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Gogol Bordello en Groove

Buenos Aires se vistió de púrpura

Por Magalí Sol Salinas // fotos

(@tiincha)

principalSolamente algo bueno puede salir de juntar un cantante ucraniano, un violinista ruso, un bajista etíope, un acordeonista bielorruso, una percusionista china, un vocalista ecuatoriano y un baterista y guitarrista yankees, y Gogol Bordello es la prueba existente de ello.

La banda de punk gitano liderada por Eugene Hütz volvió a presentarse en Buenos Aires, a poco más de un año desde su última visita, y lo hizo nuevamente en Groove. Como era de esperarse, se respiró toda la noche un denso (digno de estar metido entre una masa de gente que salta sin parar ni para respirar) pero agradable aire balcánico. Desde abajo, era como mirar una película de piratas. Al grito constante de «Gracias Buenos Aires» y «¡La puta madre!», con la mirada fija en todos y cada uno de los presentes (porque si una característica tiene es la de mirar con ojos enormes y alocados todo lo que tiene adelante), el inquieto capitán no paró de pasearse por la escotilla a los saltos, subiendo ocasionalmente a cantar sobre los retornos, y hasta dándose el lujo de bañar a los más cercanos a la valla con el vino que tomaba directamente de la botella; y su tripulación lo acompañó -como corresponde- con la misma energía a lo largo de las 19 canciones.

El show arrancó con los músicos entrando de a uno, y colocándose en sus posiciones, mientras ya sonaban los primeros acordes de We rise again, primer tema de su último disco, Pura Vida Conspiracy. Y sí que se levantaron e hicieron levantar a todos los presentes. De la primera a la última, cada canción fue transpirar y darse codazos con todo lo que hubiera al rededor.

La recorrida fue pareja: si bien este último álbum da nombre al tour, la mayoría de los temas que sonaron fueron de su tercer y quinto disco, Gypsy punks: Underdog World Strike, y Trans-Continental Hustle, respectivamente.

Una noche a la que musicalmente no le faltó nada: ska, punk, rock, charangos y hasta notas de tango hicieron bailar a más de 1500 espectadores, durante casi dos horas. La única interrupción del show fue cuando todos los miembros de la banda abandonaron el escenario y un público ansioso coreó durante más de cinco minutos al unísono «Gogol Bordello, es un sentimiento, no puedo parar». Bien de acá.

Al volver, Eugene se unió al coro antes de continuar con el repertorio propio.

La notable influencia jazzera en The other side of the rainbow, la energía combativa de Start wearing purple, la guitarra criolla en I just realized, el fondo «cumbianchero» de Last one goes the hope y hasta la pequeña historia sobre Jealous sister, canción que debe su nombre y existencia a una chica argentina, fueron algunos de los muchos estilos que se combinaron con los puños en alto y el violín rasgado como si fuera una guitarra durante casi todo el recital. Para cerrar, la elección fue Alcohol, perteneciente a Super Taranta!, su cuarto álbum de estudio. Personalmente, si se me permite, me hubiera gustado que sonara algún track de su segundo álbum, Multi Kontra Culti vs. Irony, pero dicen que todo no se puede.

Me fui de Groove mientras sonaba Redemption song, ya vacío el escenario, con la sensación de tener otra vez 16, con la adrenalina recorriéndome hasta las venas que no sabía que existían y las ganas de que sean otra vez las 21:15 y todo esté por empezar, de nuevo. Con maestros así da más que gusto ser una nómade más.

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