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Recapitulación de Game of thrones: A Knight of Seven Kingdoms

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

ATENCIÓN: SPOILERS

Las grandes series, esas que son adictivas a medida que se suceden los episodios, tienen sus cimientos principales no tanto en las secuencias-evento (por ejemplo, las grandes batallas), las tramas y subtramas, o los giros dramáticos, sino en los personajes, en esos sujetos capaces de crear toda clase de conexiones con los espectadores. Nos importa más lo que les pasa a esa gente que vemos en pantalla, y no tanto los sucesos, por más que nos engañemos y creamos lo contrario. Pasaba con Lost, pasaba con Breaking bad, pasa con Game of thrones. Esto es lo que explica que pueda ser sumamente atractivo un capítulo como A Knight of Seven Kingdoms, donde casi no pasa nada, excepto al comienzo y al final. Gran parte del relato es en su mayoría pura espera, preparativos, gente discutiendo estrategias y confrontaciones de puntos de vista (aunque sin grandes perspectivas de alterar lo inalterable, que es la llegada del ejército de los Caminantes Blancos), aunque se evidencian los lazos de afinidad, las desavenencias y tensiones.

Si se podía esperar que buena parte de la trama girara alrededor de Jaime teniendo que rendirle cuentas a todo Winterfell y a unas cuantas familias de Westeros, la cuestión se decidió rápido, gracias en buena medida a la intervención de Brienne, que es posiblemente la gran protagonista del episodio. Ella es la que garantiza el honor de Jaime y la que consigue que Sansa, Daenerys y Jon Snow lo perdonen. A partir de ahí, todo empieza a girar alrededor de la latente presencia de los Caminantes Blancos, que se aproximan con todo su poder (y mito de horror) a cuestas. Si nos detenemos a analizar mínimamente A Knight of Seven Kindgdoms, nos daremos cuenta que prácticamente todo es una acumulación de conversaciones.

Claro que esos diálogos que se van dando reflejan lo que son los personajes y sus perspectivas, para bien y para mal. Por eso ese encuentro privado entre Sansa y Daenerys, donde amagan con encontrar varias coincidencias, pero hallan un punto de quiebre cuando el centro de la cuestión pasa a ser el destino de Winterfell una vez que Daenerys llegue al Trono de Hierro (esas manos que dejan de tocarse lo dice todo). Lo mismo respecto a los cruces entre Sam y Jon Snow (con la pequeña referencia a esa gran verdad ya revelada un par de veces); de Arya con Gendry (en ese progresivo coqueteo que termina en sexo, donde es la mujer la que marca la pauta); o de Bran con Tyrion y Jaime, quienes a su vez tienen su propia ronda de recuerdos. Hay varias secuencias más de interés –Jorah y Lyanna Mormont, Missandei y Grey Worm, por citar algunas-, pero la más relevante es la especie de reunión de camaradería que se va armando entre Tyrion, Jaime, Davos, Tormund, Brienne y Podrick, que tiene sus momentos hilarantes (principalmente desde Tormund, ya convertido en un comic relief), pero luego se va constituyendo en una buena ocasión para emocionarse. Primero con Jaime permitiendo que Brianne pase a tener el estatus de Caballero (un bello momento, de puro honor medieval más que de reivindicación feminista) y luego con la canción que entona Podrick, que permite un paneo por todos los personajes, en esos últimos instantes de paz antes de que lleguen los Caminantes Blancos.

El final de A Knight of Seven Kingdoms se da, como corresponde, con uno de los grandes momentos esperados, aun desde su previsibilidad: Jon Snow contándole a Daenerys que es también un Targaryen, y Daenerys viéndolo de repente como un competidor al que difícilmente le pueda ganar, por más que tenga un par de dragones ayudándola. Pero lo importante estuvo antes, en esa espera de (casi) todos los protagonistas, que posiblemente haya servido a algunos de despedida antes de la que promete ser una cruenta batalla.

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