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La noche más oscura (2012)



LUEGO DE LA FICCIÓN

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Como bien señala Cristian Mangini en su texto sobre Vivir al límite que integra este dossier, aquella película fue ampliamente cuestionada a partir de la ambigüedad con la que Kathryn Bigelow abordaba la temática de la guerra, Irak, el intervencionismo y la maquinaria bélica norteamericana. Y no era una ambigüedad que pareciera incomodarla, más bien todo lo contrario. La película tuvo múltiples lecturas, muchas negativas, pero eso no impidió que se convirtiera en la obra que consagró a la directora. Ganó un Oscar, de hecho fue la primera y única mujer en ganarlo en el rubro de dirección, y si bien este es un dato irrelevante (sólo importante para aquellos que buscan gestos en los premios) no deja de ser fundamental para entender el cambio que significó en su carrera.

A partir de Vivir al límite, Bigelow siguió transitando el cine de género pero sus ambiciones cambiaron radicalmente: la realidad política de Estados Unidos se instaló fuertemente en su horizonte y no sólo eso, también un dispositivo formal que potenció el lado más maquinal de su cine en detrimento del lúdico. Si en Días extraños los lazos eran con el cine de Brian De Palma, ahora el norte son Michael Mann o Paul Greengrass, autores capaces de crear muy buenas películas pero donde el sustento lúdico está dinamitado por una impronta más solemne y la búsqueda de realismo. Su siguiente film, La noche más oscura, es el mejor ejemplo de los límites en esta etapa de la directora.

Aquí podemos ver cómo las elecciones formales de Vivir al límite se replican, especialmente el uso de la cámara y la construcción de climas a partir de situaciones extraordinarias en el orden de lo real. Y si aquella podía ser disfrutada como un thriller intensísimo sobre un grupo de especialistas en desactivar bombas, sin por eso desestimar su costado más político, en La noche más oscura el elemento genérico queda totalmente disperso por la fuerte imposición del tema: que es una obsesiva reconstrucción de la caza organizada por la milicia norteamericana contra el verdugo Osama Bin Laden. Nuevamente, Bigelow aprovecha todo este asunto para poner en el centro a uno de sus típicos personajes sólidos en la superficie pero endebles emocionalmente: la Maya de Jessica Chastain es una agente profesional y respetable, y su conflicto es debatirse entre aceptar aquello que hay que hacer y su reprobación horrorizada. Su rol, aunque activo, no deja de ser bastante pasivo, y desde ahí, desde su punto de vista, es que el espectador también asiste a un festival del espanto donde la tortura es moneda corriente.

El problema de La noche más oscura es que no hay aquí imágenes con la ambigüedad suficiente como para poner en crisis un sistema: no hay un plano como el del sargento James de Vivir al límite paralizado frente a la góndola del supermercado. Como Maya, la película termina siendo levemente cuestionadora y hasta, podríamos decir, ligeramente cómplice. Y el problema es la ausencia de ficción: Osama es Osama, y la idea subterránea de que en definitiva hay cosas horribles que estamos obligados a hacer es algo de lo que la película no puede escapar en lo más mínimo.

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