No estás en la home
Funcinema

La historia sin fin (1984)



APOLOGÍA DE LA NOSTALGIA

Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

En la década de los ochenta hubo varios films fantásticos que resonaron en el inconsciente colectivo de una generación: Laberinto de Jim Henson o Willow de Ron Howard, son obras que han ganado su espacio por la capacidad para construir relatos oscuros que apelan a la infancia de una forma que por momentos se vería extraña ahora. Pero si hubo uno de ellos que ha quedado marcado a fuego es La historia sin fin, de Wolfgang Petersen, basado en un relato de Michael Ende quien, si bien inicialmente había colaborado activamente, decidió quitar su apoyo y fustigar a la película por modificar elementos de su obra. Pero toda esta información resulta anecdótica: nombres como el de Petersen, que probablemente se vincule más al de bodrios como Troya o Poseidón antes que a La tormenta perfecta o la película que estamos rescatando, y el de Ende, que aún es un autor a descubrir en la literatura infantil, al menos en Argentina; no tienen ni remotamente el impacto de las imágenes que han quedado en la retina de los jóvenes espectadores que crecieron viéndola. Ah sí, y por un minuto y medio muere un caballo, nadie podría olvidar eso.

Puede ser riesgoso revisar películas sobre las cuales pende cierta aura nostálgica, al menos para quien escribe. El resultado de un nuevo visionado puede ser decepcionante y uno se enfrentaría a escribir más de una memoria emotiva que del film en sí, sintiéndose presionado para acomodar las palabras a las expectativas. Tras atravesar la experiencia se puede decir que, al contrario, resulta enriquecedor más allá de que quizá los efectos especiales no hayan envejecido demasiado bien -en particular, la secuencia de vuelo en Falkor que es una de las imágenes más icónicas del film- y que la percepción sobre las actuaciones ha cambiado porque, bueno, siendo niños es difícil percibir por ejemplo la sobreactuación de Noah Hathaway. Pero sí podemos tomar más consciencia de su subtexto, algo que apenas se intuye de niño, en torno a la muerte, su aceptación, el proceso de duelo, el escapismo y la imaginación como una fuerza tan creativa como destructiva. Y todo esto no lo hace con un enorme marco de diálogos explicativos -salvo quizá el que Atreyu tiene con el aterrador lobo Gmork- o metáforas obvias, sino que se encuentra empaquetado como un relato de aventuras que no deja de serlo hasta el final. El peligro y la urgencia de la situación se sienten auténticos, no es el móvil superficial de un mensaje.

Para que el peligro y la aventura se sientan auténticos debe haber un entorno, un mundo que destile esos elementos, y la creatividad de la puesta en escena de Petersen resulta notable. Fantasía se ve como una tierra misteriosa y amenazante, de proporciones enormes, a pesar de que la recorremos en unos pocos escenarios. Sus criaturas, que resultan en la mayoría de los casos apenas sobrevivientes de una población, tienen un trabajo artesanal que demuestra el enorme poder creativo de las manos que gestaron al film. Su singularidad se define en pocos minutos más allá de lo llamativo que pueda ser su aspecto: las líneas de diálogo del comepiedras ayudan a darle matices en pocos minutos, algo que incluso tienen personajes con menos minutos o incluso segundos, como el padre de Bastian, que en la introducción con su breve aparición define la razón del dolor del protagonista.  Por otro lado, la banda sonora conjunta entre el legendario Giorgio Moroder (que también es el padre del tema infeccioso que se encuentra en cualquier compilado de los ochenta) y Klaus Doldinger resulta épica en todos sus segmentos, siendo imposible no mencionar Bastian’s happy flight -quienes no quieran ver la película de vuelta, busquen ese tema y no hay forma de que no se las recuerde-.

Profundo, rústico por momentos, el film contiene la estructura de otros libros infantiles (como Alicia en el país de las Maravillas) pero añade otras dimensiones a su autorreferencialidad interpelando al espectador, incluso poniéndonos en el lugar de quien puede actuar sobre el final del relato en el desenlace. La historia sin fin incluso se permite plantear que es la exteriorización de un problema, compartirlo, la mejor forma de sobrellevar la carga: la razón por la cual Bastian grita el nombre de su madre para salvar a Fantasía pero también para salvarse a sí mismo, aceptar el sufrimiento de la pérdida. En síntesis esa es la nobleza de la película de Petersen, hacer del relato de aventuras un trayecto sinuoso y oscuro, pero con la luminosidad necesaria para entregar esperanza ante la fuerza arrebatadora de La nada sin sonar kitsch. Eso no es poca cosa.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.