
Por Virginia Ceratto
(especial para @funcinemamdq)
No sin al menos desconcierto, muchos artistas, espectadores, críticos, nos enteramos de que las autoridades del Ministerio de Gestión Cultural Provincial levantaron la extraordinaria muestra antológica del artista José Solla -de quien el Sr. Google, como dice Nino Ramella, se ha agobiado de publicar- que esperábamos estuviera durante más tiempo en el Museo MAR, para poner en su lugar Rocca en La Usina (parece que viene con el mismo nombre con la que fuera contratada en el espacio que se menciona, en CABA).
Independientemente de la técnica de Gabriel Rocca, y de los personajes (todos o casi todos celebrities) que se verán, en su mayoría rockeros de alta gama y luego mujeres glamorosas en su esplendor, aquí quiero detenerme: se trocó Rosalía (así el nombre venerando a la mujer) de Solla, por varios retratos cuasi publicitarios.
Y sé que la Moda se puede tratar y hace décadas se hace, como parte del diagnóstico social, sé que no tiene por qué estar subvalorada. Entre otras cosas, porque una simple minifalda marcó un hito en lo que fue y es el paradigma del feminismo.
Pero esto que se cuelga no alcanza. Así hubieran sido fotografías de Diane Arbus, cuya antología en el marco de Circus (2013) cubrí en el Museo de Arte Contemporáneo de Viena -MUMOK, MuseumsQuartier-.
Lo dije, si vamos a hablar de técnica, impecable. Pero… pero, ahí, en el lugar donde había relato y contenido, con esas mujeres estupendas aún en miniatura algunas, mezcla de esteatopigias y brujitas, con ese aire de misterio y aquelarre medieval, y paradojalmente de indudable modernidad y hasta vanguardia; en donde lo crepuscular es trascendido por la luz del Maestro, en el que las damas son protagonistas de alguna historia que se narra y se vive, habrá, en los próximos días, retratos de artistas -se salva la parte dedicada al rock, en tanto testimonio y homenaje- y de féminas en primer plano, muchas con los rostros y los senos con brillantina o aceites, que bien podrían ilustrar cualquier marca.
Retratos acabados e iluminados muy bien, y en algunos casos de impecable factura, pero sin composición, mirada poética, ni crítica. Aquí no hay denuncia sino banalización. Mortadela y strass.
Y más allá de la belleza y/o la figura icónica de las mujeres en cuestión, me pregunto, en estos tiempos, en donde se dan tantas batallas en contra de la cosificación de la mujer, ¿no es esto una cosificación? Una duda. Cada cual sabrá.
No solamente fue, es, desprolijo para con el artista José Solla, sino inoportuno para estos tiempos de deconstrucción del patriarcado.
Y otra: ¿se puede (sí, claro, se puede, pruebas al canto) levantar una muestra pautada y pactada, de palabra o por contrato, con un artista de nivel internacional, o no, de nivel, para colgar en su lugar otra? Otra que seguramente será más marketinera en la temporada de verano, obvio.
¿No es un destrato hacia el creador y hacia el público? ¿Hacía falta? ¿No se podría haber hecho una curaduría que lograra la convivencia de ambas exposiciones?
¿Una en la sala asignada y la otra en la sala 3?
Lo cierto es que muchos nos sentimos avergonzados con el maestro Solla, aunque no tengamos nada que ver con las decisiones de la “gestión” y lamentamos que ya no se pueda ver una retrospectiva que sumó una página más que valiosa en la Historia del Arte argentino. Y ni hablar de la absoluta falta de pacatería o prejuicio de Solla, lo suyo es sublime y atrevido, lo suyo es hasta subversivo y por eso, primordial.
Rocca no estará mal, pero dolerá el ostracismo de Solla, y lógico, Rocca será popular y dará de qué hablar entre los más jóvenes.
Pocas veces, a lo largo de mi trayectoria como crítica, he tenido que lamentar semejantes desprolijidades.
Poner a Valeria Mazza en lugar de los mil y un cuerpos de Rosalía. Una ecuación que no cierra. Sobre todo porque de prepo, Rosalía se tuvo que marchar, la embalaron.
Dicho esto con todo respeto.