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Vivir al límite (2008)



CONTRADICCIONES Y AMBIGÜEDADES

Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

Vivir al límite -cuya traducción no conserva nada de la sutileza del título original, The hurt locker, que hace referencia no sólo al proceso de desarmar bombas sino también a las consecuencias psicológicas que acarrea- es una película polémica en la filmografía de Kathryn Bigelow. Lo de polémico parece ser más una cuestión circunstancial que pierde de vista los méritos cinematográficos del film, acaso por los resabios de la condecoración de películas “bienpensantes” que parecían más el producto culposo de una época que pone en la vitrina un tema del que sólo rasca la superficie en paquetes de cine descafeinado. Dos buenos ejemplos son Vidas cruzadas (2004) de Paul Haggis o Babel (2006) de Alejandro Gonzalez Iñarritú, pero englobar a Vivir al límite en esa categoría es un gran error. La primera colaboración de Bigelow con el periodista Mark Boal -que luego del éxito de este film iniciaría una ascendente carrera como guionista- tiene intensidad, músculo y una saludable ambigüedad que abraza un humanismo que no tienen otros films que exploran la guerra de Irak.

Hablábamos de ambigüedad y no lo decimos de forma arbitraria: dependiendo del espectador, se ha señalado que Vivir al límite idolatra la guerra; que su mensaje es anti belicista; que alaba la incursión de Estados Unidos en Irak; que puntualiza el absurdo de esa invasión; que el protagonista -el autodestructivo sargento James- es víctima; y que en realidad es victimario. En fin, Bigelow parece moverse con cierta comodidad en los grises de la película gracias al trabajo exhaustivo de Boal en el guión, que acompañó a un escuadrón de bombas durante la guerra en Irak en 2004.

Antes que un desarrollo narrativo más tradicional y lineal, la directora no se aleja del punto de vista de James pero se focaliza en un mosaico de situaciones que convergen hacia el final en una escena que debe ser uno de los mejores ejemplos de síntesis narrativa en el cine del nuevo milenio: sólo el plano del sargento confuso en el supermercado, descolocado, alcanza a ofrecer un contraste que describe el tópico sobre el que sobrevuela el film; la guerra es una adicción, es una droga y provoca alienación. La astucia de esto no es sólo por lo estrictamente narrativo, sino también por el enorme contraste estético que suponen los colores del desierto y los planos abiertos, frente a los planos cerrados, coloridos y opresivos de un supermercado que parecen la fotografía “99 cent” de Andreas Gursky, indicando la subjetividad del protagonista: su supervivencia en la guerra es apenas una bomba de tiempo. Luego de extensos enfrentamientos con francotiradores, ver a compañeros soldados terminar siendo muertos, vertiginosas secuencias de desactivación de bombas y una realidad atravesada por la violencia como código de reconocimiento, tenemos que nuestro protagonista aparece despojado de todo deseo de volver a una vida en los suburbios.

Hablar del trabajo de Jeremy Renner es a esta altura redundante. El que en ese momento era un hallazgo al que el tiempo dio la razón, terminó transformándose en una figura del cine de acción hollywoodense, aunque su actuación aquí resulta una de las más viscerales que ha entregado el actor gracias a un registro frío e impersonal que se amalgama perfectamente con los tópicos de la película. Por otro lado, una película que parece definirse por el travelling, el desplazamiento constante y una estudiada interrelación en el “plano-contraplano”-y no es sólo algo que se pueda rastrear en el enfrentamiento de francotiradores-, también encuentra momentos de reposo donde se pone el ojo en el rostro humano, el paisaje, como si se tratara de un descanso del absurdo del conflicto bélico.

Con esta película, Bigelow concibió un gran relato bélico y el mejor que pueda rastrearse en torno a la guerra de Irak, con una mirada crítica que interpela al espectador desde la perspectiva del turbulento sargento James, sin lugar a dudas un personaje antológico que entra en diálogo con la forma en que se percibe la guerra en nuestros tiempos, antes que la que finalmente se muestra en las cadenas televisivas.

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