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Funcinema

Fences

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Denzel Washington
Guión: August Wilson, sobre su propia obra teatral
Intérpretes: Denzel Washington, Viola Davis, Stephen Henderson, Jovan Adepo, Russell Hornsby, Mykelti Williamson, Saniyya Sidney, Christopher Mele, Lesley Boone, Jason Silvis, Toussaint Raphael Abessolo
Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
Montaje: Hughes Winborne
Música: Marcelo Zarvos
Duración: 139 minutos
Año: 2016


1 punto


TEATRO, TU VIDA ES PURO TEATRO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

August Wilson es uno de los dramaturgos más importantes para la comunidad afroamericana, ya que a través de su obra retrató los problemas y conflictos que ha atravesado ese colectivo social a lo largo de buena parte del Siglo XX en Estados Unidos. Su cuerpo de obra principal es The Pittsburgh cycle, una serie de diez piezas teatrales que aborda la realidad de los afroamericanos en diferentes décadas: Fences es uno de esos textos, y es el que corresponde a la década de 1950. Denzel Washington, uno de los actores negros más reconocidos de la industria de cine norteamericano, protagonizó Fences en teatro y decidió llevarla al cine, colocándose además en el rol de director. El film, que tiene evidentes buenas intenciones al poner en primer plano los conflictos raciales vinculados especialmente con el ámbito laboral (el personaje de Washington, Troy Maxson, es recolector de residuos y se esfuerza para sostener a su familia) sin resignar potencia en el discurso, se ve empantanado por una decisión de puesta en escena que resulta clave: el actor y director privilegia el casi único espacio que conforman la casa y el patio trasero (hay escenas que buscan airear, pero son vergonzosas en su inutilidad), denunciando abiertamente el origen teatral, pero sin ideas claras sobre cómo aprovechar esa quietud ni jugar con el espacio, y sin siquiera aminorar la presencia aturdidora de la verborragia de los personajes.

La película, que debería movilizar y apostar a cierto nervio e incomodidad, luce en contrapartida un quietismo alarmante. Es llamativo, porque si algo podemos respetarle a Washington es que se trata de un animal de la pantalla que conoce la importancia que tiene la utilización del cuerpo ante la cámara. Pero en su rol de director demuestra un desprecio absoluto por la imagen, y un respeto excesivo por la oralidad. En todo caso podríamos entender a la verborragia de los personajes como una forma de representación de cierto imaginario cinematográfico del universo afroamericano, y también a una apuesta que apunta hacia el público de su comunidad dejando de lado la idea de un espectador blanco. Sin embargo el efecto es contraproducente: Fences parece una parodia en la que los personajes negros resultan irritantes en su frenético parloteo; casi que sostiene ese lugar común de los blancos sobre los comediantes afroamericanos y su histrionismo desmedido.

En ese sentido, ingresa otro componente llamativo: el Washington director luce absolutamente imposibilitado de contener a sus actores. Si él mismo aparece insoportable, con un personaje que además resulta bastante repudiable en su machismo y conservadurismo, el showcito de Viola Davis es decididamente intolerable en su sobreactuación descontrolada que incluye un moqueo desaforado a la hora de la intensidad. Además del desboque de las interpretaciones, el director recurre a primeros planos como si desconociera la diferencia entre el espacio teatral y el cinematográfico. Así, todo lo que se pueda decir sobre la discriminación y la desigualdad de la América de los 50’s (que puede ser la del presente) queda relegado a una puesta en escena asfixiante y poco imaginativa.

El desastre que es Fences, una nulidad absoluta como experiencia cinematográfica, se completa con una repetición de todos los tics que tal vez funcionen en el teatro, pero que aquí subrayan burdamente: los elementos metafóricos como esas cercas que el personaje está instalando y que hablan de alguna manera de la protección del hogar (¡caramba, si hasta hay un diálogo que lo explica!) o ese pariente con problemas mentales que es la típica referencia de la locura como escape de lo real, un tipo de representación que atrasa varias décadas en el arte (se me vino a la cabeza el personaje de Michael Shannon en Casi un sueño, de Sam Mendes). La frutilla del postre es ese final elegíaco, reconociendo a un personaje decididamente infumable como este Troy, que incluye miraditas al cielo y una luz que baja para alumbrar y alumbrarnos no se sabe bien sobre qué.

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