino también los periféricos. El primero que salió a la venta fue un rifle que podías llevarte por $24.95 más. De este modo consiguió también innovar con la primera light gun -pistola de luz- para usar en el televisor.
Inicialmente las ventas de Odyssey no fueron buenas debido a una lamentable campaña de publicidad por parte de la compañía, que hizo creer a la gente que la consola solo funcionaba con televisores de la misma marca. Superados los primeros problemas, alcanzaron las cien mil ventas a unos $100 cada una en el primer año. Pero con el paso del tiempo Odyssey se transformó en un gran éxito superando el millón de unidades y exportándose a Australia, Bélgica, Inglaterra, Francia, Alemania, Grecia, Israel, Italia, Suiza, URSS, Japón y Venezuela. Muchas empresas se lanzaron entonces a copiar la consola de Magnavox, llegando a decenas de plagios. La Oddesse alemana, la Kanal34 sueca, la Panoramic argentina y la Overkal española fueron algunas de ellas.
La empresa entonces se olvidó prácticamente de los videojuegos y comenzó a demandar a todas las empresas que presentaban competencia a su nuevo invento inteligentemente patentado, ganando sustanciosas cantidades (se calcula que $100 millones). Sin embargo la crisis inflacionaria afectó en 1974 el desarrollo de la consola y en otoño de 1975 se discontinuó su producción. Sin embargo, el éxito conseguido en un mercado que demandaba experiencias semejantes a las de la Magnavox Odyssey marcaron un antes y un después en la vida doméstica. Actualmente puede jugarse con la consola creada por Baer en el MoMA, como parte de la colección permanente de videojuegos curada por Paola Antonelli.
Mirá la publicidad de la consola de 1972: