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24 líneas por segundo: Blancanieves, una promising young woman

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Otra vez la Inquisición. Otra vez la cancelación a flor de piel. Esta vez sobre Blancanieves y el famoso beso del Príncipe. Sobre el tema de la censura al pasado y su reescritura ya hemos hablado bastante (acá y acá), pero no volveremos sobre esos pasos no solo porque no queremos ser repetitivos, sino porque la culpa progre de los ejecutivos de Hollywood llega a niveles de tanto ridículo que tomarlos en serio sería hacerles definitivamente el juego. Suponer un mundo donde el machismo y la misoginia se forjaron en base a una sobre-interpretación del clásico de Disney es un poco descabellado: “¡fuaaaa, si el Príncipe se aprovechó de la pobre Blancanieves dormida quiere decir que nosotros también podemos!”, habrán pensado generaciones y generaciones de hombres desde 1937 a la fecha. ¿A quién no le pasó? Todos tenemos un póster del Príncipe ese en la pieza. O una foto en la billetera. Fue como cuando salimos todos a esclavizar negros después de ver Dumbo. En cualquier momento se viene la versión de Blancanieves con Carey Mulligan haciéndose la dormida, y pegándole una patada en los huevos al Príncipe para seguir el consejo de Mercedes Morán. Snow White, a promising young woman sería el título tentativo. Igual no deja de ser sorprendente, para gente carente de la habilidad social de entender metáforas o segundos niveles de lectura (es una enorme mayoría), lo retorcido de su razonamiento. Como alguien dijo por ahí, también podríamos analizar cómo Blancanieves hace trabajar a destajo a los siete enanos. ¿Les pagará la carga social o los tendrá en negro? Bueno, no sé si estará bien decir “en negro”. El otro día reveía por enésima vez Damas en guerra, la genial comedia de Paul Feig. Allí hay toda una subtrama del personaje de Melissa McCarthy en la que acosa a más no poder al personaje de Ben Falcone. Y pensaba qué sucedería con esas escenas si los roles estuvieran cambiados, si fuera Falcone el que acosara de esa forma lasciva a McCarthy. La película ya hubiera sido cancelada y, supongo, Paul Feig y las guionistas Kristen Wiig y Annie Mumolo andarían por los medios pidiendo disculpas (a propósito, lean medios norteamericanos relacionados con la industria audiovisual y horrorícense con el grado de Policía de la Moral que detentan algunos redactores: es obsceno). En algún momento pensé que este grado de locura iba a llegar a un pico y luego descendería, pero creo que erré el diagnóstico. Claramente se está construyendo un sistema perfecto, donde gente buena nos dice cuáles son las cosas buenas y cuáles son las malas. Y si uno está dentro de lo bueno es imposible no ser bueno. Además, ¿quién no quiere ser de los buenos y ser aceptado y querido? En definitiva, lo único que nos queda a los que nos sentimos agredidos con el nivel de paternalismo con que se nos trata, incluyendo una desconfianza absoluta sobre nuestras capacidades y libertades para la interpretación, es reírnos. Mucho y fuerte. Hasta que nos terminen cancelando a nosotros también. No dejará de ser algo positivo, porque eso querrá decir que al finalmente ganaron los buenos y el dolor ya no existirá en el mundo. Sonría, que lo estamos filmando.

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