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Mulán (1998)



LOS DISCURSOS Y SUS INTERPRETACIONES

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

En el momento de su estreno, Mulán fue bastante subestimada: tanto el público como la crítica la consideraron un “Disney menor” y quedó relegada frente a otros éxitos del estudio de los noventa, como La bella y la bestia, Aladdin y El rey león. Lo cierto es que todavía hoy sigue siendo subestimada o por lo menos malentendida, a tal punto que pareciera que la reversión de acción en vivo vendría a poner toda la carga de feminismo e inclusión que en el original animado estaba supuestamente ausente. Grave error: el film de Tony Bancroft y Barry Cook ya era muy inclusivo y feminista, y encima de manera potente e inteligente.

La clave para cimentar esa potencia e inteligencia mencionada pasaba en buena medida por cómo la película abraza con fervor tres lenguajes cinematográficos a los que combinaba con gran habilidad: la comedia, el musical y la épica. Eso se aprecia, por ejemplo, en la secuencia donde se escucha por primera vez el tema I’ll Make a Man Out of You, en la que se muestra el proceso de entrenamiento de Mulán y sus compañeros, que pasaba por una primera etapa desalentadora, donde nada sale bien, para pasar a otra donde se evidencia el aprendizaje efectuado por la protagonista, ganándose su lugar a nivel grupal pero también consolidando su propia identidad individual. Si ya la canción es perfecta en la forma en que va creciendo en vigor y se enlaza con las imágenes, funciona además como una operación irónica, porque mientras la letra no deja de ensalzar los rasgos del discurso sobre lo que es considerado propio de un hombre, es una mujer la que se impone y lidera sin abandonar su feminidad, aunque esté escondida a la vista de los demás.

Ese es apenas un ejemplo de un film sobre la subversión de expectativas que se la pasa, efectivamente, subvirtiendo expectativas. Y que construye su arco dramático sobre una joven buscando su lugar en el mundo sin resignar jamás la aventura y la comedia. Es que la película se da cuenta que esa operación de mascarada que realiza la protagonista, fingiendo ser un hombre para poder reemplazar a su padre en el ejército, está todo junto: los gags construidos desde el ocultamiento y los malentendidos -la escena donde Mulán se va a bañar en un lago es fenomenal-; el aprendizaje de la disciplina militar como un camino plenamente aventurero; la inmersión en el horror de la guerra y la consciencia de ser distinta y subestimada como un componente plenamente dramático. La cumbre de esa mascarada se da en la secuencia de travestismo donde son los soldados los que se disfrazan de mujeres para poder infiltrarse y vencer al enemigo: a esa altura, los límites identitarios se han borroneado, todo es falso y verdadero a la vez.

Es cierto que Mulán hace su propia interpretación -muy norteamericana, por cierto- de la leyenda en que se basa, y ahí está el dragón con la voz de Eddie Murphy (con su carga de guiños autoconscientes y gestos que revelan el artificio) para evidenciarlo. Pero esa apropiación no deja de respetar el espíritu de ese material legendario y lo usa como trampolín para construir un universo apasionante y una protagonista cautivante en sus acciones. Sin necesidad de remarcaciones, Mulán era una película con impronta propia, que nos decía cosas importantes sin tener que decir “soy importante” y que rompía con unas cuantas convenciones a puro movimiento. Sin embargo, las lecciones que dejó parecen haber sido olvidadas en este presente estático y solemne.

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