Muy buena
Réquiem por un sueño
Por Virginia Ceratto
En la línea de Esperando a Godot (Beckett) o de las más cercanas La China (Bizzio y Guebel), de Llanto de perro (también con libro del cabeza de compañía), en Esperando al cocodrilo el autor y director Mario Carneglia despliega tanto en el libro como en la dirección lo que sabe hacer: pintar esos seres aislados que configuran un microcosmos incomprensible casi para nosotros y que no obstante tienen una carnadura que conmueve y mantener un tempo teatral consistente que permite que esa otredad se torne verosímil.
Tres isleños esperan al Coco(drilo)… es más, tanto han imaginado su regreso de la remota (y ya tal vez inexistente) cárcel, que más que esperar lo añoran, y en esa rutina que se perpetúa como un mantra, la repetición pierde y retoma su sentido con el paso de los días, de los meses, de los años, de las horas. Tan monótonos son que no tienen ni nombre, apenas apodos: Rata, Tero, Tortuga, como si la identidad se hubiera hipotecado hasta que se produzca el ansiado retorno del que no está.
Una mujer, su hija, y el amigo del Coco, devenido en protector de semejante par de féminas, tejen las redes que les permiten sobrevivir apenas y a penas hasta que el ausente retorne y los saque de ese ostracismo social que, paradojal y obviamente, también está signado por esas mismas redes en las que han quedado atrapados. Porque tal vez, así es la vida, la misma red que te sostiene te atrapa; una metáfora clave en esta obra en la que queda de manifiesto que difícilmente la sociedad ayude a quien no da el solitario y riesgoso primer paso.
La isla que aísla, pero que bien podría ser un suburbio de cualquier ciudad, una orilla, un margen, es el marco de esta opresión que opera sobre estos seres una realidad miserable en la que han quedado, precisamente, enredados a la espera del Coco, que, en su fantasía, será como un Mesías que volverá a rescatarlos “porque es de Ley”.
No importa que las circunstancias los pongan ante una oportunidad, no importa que se jueguen por el otro, otro que llega como un posible deus ex machina, si naciste para soportar, soportarás, y sólo eso.
Y sin embargo, a pesar de la ausencia de una salida en el nivel de lo real, hay un plus que rescata a los personajes de su cotidianeidad miserable: el candor, esa añoranza de lo que han imaginado hasta el hartazgo. Eso que flota en la puesta y que nos recuerda la frase inmejorable de W. Benjamin: “sólo por amor a los desesperados, conservamos todavía la esperanza”.
Excelente dirección (Mario Carneglia) y un trabajo impecable de los tres actores. Primero el caballero: Daniel Coelho conmueve con esa mezcla de hombre básico, amigo fiel y macho postergado a fuerza de lealtad. Laura Federico impagable, una actriz que crea el personaje desde cada gesto y con cada sutileza vocal.
Gabriela Meyer vuelve a demostrar -como en ¿Estás ahí?– que es maestra a la hora de conjugar inocencia y perplejidad; y Virginia Faraone, que rompe la monotonía del trío, da en la tecla exacta para resumir a una sociedad atenta a su propio interés.
Para recomendar. Sin dudas: teatro.
Dramaturgia: Mario Carneglia . Dirección: Mario Carneglia. Intérpretes: Daniel Coelho, Laura Federico, Gabriela Meyer, Virginia Faraone . Sala: Sala Nachman (Boulevard Marítimo 2280, Mar del Plata), los viernes a las 22:00. .