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La chica en la telaraña

Título original: The girl in the spider´s web
Origen: EE.UU. / Alemania / Reino Unido / Suecia / Canadá
Dirección: Fede Alvarez
Guión: Fede Alvarez, Jay Basu y Steven Knight, basado en la novela de David Lagercrantz, con personajes creados por Stieg Larsson
Intérpretes: Claire Foy, Beau Gadsdon, Sverrir Gudnason, Lakeith Stanfield, Sylvia Hoeks, Carlotta von Falkenhayn, Stephen Merchant, Christopher Convery, Claes Band, Synnøve Macody Lund, Cameron Britton, Vicky Krieps, Andreja Pjic, Mikael Persbrandt
Fotografía: Pedro Luque
Montaje: Tatiana S. Riegel
Música: Roque Baños
Duración: 117 minutos
Año: 2018


5 puntos


DEMASIADO FRÍO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

No viene mal aclararlo: no he leído las novelas escritas por el sueco Stieg Larsson, pero me parece que las adaptaciones cinematográficas de la saga Millennium están extremadamente sobrevaloradas, porque más allá de sus reivindicaciones discursivas seudo feministas y lo que aportaba Noomi Rapace desde el protagónico, no eran más que thrillers discretos. Algo parecido puedo decir de la reversión estadounidense: La chica del dragón tatuado es un film apenas correcto y posiblemente la obra más impersonal de David Fincher. Por eso no me despertaba demasiada expectativa La chica en la telaraña, que está basada en la cuarta entrega de la serie –escrita por David Lagercrantz, quien tomó la posta que dejó el fallecido Larsson- y funciona como secuela y a la vez reboot, a pesar de la incorporación en la dirección del uruguayo Fede Alvarez, que venía de hacer la excelente No respires.

Por desgracia, debo decir que La chica en la telaraña no me defraudó, o más bien, no me sorprendió: estamos ante un thriller con una superficie ciertamente pretenciosa, pero que en verdad tiene poco para decir y en esencia repite la fórmula de sus predecesoras, sin aportar algo mínimamente original. Hay sí una dosis extra de autoconsciencia, que busca colocar a la hacker Lisbeth Salander como una especie de Batichica pero más sombría y marginal, porque de la sexualidad –latente o explícita- queda poco y nada, más allá de algún desnudo ocasional. Pero en verdad, no hay sinceridad en ese meta-discurso, porque está más en función de conectar con un público que no sea solo adulto, sino también juvenil, como si el film estuviera constantemente aseverando “miren esto en clave de cómic”. Pero ese mecanismo de lectura/diálogo es cuando menos forzado, porque a Alvarez le pasa algo parecido a Fincher: le cuesta enormemente imprimirle personalidad al relato desde la puesta en escena, salvo en algunos pasajes donde utiliza con elegancia el plano secuencia (una escena que transcurre en la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos) o la profundidad de campo (una explosión contemplada a la distancia).

La dificultad de Alvarez para apropiarse de lo que está contando lleva a que se noten demasiado los agujeros en la trama, que vuelve a hacer hincapié en el pasado de Salander, funcionando como trasfondo de una investigación alrededor de un dispositivo que se disputan agencias de inteligencia y grupos mafiosos. Siempre sonaban muy antojadizas las facilidades de la protagonista para romper con mecanismos de seguridad de todo tipo y la cantidad de recursos con los que cuenta, pero ahora se suman giros y eventos un tanto inexplicables: por ejemplo, un agente de la NSA que emprende una solitaria persecución de Lisbeth sin supervisión y/o ayuda de la agencia para la que trabaja; o el rol prácticamente irrelevante que juega el personaje de Mikael Blomkvist, que no es más que alguien que está para revelar giros en el argumento.

Pero lo peor de La chica en la telaraña es su frialdad, como si la máxima ambición del film fuera ser un thriller eficiente y que interpele a la mayor cantidad de espectadores posibles. Sin embargo, eso le quita energía y riesgo, lo cual queda muy patente en la interpretación de Salander por parte de Claire Foy, que no pasa de las poses obvias y esperables para los que tienen un conocimiento aunque sea obvio del personaje. Todo es muy lavado y predecible, en una continuación tan correcta y fría que no llega a tener razón de ser.

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