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Jeffrey Epstein: asquerosamente rico – Miniserie

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

 

Netflix tiene un variado catálogo de series documentales vinculadas al género criminal y policial, algunas de las cuales han exhibido resultados extraordinarios, a partir de cómo trabajan lo horroroso y las formas en que alcanzan un carácter sistémico. Producciones como The keepers o Evil genius nos hacen preguntarnos no solo por las formas en que operan las mentalidades de individuos casi surreales en su maldad, sino también por cómo encuentran compañeros de andanzas o estructuras de poder que los cobijan, que les otorgan sentido y propósito. Sus investigaciones e indagaciones ofrecen múltiples respuestas, pero muchas más preguntas, la mayoría inquietantes, desestabilizadoras, incluso angustiantes, pero también fascinantes. Lamentablemente, Jeffrey Epstein: asqueroso rico es todo lo contrario, y eso que había material interesante de sobra en la historia detrás de la red de pedofilia, prostitución y abuso que construyó el acaudalado financista con la complicidad y anuencia de altos estratos del poder político, legal y económico, hasta su arresto en el 2019. Compuesta por cuatro episodios de algo menos de una hora, tiene una primera mitad relativamente atractiva, a partir de cómo se centra en una serie de investigaciones policiales sustentadas en un par de testimonios puntuales que quedan en la nada gracias a la protección del sistema judicial de la que gozaba Epstein. Sin embargo, ya a partir del tercer capítulo, el relato es claramente apropiado por la agenda del movimiento #MeToo y su ideología, que demuestra ser declamatoria, demagoga y hasta peligrosamente infantil. Si la serie amagaba con plantear preguntas inquietantes – ¿cómo Epstein llegó a semejante posición de poder? ¿Cómo construyó sus vínculos amistosos con gente como Donald Trump o Bill Clinton? ¿Su figura era apenas la punta del iceberg en un entramado mucho más grande y complejo? ¿Realmente se suicidó o hubo una mano negra detrás de su muerte? -, todo eso queda en un lugar secundario a partir de respuestas superficialmente tranquilizadoras. Apresuradamente, con recursos banales -por ejemplo, una superviviente mirando al mar desde un acantilado, como metáfora de un momento donde intentó escaparse de la isla propiedad de Epstein- y en particular en el último capítulo, la serie diseña un universo de antagonismos simplistas: el machismo abusador de Epstein y sus amigos, contra la sororidad entre las supervivientes y el movimiento #MeToo. Y es ahí donde esta mirada infantil se transforma en peligrosa, porque borra con el codo todos los elementos potencialmente turbadores. De ahí que se mencione pero nunca se aborde en profundidad que toda la gente que reclutaba y engañaba mujeres jóvenes para Epstein pertenecían al género femenino: desde su pareja, Ghislaine Maxwell (que también participaba activamente de los abusos), hasta varias ayudantes que posiblemente cumplían roles muy relevantes. Jeffrey Epstein: asqueroso rico prefiere no preguntarse cómo es que la feminidad puede asociarse con la masculinidad de las peores maneras posibles, disolviendo toda inquietud, todo enigma, incluso creando nuevos silencios.

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