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Sight & Sound, Cahiers du Cinema y Twin Peaks: esnobismo, demagogia y conservadurismo

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Esta semana, las prestigiosas publicaciones Sight & Sound y Cahiers du Cinéma revelaron sus respectivos top ten de las mejores películas del año. Sorprendentemente (o no tanto), en ambas listas aparece la serie Twin Peaks: the return, de David Lynch, en el segundo puesto (detrás de la un tanto sobrevalorada ¡Huye!) y en la cima, respectivamente. A continuación, algunos apuntes sobre un gesto que muchos celebraron como innovador y digno de aplauso, pero que para mí es apenas una muestra de puro esnobismo y demagogia.

1) Primero lo obvio, pero que lamentablemente hace falta recordar de manera tajante. Twin Peaks: the return pertenece al formato televisivo. Es televisión, no cine. Los dos primeros capítulos podrán haberse estrenado en el Festival de Cannes, pero no es el primer caso de una serie que se exhibe en una sala de cine, ni el último (Inhumans tuvo su lanzamiento en salas IMAX). Lynch y su colaborador habitual Mark Frost habrán pensado el proyecto como una larga película, pero la estructura a la que finalmente recurren es episódica, con entregas semanales y de duración similar. Es una secuela/continuación de una emblemática serie televisiva. La emisión fue por la cadena Showtime y el servicio de streaming Netflix. Repito, por las dudas: Lynch hizo televisión, no cine.

2) En Twin Peaks: the return, Lynch vuelve a hacer algo ya habitual en su carrera: tuerce las formas y modalidades del medio que aborda, las pone en crisis, elude o encrespa estructuras narrativas convencionales. Ahí tenemos, por ejemplo, el tercer capítulo, que es un delirio radical, de esos que pueden fascinar o expulsar al espectador. Artista multifacético como es, pone a dialogar al formato serial con elementos de su cine, pero también de su mundo pictórico, fotográfico, musical y hasta arquitectónico. ¿Entonces qué hizo? ¿Cine? ¿Pintura? ¿Fotografía? ¿Música? ¿Arquitectura? Digo, porque si nos permitimos la gestualidad grandilocuente de decir que estamos ante una película de 18 horas, también podemos afirmar con mucha pompa que la serie se convirtió en una extensa muestra pictórica. Pero los muchachos de Cahiers y Sight & Sound se aferran al cine como único –y dominante- refugio. Sin embargo, la verdad es bastante más simple: es una serie, que podrá utilizar múltiples variables de distintas disciplinas y discursos, pero que no deja de apoyarse primariamente en el lenguaje televisivo. Por las dudas, vuelvo a repetirlo: televisión, Lynch hizo televisión.

3) Con los mismos criterios que utilizan Sight & Sound y Cahiers, yo podría salir a decir tranquilamente que la segunda entrega de Stranger things (que hasta se presentó como Stranger things 2) fue una de las mejores películas del año; que la segunda temporada de Master of none es un gran ejemplo del cine neorrealista italiano construido desde Hollywood; o que el cierre de la séptima temporada de Game of thrones, titulado The dragon and the wolf, es una potente película, ya que dura 80 minutos…o sea…¡como un largometraje!!! Ahora, en cualquiera de estos casos, apuesto doble contra sencillo a que la mayoría de estos tipos, como mínimo, me descalificarían con sumo desprecio. De máxima, ni quiero pensarlo. Y lo cierto es que nunca lo haría porque pienso que, a pesar de las interacciones que esas series proponen con el medio cinematográfico (y con otros), no dejan de pertenecer al ámbito televisivo. Y no está mal que así sea.

4) Uno de los problemas de fondo para que esto suceda pasa por Lynch. O más bien, lo que generan Lynch y otros artistas de personalidad muy definida y distintiva (como Lucrecia Martel) en algunos espectadores. Mucho público de Lynch no se diferencia en nada de los fans extremos de Star Wars o Star Trek: la misma arbitrariedad y dogmatismo, pero con distinto nombre. E incluso a veces se da algo peor, que son los aires de superioridad: hay muchos que piensan que son mejores personas porque les gusta Lynch, y no esa porquería de nenitos grandes que es Star Wars. No voy a negar que muchas veces caigo en lo mismo: cada vez que se anuncia un proyecto nuevo de Steven Spielberg, siento un cosquilleo en el estómago casi insoportable. Pero aún así, procuro tener en cuenta que el tipo es humano, se equivoca y no está mal criticarlo, o que incluso lo que hace puede no adecuarse a mis expectativas. Con Twin Peaks: the return (como con Zama) hubo algo muy patente, muy explícito: las expectativas eran tan desmedidas, que la valoración ya era altísima aún antes del estreno. Todavía no se había emitido un solo capítulo, pero ya todos estaban de acuerdo que era algo completamente nuevo y maravilloso. Y cuando la serie comenzó a emitirse, hubo unos cuantos que se dedicaron sucinta y saludablemente a explicar por qué les gustaba tanto lo que veían (por ejemplo, Guillermo Colantonio con sus recapitulaciones, que pueden leerse aquí), pero hubo muchos (demasiados) que parecían haber malinterpretado el texto Contra la interpretación, de Susan Sontag, y se dedicaron a vociferar que Twin Peaks: the return era algo estupendo, asombroso, extraordinario, sin explicar mínimamente por qué. Cumplieron al pie de la letra la parodia de Los Simpson, en aquella secuencia donde Homero miraba precisamente Twin Peaks y decía “¡Brillante! No entiendo nada de lo que está pasando”. Creo que la mayor parte de la responsabilidad está en nosotros, espectadores transformados en fanáticos, pero también en los artistas: tipos como Lynch (y Martel, o Terrence Malick, los Rolling Stones, Bono, y un largo etcétera) juegan con eso, lo utilizan a su favor, con gestualidades y poses permanentes, que les son funcionales porque construyen un público acrítico y por ende estable, que siempre les va a responder.

5) Este fanatismo acérrimo es lo que probablemente lleva a la “gestualidad cinematográfica” de Cahiers y Sight & Sound (a veces, no hay peor fanático que el crítico). Esa voluntad de pretender que Twin Peaks: the return es cine es muy infantil. Pareciera que no se puede aceptar que el genial David Lynch ha tenido que bajar del Olimpo cinematográfico al Infierno televisivo, retomando una marca emblemática que había dejado hace veinticinco años, para así poder seguir desplegando sus obsesiones con comodidad y libertad. Y la verdad que no hay nada de malo en que Lynch haya hecho televisión, está fenómeno que ese medio tenga el aporte de un tipo talentoso dispuesto a cruzar algunos límites y hasta reinventar un poco el formato de las series desde un abordaje desafiante y provocador, arriesgándose incluso a caer en lo que para mí son algunos excesos. Pero no, “Lynch hizo cine, hizo una gran película de 18 horas, la emisión episódica en una cadena televisiva es algo meramente circunstancial, qué brillante película que acabo de ver”. Una caja de calmantes ahí, por favor.

6) Pero además de infantil, el gesto de Cahiers y Sight & Sound es, detrás de una superficie pretendidamente cool y subversiva, profundamente conservador: el mensaje que se transmite es que como estamos ante excelente televisión, ya no es televisión, sino cine, que es un verdadero arte. Es volver a los latiguillos de la “telebasura”, la “caja boba”, la “pantalla chica” (que es inferior al cine, que es la “pantalla grande”). Es un pensamiento muy similar al de la gente que dice que el teatro es superior al cine porque “es en vivo y cada puesta es irrepetible”, ignorando que simplemente son artes que, a pesar de sus puntos de conexión, son esencialmente distintos. Es un discurso que atrasa décadas. Y cuando digo décadas, no me refiero a que es de los setenta u ochenta: es pre-Segunda Guerra Mundial, y estoy siendo generoso porque es un domingo con temperaturas muy altas. Hay que aflojar un poco con el snobismo. Lynch, con Twin Peaks: the return hizo televisión. Aún así, podemos ir a dormir tranquilos.

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