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Mad Men – Recapitulación: Person to person

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

person to person“La lucha es de igual a igual contra uno mismo”, dice la canción. Y Donald Draper parece haber vivido para dar fe de eso: ni sus amigos, ni sus compañeros de trabajo, ni sus hijos, ni su esposa. Nadie que lo conociera mínimamente lo acompañó en el viaje final. Ni siquiera la hija de su falsa mujer, que lo abandonó en medio del río en ese retiro hippie californiano donde recaló a modo de coda. Apenas un tipo común, un empleaducho de sweater, que confesó su depresiva invisibilidad, fue el detonante que motivó la reinvención final de Draper/Dick. Mad Men terminó con un capítulo que -como capítulo- no estuvo entre los mejores, pero que a esa altura exigía otras cosas. Y el genio de Matthew Weiner tuvo la suficiente inteligencia para decidir que el final de una serie, ahí donde se pone toda la energía y los símbolos empiezan a tallar, es en su mismísimo último plano. Y el último plano (y la última secuencia) de Person to person tuvo esa potencia necesaria para convertirse en ícono a la vez que despertar múltiples teorías y miradas.

Es decir, el cierre de una serie no es su último capítulo, si no el final de ese último capítulo. Y en todo caso, ¿es tan importante el final, el cómo termina, saber en qué lugar dejamos a los personajes? Uno supone que a lo largo de siete temporadas, como es este caso, ya conocemos bastante a todos como para tener una idea más o menos precisa de hacia dónde se dirigen. Weiner finalmente decidió que aquellos finales que nos importaban eran los de Pete, Roger, Joan, Peggy, Betty, Sally y Donald. Esas subtramas alimentaron todo el capítulo, pero sólo hubo un trabajo de interpretación y lectura más compleja con Draper, el faro de la serie. No es que no haya habido un recorrido final para cada uno, alguna que otra sorpresa, pero los tiempos de elaboración resultaron un tanto apresurados (la ruptura de Joan, la subrepticia epifanía amorosa de Peggy) y algunas escenas, en su apuro, fueron más felices que otras: lo mejor, el paso de comedia romántica entre Peggy y Stan, o la despedida entre grandes onliners de Roger Sterling. Incluso la oscuridad de ese destino que eligió Betty para sí misma, que condena a la pequeña Sally a crecer aún más de golpe de lo que ya lo ha hecho.

Al fin de cuentas parecería un gran final feliz tribunero, pero no lo es tanto. Si pensamos en las luchas que han emprendido cada uno, evidentemente Peggy habrá encontrado el amor pero sigue siendo una empleada dentro de un orden verticalista que no la respeta. Y Joan, entregada al trabajo y la profesión, sin terminar de hallar el amor. Joan buscó más el amor que Peggy durante las siete temporadas, y cada una termina encontrando lo que la otra necesita más. A la manera en que Weiner cuenta, Mad Men nunca es una mirada global y definitiva, es apenas un trazo, un momento en la vida de un grupo de personas, un recorte antojadizo. Por eso, nada nos hace pensar que ese presente sea eterno. Esto es algo no tan original, pero es claro que Mad Men lo deja bien especificado con su retorcido andamiaje narrativo.

Y no sé qué habrán visto de feliz en cómo Draper termina comunicándose con toda la gente que le importa por teléfono, como su ex esposa lo elude y cómo queda desnaturalizado de cualquier conexión humana con su entorno.

Por eso que obviamente, Draper era el gran enigma a resolver. Y donde esa idea de felicidad general resulta más ambigua y resbaladiza dadas las consecuencias de su viaje introspectivo de estos últimos tres capítulos. El viaje de Donald ha sido, claro, un viaje hacia Dick, su identidad real. Pero un viaje que al fin de cuentas (negación de la road movie y de cierta mirada conservadora) no lo terminó devolviendo al origen de Whitman, sino que lo termina reconfirmando como Draper, ese Ave Fénix moderno. No hay reencuentro, hay aceptación y afirmación. En el final, Donald parece entregado a la meditación, a su conexión con lo espiritual y lo trascendente; pero un travelling hacia su rostro connota la sonrisa, y el corte nos lleva a un spot de Coca-Cola (marca/ícono de esta última temporada) que fue realizado en 1971 y cuyo aspecto visual se asemeja demasiado al retiro donde se encuentra nuestro protagonista.

Es imposible no ver Mad Men en un contexto histórico y sociopolítico. La serie de Weiner, más allá de la universalidad de sus temas, es un producto netamente Americano y donde la cultura -y contracultura- yanqui ha sido tema de estudio fundamental. Es curioso, porque se vivieron allí los 60’s, pero la serie habló más de lo que había antes y de lo que vendría luego. O no tan curioso: uno sólo comprende su tiempo después de haberlo vivido, nunca durante.

Donald, hombre de los 50’s que nunca pudo asimilar del todo los 60’s, o que al menos hizo todos los intentos posibles fracasando una y otra vez, terminó por descubrir el espíritu de época. Ese fue su triunfo y la forma de aferrarse a lo que es. No había nada más falso que Draper haciendo yoga y conectándose con su ser, y la utilización de ese spot no sólo es un cierre perfecto, sino además una idea muy ácida que no termina siendo cínica porque hay tras el personaje toda una red que revierte la impostura: Draper es un publicista, el mejor, y la idea que se le acaba de ocurrir es decididamente brillante. Draper no sale adelante porque se autodescubre (ni porque se convierte en mejor padre, ni en el mejor esposo, ni en el mejor amigo), sino porque en todo caso termina por congeniar con el tiempo que le toca vivir. Y, además, puede convertir ese tiempo en otro material de consumo, tal vez el más grande que nunca promocionó.

Weiner juega con nuestras expectativas malvadamente, pero esa risa habilita la nuestra. Draper no se convirtió en gurú, o no al menos en un gurú de esos que venden amor. Donald sigue siendo aquel que usa el amor para vender medias, salvo que ahora utiliza lo new age para vender gaseosas.

Entre todos los finales posibles, Weiner encontró no sólo uno totalmente impensado y original, sino para nada trágico (como yo imaginaba) y a la vez coherente con su protagonista. Es como el final que todo el mundo sueña conseguir. Parece sencillo, pero no es fácil hallar tal nivel de justeza y belleza en el desenlace de una serie tan grande como esta.

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