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Hannah Arendt y la banalidad del mal

poster hannahTítulo original: Hannah Arendt
Origen: Alemania-Luxemburgo-Francia
Dirección: Margarethe von Trotta
Guión: Pam Katz y Margarethe von Trotta
Intérpretes: Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Julia Jentsch, Ulrich Noethen, Michael Degen
Fotografía: Caroline Champetier
Montaje: Bettina Böhler
Música: André Mergenthaler
Duración: 113 minutos
Año: 2012


8 puntos


Qué ves cuando me ves

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocolant)

hannaharendt unoLa película que Margarethe von Trotta consagra a la filósofa Hannah Arendt y a su lucha por enfrentar las críticas y polémicas que se generaron a partir de su libro Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal, no está exenta de elegancia y de cierta corrección estética. Los suaves movimientos de cámara nunca pierden de vista a la excluyente protagonista (magistral la actuación de Barbara Sukowa) junto con los discursos, equilibradamente montados de manera tal que se condense gran parte de su pensamiento en apenas dos horas. Además, no deja de ser convencional en sus resortes dramáticos: un individuo enfrentado a obstáculos que debe superar, signo omnipresente en cualquier esquema narrativo sujeto a la teoría de un conflicto central. La reconstrucción de época y de ambiente es impecable, así como los jugosos cruces dialécticos frente a los inspectores del pensamiento que realizaron una lectura fundamentalista del escrito en cuestión.

También, a primera vista, parece ser la típica clase de films que, por el objeto que representan, están destinados a generar discusiones extra cinematográficas, con lo cual se transforman en disparadores para artículos vinculados, en este caso, con la idea del mal, la obediencia debida y apresuradas extrapolaciones a contextos diversos sin reparar en matices particulares. Mi propósito no es recuperar todas las tesis al respecto ni enumerar los postulados fundamentales de la obra de Arendt a partir de la película. Sí, en cambio, me interesa reparar en un momento clave, aquel en el cual se muestra a Eichmann en la sala por primera vez. La directora alemana elige insertar imágenes de archivo al mismo tiempo que vuelve sobre la mirada de Hannah (Sukowa) ante el siniestro personaje, desde la ficción. Se trata de un hallazgo cuyo alcance trasciende el contenido filosófico de la película y provoca una fisura capaz de poner en juego argumentos focalizados en cuestiones de representación. Se ve allí un momento clave que pone en tensión dos registros fundidos en una continuidad temporal y el efecto de verosimilitud que ambos generan. Cuando se intercalan los archivos del juicio con la mirada de Sukowa frente a la del Eichmann «real», el impacto es doble en el espectador: por un lado, observamos con el personaje (descubrimos  lo que descubrió Arendt); por el otro, somos invitados (y sacudidos desde la comodidad de la butaca) a evaluar frente a las imágenes del documental y de la ficción, qué poder ejercen sobre uno mismo e instalar una serie de interrogantes: ¿parece ser el documental el modo más pertinente para mostrar un personaje inasimilable? ¿Es el peso de lo real el único registro posible para captar la esencia (o la banalidad en este caso) del mal? ¿Vemos lo mismo que vio Arendt al observar el rostro impasible de Eichmann?

La sala del juicio, con todos los artilugios teatrales, se confunde con la platea del cine: el pasado se revive en el presente y la impresión de realidad que no logra transmitir la ficción hasta ese momento, cobra una dimensión importante. Se trata de un ejercicio autorreferencial acerca de cómo abordar la historia, de un reconocimiento de las limitaciones de la representación y de actualizar los interrogantes en torno a cómo dar cuenta del pasado.

El no dar una respuesta única es una posibilidad inmejorable que von Trotta nos regala con esta escena que, por otra parte, es bien borgeana. Al mirar el rostro de Arendt frente a Eichmann (el mismo que miramos nosotros), no pude más que recordar las últimas líneas de Biografía de Tadeo Isidoro Cruz: “comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro (…) comprendió que el otro era él”. El concepto de la banalidad del mal no pudo estar mejor explicado sin palabras: comprendemos que podemos ser aterradoramente normales como el mismo Eichmann.

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