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Las aventuras de Robin Hood (1938)



AVENTURAS EN LA EDAD MEDIA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Hace poco que se estrenó la discreta nueva versión de Robin Hood y no viene mal recordar que el cine viene abordando la leyenda del Príncipe de los Ladrones: ya hubo versiones durante la época muda, pero ya con el sonoro Hollywood entregó la que todavía sigue siendo una de las adaptaciones más populares y recordadas. Las aventuras de Robin Hood es un ejemplo consistente de cómo el cine clásico hollywoodense podía apropiarse de materiales ajenos y hacerlos suyos con total fluidez.

Se pueden encontrar varias explicaciones para esta construcción narrativa virtuosa, principalmente desde los nombres. Por un lado, la enorme capacidad de Michael Curtiz (co-director junto a William Keighley, encargado principalmente de las tomas exteriores, que eran las primeras que se hacían) para transitar toda clase de géneros sin despeinarse: antes el bélico con La carga de la brigada ligera, después el romántico con Casablanca o el policial con Ángeles con cara sucia; en este caso, la aventura medieval, sin descuidar elementos románticos, cómicos y hasta dramáticos. Por otro, esa simpatía innata (y hasta directamente canchera) de Errol Flynn, que se convertía en un rostro casi inseparable y emblemático para el personaje de Robin de Loxley, a lo que sumaba la química difícil de igualar que exhibía con Olivia de Havilland. Esas virtudes casi naturales en las figuras involucradas hasta permitían compensar las peleas internas entre el realizador y el protagonista, que fueron una constante durante el rodaje.

Pero las justificaciones para el suceso también pueden encontrarse en los tonos y ritmos de la película, que apuesta a un dinamismo constante y un clima lúdico casi permanente: en Las aventuras de Robin Hood lo que importa, precisamente, es la sucesión de aventuras, la interacción del héroe con personajes que parecen competir con él en la vocación por meterse en situaciones que rozan lo inverosímil. Pero claro, Curtiz, Flynn y Havilland se dan cuenta que la meta clara es crear un verosímil, llevar de las narices al espectador por la historia de un hombre que encuentra en la rebeldía y marginalidad, en ir contra el poder establecido, su razón de ser.

Y es desde la construcción de un verosímil, de hacer posible lo imposible, de acumular tramas y subtramas, héroes y villanos, sin detenerse nunca y haciendo hincapié en el movimiento como eje narrativo, que la película consigue algo que es mucho más complicado de lo que parece: divertir, entretener, hacerle pasar a su público un rato sumamente disfrutable. Aún con sus ligeras imperfecciones, Las aventuras de Robin Hood es un film que continúa siendo un referente ineludible, que ha sido retomado, referenciado y hasta parodiado hasta el hartazgo. Pero también es una especie de guía para la aventura cinematográfica, de cómo tomar materiales ajenos, repensarlos y crear algo propio, llevando ese andamiaje al terreno de lo icónico. Universos como los de El Señor de los Anillos, Indiana Jones o Star Wars miran de costado a esta película ligera y vital, y encuentran más de una bella coincidencia.

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