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Funcinema

High score – Temporada 1

Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

Entre los estrenos de Netflix asomó por agosto High score, una mini serie documental de seis episodios ambiciosa que tiene la finalidad de cubrir la historia de los videojuegos hasta un punto de quiebre a mediados de los ‘90. Creada por Frances Costrel, que ya ha explorado el vínculo con la tecnología en Dark net, el resultado es irregular por abordar distintas temáticas que resultan demasiado amplias para, al mismo tiempo, contar la historia del videojuego como medio. Lo innegable es la pasión que se destila al describir el impacto social y una claridad y estética que dan un marco de arte 8 bits con la pegajosa música de Power Glove y la voz de Charles Martinet, que probablemente no les suene demasiado, pero es la voz del mismísimo Mario. A través de sus episodios raspamos la superficie del fenómeno que se ha consagrado como una nueva expresión artística en los últimos años, pero es una superficie de segmentos que a veces aparecen demasiado aislados y en otros construyen un relato desconocido en otro lugar que no sea Estados Unidos. Cuestiones de marketing, guerra de marcas, servicios de asistencia al jugador, publicaciones editoriales y el E-Sport: todo está circunscripto a un territorio que fue fundamental para la historia del videojuego, pero omite consolas, marcas y expresiones del resto del mundo. Además, en la necesidad de construir un relato atractivo no sorprende que videojuegos educativos, con fines políticos o culturales, y relatos interactivos que bordean esta categoría, no aparezcan en la entrega. No esperemos de High score conocer las virtudes comunicacionales del videojuego o su proceso creativo, sino más bien un aproximamiento a su impacto social e historia. Esto no quita algunas pequeñas joyas que tenemos en el formato de entrevista a realizadores como Roberta Williams, Toru Iwatani, Nolan Bushnell, John Romero o Hirokazu Yasuhara, pero hay curiosas omisiones y casos interesantes pero inexplicables como Yoshitaka Amano. No nos confundamos, Amano es un artista reconocidísimo que desde su estilo dio un sello distintivo a Final Fantasy, pero este interés por la cuota artística de un juego no vuelve a retomarse y permanece como un segmento aislado y arbitrario. Por otro lado, resulta polémico en un episodio donde Wizardry o Dragon Quest no son siquiera mencionados. Un aporte interesante de la entrega se encuentra en testimonios periféricos a la historia del videojuego, más focalizados en cómo puede ser un espacio liberador para las minorías y dando visibilidad a sectores sociales relegados u oprimidos. Desafortunadamente es una faceta que aparece sublimada y se pierde entre la caótica maraña de contenidos. En definitiva High score es apenas una reseña superficial que no termina de adquirir consistencia narrativa. Hay en la miniserie dos vertientes sobre lo que quiere contar (la social y la realizativa), pero ninguna de esas facetas terminan siendo relevantes y el relato que se construye está más focalizado en el mercado norteamericano que en el análisis de este nuevo medio. Aun así consigue ser atractivo y presentar el tema. Falta el desarrollo.

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