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Argentinos “afuera”: Marta Marvulli en otro MAR

Por Virgnia Ceratto

(Especial para @funcinemamdq)

Marta Marvulli, gran artista plástica argentina, durante décadas “vecina” de/en Mar del Plata, migró a Cataluña/Catalunya, como os guste, hace años. Allí, desde Barcelona y sus pueblos y ciudades vecinas y desde múltiples escenarios en el mundo, cuenta que hay mucho talento que se va en avión.

Recientemente y muy pronto, expuso/expondrá en la Galería d´Art MAR (Barcelona), con una serie retrospectiva en la que se incluye la obra que ilustra esta nota: Fumando espera.

Y ese título, con una técnica tradicional, en tonos sepia, ilustra no solamente su trayectoria en las artes plásticas sino su postura política… política, no partidaria (que partidaria se quedaría corta), en lo que se refiere y atraviesa la lucha de las mujeres en este ámbito.

Marta fuma y espera, y mientras espera, trabaja. Siempre trabajó.

Para los desmemoriados, que en estos lares hay demasiados, fundó una de las primeras asociaciones de artistas plásticos, con sede en la calle Belgrano, reuniendo a varios talentos locales y de otras ciudades costeras, con excelencia y generosidad.

Fue pionera en la marquetería en cuadros, logrando retratos de una minuciosidad exquisita, no tiñendo, sino eligiendo pequeños fragmentos de diferentes maderas que incrustaba en los soportes para lograr líneas perfectamente acabadas, luces y sombras, de una definición increíble.

También fue pionera en explorar materiales orgánicos, reciclando su propia pasta de papel mediante la mixtura de una técnica “secreta” en la que intervenían hojas de diferentes plantas. Tiempos de licuadora. Así, inmortalizó a la videasta Edith Menéndez en una mujer-pantera, obra de gran formato que forma parte de una colección privada de quien supo ser un prestigioso hotelero de Mar del Plata. Recorriendo estancias “prestigiosas” durante mi paso por el diario “decano” de la ciudad, encontré dos obras suyas en marquetería, no a la vista del público, una lástima, sino en la pinacoteca de sus dueños.

Inteligente como pocas, fui testigo de una caja negra, que puso como quien va de paseo, en el foyer del Auditórium, allá por promediados los ’80. Una caja que tenía unas aberturas en sus cinco caras expuestas: las personas metían con prudencia, o miedo, la mano, y se encontraban con texturas que remitían a otros planos, mucho más vastos que su continente y así, iban llevados, por su propia palma y la de la artista al fondo del mar, a un animal doméstico, un perro, o a un animal salvaje. O al lodo. La gente cerraba los ojos y contaba lo que imaginaba mientras “tocaba”. Marta Marvulli (nos) hizo tocar fondo y altura, recuerdos y sueños. Memorias y profecías.

Cada día llevaba la caja, la dejaba ahí (nadie de seguridad -aún creo que no existía el área de Plástica- advertía esta intromisión, esta verdadera intervención) y como un espectador más, animaba a que otros se animaran. Y registraba, no en una libreta, sino en su cabeza. Decía que eso que narraban las personas era lo que tenían en mente y querían o temían ver. Y con ese material intangible volvía a su taller.

Taller que tuve el privilegio de frecuentar, en la calle Formosa al 3200, donde había desde caballetes hasta mesadas y hornos para fundición. Y una mesa de billar, por si alguien se aburría. Obvio: nadie se aburría.

El horno era el soporte de bebidas y comida que prodigaban con su familia. Y alguna que otra vez una carambola.

En esos hornos trabajaba la técnica “a la cera perdida”, para una línea de joyería que exportó durante años. Una línea étnica.

En oro, plata, cobre, arcilla, usó los cuatro elementos griegos. Agua, aire, tierra, fuego. Y el quinto, que es chino, el metal.

Marvulli estudiaba las diversidad cultural y la reflejaba en medallones o aros de una originalidad absoluta: originalidad/origen porque respetaba lo esencial de cada etnia, fuera precolombina o egipcia, y origen porque lo suyo no tenía precedente por estos lares y distaba inmensidades de lo que se podía encontrar en cualquier local exclusivo. Marta Marvulli precedió también en eso a los diseñadores que ahora están, en buena hora, en auge.

Con su compañero de vida, Héctor Marvulli, fundó el primer club del Trueque en Mar del Plata, porque la gente no tenía trabajo y obvio, ni qué comer. Me consta que no “ganaron” nada con eso. Solidaridad pura.

Y empeño, y animarse. Lo vieron en una nota, y lo aplicaron. Nada de pedir permiso, más vale pedir perdón.

Hoy en día, no únicamente sigue con su obra “de caballete”, sino que su arte es requerido como contenido de escenografías para grandes shows, por ejemplo para Sony, en pantallas de 20X6 metros, alcance como ejemplo las de Ednita Nazario o Ricky Martin.

Y me detengo en la de Ednita: La pasión tiene memoria. Extraordinario recorrido de la obra de Marvulli que aporta continente al contenido de la Voz, haciendo del escenario otro canto que se suma en color.

Marvulli fumando espera, o no. Fumando trabaja. Y a propósito de Pasión y Memoria. Sabemos que Pasión viene de Patior, “lo que no se puede evitar”: Marta se electrocutó, literalmente y no por propia voluntad, muy joven. Y cuando las computadoras no existían más que en los sueños de los que las hicieron, lejos de perder la Memoria, se “reinició”. Antes de recuperar el habla cuentan que ya estaba pintando otra vez.

Esta artista nos enaltece. Fumando espera. Fuma, desde chica, como las pioneras, no digo que fumar esté bien, digo que había un slogan que aplicaba “has recorrido muchacha un largo camino ya”. Fumar fue un acto de rebeldía para la mujer. Y esta artista es rebelde. Se anticipa y sin embargo, no reniega de lo clásico, hasta en eso es de vanguardia.

Desde este mar, hacia otro mar. Marta Marvulli, bendita (en cualquier credo) sea tu estampa.

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