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Street fighter, la última batalla (1994)



LA CREENCIA EN LOS ARTIFICIOS

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Sonic: la película tuvo un arranque este fin de semana que la posiciona como para eventualmente convertirse en la adaptación cinematográfica de un videojuego más exitosa de la historia. De esta manera, está superando un camino ciertamente conflictivo, que incluyó el costoso rediseño visual del personaje principal, luego de las quejas de los fanáticos cuando apareció el primer trailer. Sin embargo, su desarrollo problemático no es precisamente el primero para un film basado en un videojuego: de hecho, hay un largo historial previo y no está mal recordar uno particularmente arduo.

El caso de Street fighter, la última batalla está plagado de peleas y malentendidos, que arrancaron con su misma planificación: su presupuesto era muy acotado y buena parte se la llevaron los contratos de Jean-Claude Van Damme y Raul Julia, con lo que el resto del elenco tuvo que ser completado con desconocidos en una producción con muy poco margen de maniobra para Steven E. de Souza, quien debutaba en la dirección luego de escribir éxitos como Duro de matar, 48 horas y Comando. Después el rodaje fue un infierno, con Van Damme atravesando problemas de drogas y faltando al set a cada rato, y Julia enfrentando un cáncer que finalmente se llevaría su vida. Cuando finalmente se estrenó, la película fue vapuleada por la crítica, denostada por los fanáticos del videojuego y considerada un fracaso comercial, a pesar de que recuperó la inversión y hasta ganó algo de dinero. Y todo eso impidió que se la analizara como lo que realmente era: una película no solo divertida en los disparates que proponía, sino también mucho más inteligente de lo que parecía a simple vista.

Hay que decir que Street fighter, el videojuego, sólo se dedicaba a aplicar los preceptos básicos del género de lucha: un personaje que podía ser elegido por el jugador y que iba enfrentándose a otros personajes bastante particulares, en escenarios claramente diferenciados entre sí. No había un relato sólido, una narrativa detrás, lo que terminó siendo un trampolín para la creatividad y acidez de Steven E. de Souza, que tanto desde el guión como la dirección se zambulló en el delirio.

Street fighter, la última batalla toma esa esa acumulación de estereotipos que es el videojuego, y arma un relato que es pura exposición de esa superficialidad: tenemos al General Bison (un Julia resumiendo todas las figuras totalitarias de la historia en uno sola), una especie de dictador que desde el ficcional país de Shadaloo (WTF?) se ha convertido en una amenaza para el mundo, al que planea conquistar. ¿Quién se enfrenta a él? El Coronel William Guile (Van Damme en plan tan serio que termina siendo involuntariamente divertido), quien lidera un ejército multinacional –vale el pensar lo “multinacional” en clave mercantil- de las “Naciones Aliadas”. Los demás personajes se van acumulando a través de varias subtramas: Blanka es un soldado sometido a crueles experimentos; Dhalsim es un científico forzado a trabajar para Bison; Ryu y Ken son expertos en artes marciales debatiéndose entre actuar decentemente o quedarse con la torta monetaria que va pasando de una mano a otra; Sagat, Dee Jay y Vega son los típicos criminales sin moral o culpa; y Chun-Li es una periodista que junto al ex boxeador Balrog y el ex luchador de sumo Honda quieren saldar antiguas cuentas con Bison.

Pero el personaje que le permite a Steven E. de Souza establecer claramente su mirada sobre el universo que presenta es el de Zangief: este luchador ruso es un crédulo de campeonato, que está absolutamente convencido de que Bison es un luchador por la libertad y que sus enemigos son todos opresores. Recién en el final se dará cuenta de que todo era una mentira y que estúpidamente siguió las órdenes de un dictador megalómano. El realizador de la película expone así, con bastante crudeza pero también mucho humor, que para que los líderes totalitarios –o buena parte de la clase política- lleguen al poder, no sólo necesitan del dinero, sino del apoyo de las multitudes que lo aclaman, ignorando lo que no se puede ignorar y defendiendo hasta lo indefendible. Para que haya discursos rimbombantes y puestas en escena brillosas –Bison es, como todo dictador, alguien muy interesado en la imagen y lo mediático-, se necesitan personas que oigan y escuchen, nos dice De Souza.

Y aunque es cierto que el ojo del cineasta se centra primariamente en la alegoría sobre el quiebre del discurso soviético –no nos olvidemos que la película fue estrenada en 1994, a sólo cinco años de la caída del Muro de Berlín-, también tiene algo para decir respecto a la perspectiva occidental-capitalista. Street fighter, la última batalla, con un tono decididamente bizarro y absurdo, fue de las primeras películas en cantarnos la dolorosa posta: Estados Unidos era el que ponía las condiciones, nos gustara o no. En esto, la figura de Guile, un militar estadounidense –pero interpretado por un belga como Van Damme- que lidera a una organización global para imponer (a los tiros) la paz, es determinante. El film podría ser visto como una alegoría intervencionista a favor del imperialismo –y en parte lo es-, pero en el fondo es la certificación del triunfo del mayor artificio de todos, que es el capitalismo: la escena donde Sagat y Dee Jay abren un cofre esperando encontrar una fortuna en dólares, para terminar hallando un montón de billetes con el rostro de Bison, quien ambicionaba crear su propia moneda, lo refrenda. En lugar de una construcción, tenemos otra, pero todas son construcciones, siempre sostenidas en la pura credulidad.

De Souza, que ya en Duro de matar había reflexionado con agudeza sobre las superficies que son las corporaciones, el matrimonio o la familia, volvía a decirnos que todo era un juego, un montaje, algo en lo que elegimos creer, y que eso en el fondo no dejaba de ser algo divertido. Vale la pena darle una nueva oportunidad a Street fighter, la última batalla para tomar consciencia de que algo de razón tenía y que incluso fue anticipatoria: su realidad alternativa ya se convirtió en la realidad que vivimos. Quizás Bison podría ser Presidente del mundo sin necesidad de ser un dictador. O por ahí fingió su muerte y ahora mutó en Donald Trump. ¿Fake news?

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