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Recapitulación de Homeland: The Flag House

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

ATENCIÓN: SPOILERS

Continúan las idas y vueltas, las marchas y contramarchas en Homeland, y en The Flag house ya queda claro que la serie ha cambiado la acción mayormente por la intriga política, lo cual no le impide construir instancias de genuina y atrapante tensión. En este episodio, son el pasado y lo afectivo los grandes villanos.

Lo son en primera instancia para Quinn, quien descubre que el asesino de Astrid está ligado a gente muy cercana a su pasado. Gente con la que convivió y trabajó, en misiones seguramente clandestinas, ordenadas por el General McClendon, a quien ya se había visto en un capítulo previo junto a Dar Adal. El flashback donde se ve ese pasado de Quinn establece luego puentes con el presente, consolidándose en el descubrimiento de una camioneta igual a la que explotó en el atentado en Nueva York. Todas las conspiraciones que estaban en la paranoica cabeza de Quinn se revelan como ciertas.

También lo son para Carrie, quien se disponía a declarar oficialmente sobre los sucesos en Alemania, hasta que las garras de Dar Adal (ya definitivamente consolidado como el antagonista de esta temporada) llegan a ella a través de un recordatorio sobre la audiencia para ver a su hija Franny. A Carrie no le queda otra que elegir no declarar, y ni la insistencia de Keane la hace cambiar de opinión. Todo vuelve a fojas cero y es ahí cuando Adal da el siguiente paso adelante.

Porque si Quinn y Carrie han quedado marcados por las acciones de Adal, lo de Keane es extremo: el video que muestra al hijo de la presidente electa en combate (y que fue manipulado astutamente) sale a la luz a través de toda la red de trolls comandados por O’Keefe. El golpe no es solo mediático y político, sino esencialmente psicológico, porque hace estallar todas las defensas sentimentales de Keane. En una secuencia previa, ella y Adal tienen una reunión formal que rápidamente deviene en enfrentamiento liso y llano. Allí, Adal le dice que a él no lo habrán elegido, pero sabe mucho más que ella cómo mantener a América a salvo, y le advierte –en una velada amenaza- que no debe ir a la guerra con la comunidad de inteligencia.

Ver a un personaje como Adal es, para un espectador argentino como el que escribe, una experiencia demasiado cercana: el tipo, con las maniobras que teje, es un equivalente a nuestro Stiuso, un tipo que sabe mucho de su oficio, que conoce incontables secretos y que no tiene límites. Y encima es alguien con sentido de cuerpo: defiende a los suyos, a la “comunidad de inteligencia”, y no tiene problemas en ir a la guerra. No debe obviarse que F. Murray Abraham interpreta a Adal con una solvencia apabullante.

Mientras tanto, Saul parece estar a punto de darse a la fuga para no testificar sobre lo ocurrido en Berlín. Sin embargo, es su ex esposa Mira la que lo hace replantearse su decisión: ¿desde cuándo es un cobarde? ¿Va a huir frente a la adversidad? Por suerte, vuelve a ser el mismo de siempre, ese sujeto que siempre va para adelante, embistiendo. Esa vuelta a ser él mismo lo lleva a la casa de Carrie, donde termina entrando a un cuarto cuasi secreto, en el que observa cómo su antigua discípula sigue desarrollando sus emblemáticas obsesiones paranoicas. Allí, además se topa casi de casualidad con la filmación enviada por Max donde se ve a Adal junto a O’Keefe. Las teorías conspirativas siguen probándose como ciertas.

Y si hablamos de conspiraciones, paranoias y paranoicos, el cierre de The Flag House vuelve a unir a Carrie con Quinn, con ambos espiando una nueva reunión en la que participa el oscuro agente involucrado en el atentado, el asesinato de Astrid y unas cuantas cosas más. Homeland siempre fue una serie sobre la paranoia y los paranoicos. Es el momento de darle vía libre a esa vertiente.

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