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La amenaza de Andrómeda (1971)



BORRADOR DE UNA CATÁSTROFE

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Durante todos estos meses de pandemia y cuarentena, una de las películas que volvió a estar en la memoria de unos cuantos cinéfilos fue La amenaza de Andrómeda, a partir de su estructura argumental, indudablemente relacionada con el tema en cuestión. Una de las primeras adaptaciones al cine de una novela de Michael Crichton (el autor de Jurassic Park), la película de Robert Wise se centra en un grupo de científicos que debe trabajar contrarreloj para impedir que un virus letal, que acaba de liquidar a un pueblo entero, se esparza hacia otros territorios. Pero lo cierto es que reviéndola podemos entender por qué había quedado un poco olvidada y solo las circunstancias actuales han llevado a que sea un poco (sobre) revalorizada.

Convengamos que el arranque del film es más que atractivo: con un par de secuencias muy bien ensambladas desde el montaje, se plantea el conflicto (el pueblo sin rastros de vida, la convocatoria a los científicos, la primera incursión a la zona arrasada) y también los enigmas sobre la causa de las muertes. Esos primeros minutos son tensos más que nada porque la información es escasa y a la vez potente, pero además porque los personajes se definen esencialmente desde la acción y el movimiento, llevando a que el espectador quiera saber más. Sin embargo, en cuanto se entra al laboratorio, empiezan a aplicarse los recursos exactamente opuestos: una multitud de explicaciones sobre el funcionamiento de las instalaciones, el comportamiento del virus y sus efectos, los potenciales peligros si no es contenido, las distintas misiones y capacidades de los protagonistas. Ya a partir de la media hora, casi todo es enunciación y explicación oral, porque La amenaza de Andrómeda pareciera no tener muchas más herramientas a disposición, más allá de un diseño visual indudablemente atractivo.

Hay varias explicaciones posibles para lo anteriormente mencionado: en primera instancia, la influencia que pudo haber tenido una película como 2001: odisea del espacio, con su hincapié en el lenguaje científico y un retrato de los procedimientos que en varios pasajes se convierte directamente en morosidad. Pero también -y quizás con más fuerza- la fidelidad al texto de Crichton, cuya literatura, por más que estuviera repleta de ideas aventureras, solía caer en un cientificismo y enciclopedismo bastante pesados: eso se veía, por ejemplo, en Jurassic Park, algo que era bastante simplificado y relegado (en los mejores sentidos) en la adaptación cinematográfica de Steven Spielberg. A eso se le podría agregar que Wise, a pesar de ya tener en su haber un par de Oscars (por Amor sin barreras y La novicia rebelde), no era un realizador con la suficiente personalidad como para agregarle un vuelo propio y consistente al relato. Todo es demasiado administrativo e impersonal en La amenaza de Andrómeda, que recién en los minutos finales (cuando todo parece a punto de descarrilar hacia el desastre) consigue imprimirle algo de nervio a la narración.

Lo que se veía claramente en La amenaza de Andrómeda -y que la emparentaba con Aeropuerto, estrenada un año antes- eran trazos, esbozos del cine catástrofe, aunque eso no terminara de concretarse porque precisamente el eje del conflicto pasaba por cómo impedir que tuviera lugar. En los años siguientes, vendrían La aventura de Poseidón (1972), Terremoto e Infierno en la torre (ambas de 1974), Hindenburg (1975, dirigida por el propio Wise) y varias más. En esos films los desastres ya eran hechos consumados y el dilema para los protagonistas pasaba por cómo sobrevivir, escapar o impedir que el daño fuera aún mayor. La amenaza de Andrómeda daba pistas sobre cómo explicar y comunicar al espectador el conocimiento científico, además de retratar ciertas reglas del profesionalismo, pero todavía no llegaba a un armado sólido que sustentara ese entretenimiento tan particular focalizado en que nuestros peores miedos se hicieran realidad.

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