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Un monstruo viene a verme

Título original: A monster calls
Origen: España / EE.UU.
Dirección: Juan Antonio Bayona
Guión: Patrick Ness, basado en su propia novela
Intérpretes: Lewis MacDougall, Sigourney Weaver, Felicity Jones, Toby Kebbell, Ben Moor, James Melville, Dominic Boyle, Jennifer Lim, Morgan Symes, Frida Palsson, Wanda Opalinska, Geraldine Chaplin, Liam Neeson
Fotografía: Oscar Faura
Montaje: Jaume Martí, Bernat Vilaplana
Música: Fernando Velázquez
Duración: 108 minutos
Año: 2016


6 puntos


TERAPIA DEL DOLOR

Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

Un monstruo viene a verme no es una película fácil para ver: es una experiencia lacrimosa, dura y por momentos uno siente que el director quiere tocar todas las teclas para que terminemos lagrimeando y reflexionando una larga hora después de ver la película. La cuestión pasa por cómo la fantasía convive con el melodrama, a veces rozando los caminos de la autoayuda antes que confiando en el trazo alegórico que tiene el relato. Si recordamos ese gran clásico que era La historia sin fin (1984), también basada en una obra literaria, entenderemos por qué: en ambas hay una situación de duelo, niños sensibles con problemas de sociabilización y una fantasía que tiene un fin evasivo, algo que también exploró la gran El mundo mágico de Terabithia (2007), por poner uno de los muchos ejemplos. Sin embargo, aquí la fantasía aparece sublimada al profundo melodrama que encasilla la narración, siendo por momentos un elemento secundario para decir las grandes verdades emitidas por el personaje del “monstruo”, asfixiando por momentos el vuelo narrativo de las imágenes. Aún así, el film de Juan Antonio Bayona no deja de tener virtudes más interesantes que las que muestra en la sobrevalorada El orfanato (2007).

Conor (Lewis MacDougall) es el protagonista de este film, que convive con una madre que se encuentra enferma de un cáncer avanzado, siendo al mismo tiempo objeto de burlas y desprecio por parte de sus compañeros debido a que pasa la mayoría del tiempo encerrado en su mundo. La tensión reinante en la casa por el deterioro de su condición y el malogrado vinculo con su abuela lo llevan a una crisis al mismo tiempo que, en paralelo, se le aparece un monstruo en sueños que personifica a un enorme tejo de aspecto violento y diabólico. La criatura con la voz del solvente Liam Neeson aparece para contar historias, prometiendo que una vez que ellas finalicen Conor tendrá que contar la suya y explicar su “verdad”. Es así que aparecen intercaladas dos notables secuencias de animación que, además de enriquecer el costado más lúdico de la narración con un sublime uso del color, tienen una finalidad alegórica que, desafortunadamente, aparecen explicadas. La tensión reinante y el acoso al que se ve sometido lo llevaran al enojo, la ira y la impotencia de no poder resolver las cosas.

Como dijimos, con la excepción de la expresividad animada de los cortos intercalados, el film sublima la fantasía y la hace una pieza de la maquinaria del personaje para aceptar la mortalidad y la ausencia, un tópico que suele estar muy presente en el género fantástico. Se trata de un relato que es sobrellevado de forma exclusiva por el personaje de Conor y, dada la naturaleza del material, la forma en que conduce estoicamente a su personaje a través del relato emociona genuinamente, más allá de que el film nos lleve por algunos golpes bajos innecesarios. Lo de Felicity Jones en el papel de la madre de Conor es correcto pero quien realmente brilla es la abuela encarnada por Sigourney Weaver, haciendo de un personaje con el que podría caer fácilmente en la caricatura una criatura verosímil de la narración. Dijimos que cuando logra expresarse en imágenes Bayona es elocuente y tiene una sutileza que el relato no posee: el uso del color durante los cortos animados y la dirección de fotografía (uno de los aspectos indiscutibles de El orfanato) logra materializar la sensibilidad que la película necesita. Algo que se hubiera agradecido desde el guion.

Un monstruo viene a verme es una película que cuando habla desde la sensibilidad y las imágenes logra conmover genuinamente, pero cuando aparecen las palabras y uno puede ver los hilos que sobrellevan al relato termina cayendo en los peores vicios del melodrama, algo que por suerte nos hacen olvidar las actuaciones y las pinceladas estéticas que atraviesan la historia de Conor.

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