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Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969)



CRÍMENES Y CARISMAS

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

El cine norteamericano siempre tuvo una relación problemática con el mundo del crimen y el delito, donde llegaron incluso a convivir el repudio con la fascinación. Hacia finales de los sesenta y principios de los setenta (de la mano del desencanto generado por la Guerra de Vietnam y la creciente influencia de distintos movimientos contraculturales y anti-sistema), la segunda vertiente se profundizó, posibilitando la llegada de películas como Bonnie y Clyde, El Padrino y Tarde de perros. Butch Cassidy and the Sundance Kid se inscribe dentro de esta ola de films que exploraban rincones de la marginalidad, idealizando personajes y eventos históricos, de la mano de un nuevo sistema de estrellas.

A esa altura, Robert Redford y especialmente Paul Newman eran figuras cada vez más consolidadas y carismáticas. De hecho, el segundo ya tenía en su haber cuatro nominaciones al Oscar como actor y una como realizador. En el caso de Redford, el suceso de esta película significó la confirmación de que su rostro podía aparecer en toda clase de géneros y hasta ser una marca de época. Pero Butch Cassidy and the Sundance Kid, con su enorme éxito, terminaba de ratificar que el western había tomado otros rumbos para conectarse con el público, donde la conexión con lo histórico, la búsqueda de espectacularidad y las lecturas políticas eran vehículos determinantes.

En esa apuesta de un Hollywood que intentaba reescribir géneros considerados “menores” en clave prestigiosa para conservar masividad, el rol de un director como George Roy Hill era más importante de lo que podía parecer a simple vista: estamos hablando de un realizador que no destacaba por ser precisamente personal, pero que sabía ponerse al servicio de los requerimientos de los productores y otorgarles marcos adecuados a las estrellas que tenía a cargo. Eso podía implicar un trabajo relativamente fluido con Newman y Redford, pero también peleas de egos con Katharine Ross, quien estaba en pleno ascenso luego de ser nominada al Oscar por El graduado. Hill era un artesano capaz y eficiente, pero sin grandes ambiciones, representativo de un modo de trabajo homogéneo que empezaba a colisionar con las formas de realizadores de estilos heterogéneos como Stanley Kubrick, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, George Lucas, Martin Scorsese y varios más.

En un punto, Butch Cassidy and the Sundance Kid puede verse como parte de esa corriente de westerns “para los que odian al western”. Pero quizás esa mirada sea un tanto incompleta, porque había en el film un ánimo por estudiar los mitos que distaba de ser frío o cínico: lo que se imponía era un romanticismo casi ingenuo, donde se daban la mano la relación viril (casi homoerótica) entre Butch y Sundance; el cuasi triángulo amoroso entre los pistoleros y Etta Place; las fuerzas de la ley como representantes de un poder opresivo; y una noción de aventura que incorporaba lo épico, pero también lo melancólico y hasta lo terminal. El plano final, con la imagen congelada de Butch y Sundance saliendo a disparar en un último y seguramente trágico enfrentamiento, era representativo de la postura de la película y del espíritu de la época en que se estrenaba el film.

Cuatro años después, Redford y Newman se reunirían con Hill para El golpe, donde la criminalidad seguía siendo contemplada con fascinación, pero desde un tono más juguetón. Esa película sería la gran ganadora en la ceremonia de los Oscars, imponiéndose a las mucho más autorales El exorcista, Gritos y susurros y Locura de verano. Hollywood seguía debatiendo consigo mismo y el tiempo que habitaba.

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