No estás en la home
Funcinema

La Patagonia rebelde (1974)



PREMONICIONES Y CONTINUIDADES

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

A cuarenta y cinco años de su estreno en los cines, La Patagonia rebelde puede verse no solo desde el ejercicio nostálgico como un film de su presente, que a partir de su lectura de un hecho pasado anticipaba un futuro que ya estaba latente, sino también como una muestra de formas discursivas vinculadas a lo artístico, cultural y político que siguen presentes en la Argentina. En buena medida, el cine argentino sigue estancado ahí, en el lenguaje de la película de Héctor Olivera, quizás porque el país continúa paralizado en instancias similares.

El pequeño seleccionado de actores de la época (Federico Luppi, Héctor Alterio, Luis Brandoni, Pepe Soriano, Osvaldo Terranova, Walter Santa Ana, entre otros) protagonizaba un relato que, basándose en el libro de Osvaldo Bayer, se remontaba a los hechos vinculados a la Patagonia trágica, entre 1920 y 1921, con la intención de dialogar con ese presente de la primera mitad de los setenta que era cada vez más tenso y violento. Claro que ese diálogo terminó siendo más literal y directo de lo que los participantes del proyecto pensaban, con toda clase de dificultades, barreras y hasta amenazas donde el poder político (ese peronismo post-Cámpora que sería el hogar perfecto para la Triple A) jugó un rol sumamente relevante.

Si la violencia estaba fuera de la pantalla y en los hechos que se reflejaban en ella, también lo estaba, en cierta forma, en la construcción narrativa y el diseño de los personajes. Todo en La Patagonia rebelde es en volumen alto, remarcado y explícito, sin sutilezas, como invadido por una urgencia más periodística –propia del libro de Bayer- que cinematográfica. Lo que arma Olivera no es un “cine urgente”, sino apurado, atropellado, de buenos nobles en su sacrificio y malos casi caricaturescos. No hay casi lugar para la sutileza o la ambigüedad, excepto para el Teniente Coronel Zavala que interpreta Alterio, un tipo que se termina asumiendo como villano casi a su pesar, un mero instrumento de poderes superiores y que es el centro de una escena final que resume las tonalidades del film: toda la patronal dedicándole una canción en inglés (como para que quede claro cuán anti-patria son) y la cámara acercándose a sus ojos, buscando en ellos su ira y su arrepentimiento por lo que hizo. La remarcación tanto desde el habla como desde la imagen.

Quizás en ese momento la estructura formal y de contenido de La Patagonia rebelde fuera válida por su contexto. El problema es que el cine argentino nunca la superó del todo: se la puede rastrear en películas como Plata dulce (1982), El dedo en la llaga (1996) o Iluminados por el fuego (2005), por citar apenas algunos ejemplos. Posiblemente sea porque en la Argentina cualquier discusión política rara vez no se da a los gritos. En ese sentido, La Patagonia rebelde continúa siendo (para mal) una película actual, de un presente plagado de buenos buenísimos y malos malísimos, donde no hay grises y los rivales solo quieren la desaparición de ese otro al cual enfrentan. Un país detenido, en un presente perpetuo marcado por un pasado que siempre retorna.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.