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Recapitulación de Homeland: Active measures

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

ATENCIÓN: SPOILERS

Y un día, luego de una larga espera (tres capítulos bastante mediocres después de un arranque de año prometedor), Homeland volvió a ser Homeland. Active measures recupera buena parte de los elementos más virtuosos de la serie, aportando un saludable dinamismo en una narración con tres planos paralelos.

Por un lado, tenemos a Saul que empieza a sospechar que detrás de la operación viral que desató la masacre ocurrida al final de Like bad at things no estuvo O´Keefe sino la inteligencia rusa, con el claro objetivo de desestabilizar al gobierno estadounidense. Hay antecedentes de un accionar similar por parte de los rusos en conflictos anteriores, y por eso Saul emprende una visita a Ivan Krupin, quien luego de los sucesos de la sexta temporada en Alemania está refugiado en Estados Unidos. Ahí se establece una conversación entre dos viejos zorros de la inteligencia, donde Ivan se muestra un tanto escéptico respecto a la hipótesis de Saul –es decir, que hay factores de división interna que son explotados por fuerzas externas- y apela a cierta simpleza en su razonamiento: a veces, las crisis que parecen domésticas son efectivamente domésticas y no hay influencia desde el exterior. Pero las dudas y especulaciones persisten en Saul, porque claro, Ivan no deja de un ex agente ruso. Es más, hay que ver si efectivamente es ex, o sigue trabajando para la Madre Rusia de manera encubierta. El paralelismo con el rol que jugó la inteligencia de Putin en las últimas elecciones donde ganó Trump es evidente, pero en este caso funciona, porque se ajusta a lo que requiere la trama.

Por otro lado, la tensión escala para la presidencia de Keane, que ve cómo todo puede terminar de estallar por los aires en Virginia luego de la masacre, en la que murieron 19 personas. Para evitar ese más que posible escenario, apela a una movida arriesgada, reuniéndose con la viuda del primer agente del FBI asesinado y tratando de convencerla de que asista –junto a otras viudas de agentes- al funeral colectivo de las demás víctimas. Casi inesperadamente, la jugada le sale bien a Keane, o más bien a las viudas, que terminan siendo acogidas y protegidas por Mary Elkins, que podría ser la que más razones tendría para enfurecerse, pero evidentemente nunca le creyó a O´Keefe y busca ir hacia otro lugar. Moviendo los hilos, pero sin intervenir explícitamente, Keane obtiene un triunfo político importante y retoma la iniciativa, aunque habrá que ver por cuánto tiempo.

Finalmente, asistimos a la operación montada por Carrie –ayudada por Max, Dante y un grupo de mercenarios encabezados por un tal Anson (interpretado por James D´Arcy)- para plantarle un micrófono a Simone, para obtener pruebas de su vínculo con Wellington y las implicancias de esta pareja de amantes en la muerte del General McClendon. La operación está llena de inconvenientes, con el primer micrófono plantado que pierde el audio y el segundo que se pierde en una cartera que se queda abandonada en un Uber. Pero esas ocurrencias extrañas, casi inverosímiles, se muestran creíbles no solo por la sorpresa manifestada por Carrie y su equipo –que no pueden entender cómo les surgen tantos obstáculos- sino también por una puesta en escena de notable fluidez, con un estupendo trabajo en el montaje, una precisa interacción entre los espacios y un suspenso casi infartante que no necesita de remarcaciones en la banda sonora para sostenerse. El cierre es –valga la paradoja- productivamente frustrante: Simone, luego de haber sido amenazada y extorsionada en relación con el asesinato de McClendon, se comunica con Wellington, pero no le dice nada y se dedica a tener una noche de sexo más con el funcionario. La frase final de Carrie resume la situación: “¿Qué demonios?”. Active measures deja algunos interrogantes gigantescos, que vuelven a darle vitalidad a Homeland.

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