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A dos metros de ti

Título original: Five Feet Apart
Origen: EE.UU.
Dirección: Justin Baldoni
Guión: Mikki Daughtry, Tobias Iaconis
Intérpretes: Haley Lu Richardson, Cole Sprouse, Moises Arias, Kimberly Hebert Gregory, Parminder Nagra, Claire Forlani, Kaleb Williams, Keianna Nutley
Fotografía: Frank G. DeMarco
Montaje: Angela M. Catanzaro
Música: Brian Tyler, Breton Vivian
Duración: 116 minutos
Año: 2019


3 puntos


HAY QUE TOCARSE MÁS

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Ya estoy viejo, así que no traten de explicarme. Pero cuando uno comienza a perderse demasiado con las modas, es que el tiempo ha pasado inexorablemente y uno debe correr a abrazarse con sus recuerdos de tiempos más felices. Que no son los del presente, obvio. Es decir… no sé en qué momento la humanidad dio este giro para que los jóvenes disfruten y se emocionen con historias de amor protagonizadas por enfermos terminales. Me pasaba hace unos años cuando Bajo la misma estrella y me vuelve a pasar ahora con A dos metros de ti. Y, estimo, me seguirá pasando. Digo jóvenes porque está claro que son el target al que este tipo de películas apunta: historias protagonizadas por adolescentes donde, como en este caso, las redes sociales y las nuevas formas de comunicación (las videollamadas y Youtube son herramientas constantes aquí) son tan indispensables que, sin ellos, la película simplemente no podría existir. Pero el problema es la enfermedad terminal. A ver… la enfermedad terminal era algo común en el cine, está el caso histórico de Love Story o también La fuerza del cariño, pero era un recurso del guión que aparecía subrepticio. Uno iba a ver un drama, y se encontraba con el cáncer, ponele. No iba a ver de una cómo dos personas enfermas se enamoraban, y se regodeaba en el morbo del tratamiento médico para reflexionar sobre el amor y lo lindo que es quererse y lo importante que es la muerte para fortalecer sentimientos.

En fin, que A dos metros de ti tiene como protagonistas a dos enfermos de fibrosis quística que atraviesan sus tratamientos en un hospital. La distancia que explicita el título es una regla de la enfermedad: quienes padecen este tipo de dolencia no pueden estar a menos de dos metros de otro enfermo, ya que corren peligro de contagiarse algún virus. La película de Justin Baldoni tiene al menos un personaje interesante, que es la Stella de Haley Lu Richardson, una chica controladora a la que el suspenso sobre su propia muerte vuelve, claramente, más obsesiva.  El otro enfermo, el Will de Cole Sprouse, es un arquetipo más previsible, el artista torturado, dueño de un fatalismo que la película usa para oscurecer el panorama y volver todo un poco más cool/irónico. Mientras A dos metros de ti es el drama de Stella, su forma de afrontar la muerte, propia y ajena, es un film discreto, donde el uso de la tecnología le aporta ritmo y la impone como un producto actual y generacional. Hay allí algunas ideas interesantes, una forma de registrar los afectos con cierta distancia y la honestidad de un personaje que buscar estabilizar sus emociones y tener todo bajo control. Los problemas, para los protagonistas y para la película, llegan con el amor.

A partir de que Stella y Will confirman su romance, la película se vuelve un maratón de cursilería (tal vez lo era ya, pero no tan evidente), que juega malamente al suspenso con la salud de sus personajes y apuesta por lo trágico, sin dejar de lado el mensaje esperanzador y la autoayuda. Con un atenuante: la imposibilidad de los personajes por tocarse abre una mirada subterránea pero nada inocente sobre la virginidad, y pone al sexo en un lugar peligroso. Algo que para nada casualmente se ha instalado en varias historias adolescentes de los últimos tiempos. Pero no vamos a negar que A dos metros de ti presenta un riesgo para el cínico como uno que mira todo con desconfianza: Haley Lu Richardson es una excelente actriz (ya lo habíamos notado en la gran Columbus) y uno le cree todo. Lamentablemente Baldoni no cree que con eso alcance, con una chica y sus miedos, y en la última media hora el relato termina por desbarrancarse en una serie de manipulaciones melodramáticas innecesarias. El final es apoteósico por lo ramplón (che Will, sos un salame, no era el lugar ni el momento para hacer lo que hiciste) y apuesta al llanto a moco tendido como confirmación de calidad. Y uno se queda pensando el sentido de todo este calvario, aunque nunca el sentido de la vida y la existencia.

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