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Nito Mestre en Abbey Road

Distinto tiempo, perfecto tiempo…

Por Virginia Ceratto // foto: Archivo

(@fancinemamdq)

nitomestrePara los impacientes que no estuvieron esa (“la”) noche: fue un show impecable. Impecable no: fue mejor. Superior.

Venía precedido por dos charlas, una en la Sala A del Soriano y otra en la Plaza del Agua, en las que Mestre hizo verdadera gala de humildad (valga el casi oxímoron) y sabiduría. Porque el hombre es como debe ser un artista consumado (no consumido): sabio. En esas oportunidades contó anécdotas imperdibles y habló sobre los comienzos de Sui Generis, de la íntima vinculación del grupo con Mar del Plata y de la decisión compartida con Charly García de poner fin a una banda memorable, pionera y fabulosa, que ya no los “divertía”. Algo habrá tenido que ver el mar de fondo de la pronta llegada de la dictadura genocida (calculo, y se dejó entrever). Y claro, habló del nuevo comienzo como solista, o como líder de otra banda. Y ahí también dio una lección de vida. A veces, lo sabemos -pero nos cuesta reconocer a tiempo a los de cierta edad- hay ciclos fabulosos que tienen que cerrar para dar lugar a otros. Pero, obviamente, es un salto sin red. Y Mestre saltó. Con la memoria de lo vivido, con la experiencia, con la carga de ser uno de un dúo (y lo que eso implica, más si el otro es Charly García, otro grande y andimais, rey de los medios, en cualquier tiempo y lugar).

El Hombre saltó. Para bien y para mal. Porque el Hombre tuvo su ciclo traumático con el consumo, porque seguramente atravesó lo que Abelardo Castillo describió tan bien en El que tiene sed.

Pero su sed era otra: no de fama, no de gloria… era sed de vida, de arte. Era sed de música, y la música estaba en él.

Y es difícil seguir cuando se ha formado una banda con Charly, pero no imposible, sobre todo cuando se tiene el don, el duende… Y Nito lo tuvo, lo tiene.

La otra noche lo ratificó.

Una voz impecable. Producto (me consta) de vocalizar tres horas diarias y de tomar -sí, de seguir tomando- clases. Producto de su calidad sin alardes, producto de su pasión, en el sentido etimológico del término: lo que no se puede evitar. Nito Mestre no puede evitar ser Artista. Y qué bueno. Porque en cada disco -palabrita que viene de lejos y amo-, en cada recital -como él dijo que “se decía antes”-, lo confirma.

Y el recital, concierto, show -ponga el lector la palabra que le quepa a su generación- lo confirmó.

Dos horas imperdibles en los que recuperó los “grandes éxitos” de Sui y de Nito Mestre y los Desconocidos de siempre, y hasta regaló dos versiones del disco que vendrá, una de M. E. Walsh –Barco quieto– y otra, increíble, exquisita, del compositor de Sting -D. Miller- que conocemos como Fragilidad y que el mismo Miller aprobó -asumo que encantado- como La forma de mi corazón. Los fanáticos  de Sting amarán (en español) a Mestre. Lo firmo con sangre.

Y si hubo un tiempo que fue hermoso… éste también lo es. Y aquí viene lo estrictamente no profesional -desde la crítica, o comentario-. Porque hubo un tiempo en que para muchos, pero sobre todo para muchas, y sobre todo para mí, Sui marcó la diferencia: podías escuchar lo que se llamaba música comercial o podías escuchar e interpretar el mundo con la visión de los Sui. Y esto nos marcó de por vida. Porque nos dio otra mirada.

Y fui libre de verdad… Y lo seguimos siendo.

Porque nos habían enseñado que la banalidad pasa y que sólo importa lo verdadero, porque cuando estás solo, solamente quedará el fantasma tuyo sobre todo. Y todo cantado con esa voz, perdón, con esa VOZ incomparable, que 40 años después se oye, se escucha, se siente, mejor. Porque ahí está el alma.

Distinto tiempo, lugar nuevo. La chica que yo era a los 14 años estaba enamorada de Nito, y hoy comprendí que su impronta me acompañó todas estas décadas, y que no fue en vano.  Porque Nito sigue siendo savia, sangre que quiere andar. Y que anda.

Como apuntaba a la salida del recital, concierto, show -como quieran- Mauricio Espil: 50 millones de personas conocen y aman su música.

En buena hora.

Por una noche en la que nos hizo vivir lo mejor de nosotros hermosa y salvajemente: gracias.

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