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BAFICI 2013: mea culpa

baficiPor Rodrigo Seijas

Creo que como director de FANCINEMA he cometido una equivocación y debo hacerme cargo. Se me escapó la tortuga: teníamos una cuestión conflictiva entre manos y no la seguí apropiadamente. La estupenda nota de Daniel Cholakian sobre cómo Marcelo Panozzo había prohibido la presencia de Oscar Cuervo en la mesa de presentación la revista KM 111 era mucho más que una anécdota: era un muestrario de una forma de conducta sistemática por parte de una administración como la macrista, en un contexto cada vez más problemático para el desarrollo del pensamiento cultural en la Ciudad de Buenos Aires, pero también en el resto del país.

Y digo que se me escapó la tortuga, porque Panozzo, cuando saltó el tema, hizo lo más obvio y facilista: retroceder en su decisión, pero sin dar ningún tipo de explicación. Es decir, cambió para que nada cambie. Pateó la pelota y siguió para adelante, ayudado por las acciones de omisión de algunos y las inacciones de otros, y terminó cumpliendo con su objetivo. Se volvió a hablar de películas, proyecciones, conferencias, retrospectivas, invitados, etcétera. Pero no se volvió a hablar de política.

Porque lo que había sucedido era política. Podía partir de lo personal, pero por el cargo de funcionario estatal que tiene Panozzo y el rol de comunicador de Cuervo, era (y es) político. Eso es algo que muchos de los actores involucrados en el campo del cine argentino no quieren ver y/o hacerse cargo. Los realizadores no se hacen cargo de que producen obras que resuenan de determinada forma en el contexto cultural; los críticos de su lugar como formadores de discursos; los funcionarios de su papel como agentes de un Estado que representa a un pueblo entero. En consecuencia, se comportan como si simplemente manejaran un kiosko propio y de nadie más; o arman una especie de club de amigos, donde no importa lo ideológico, la mirada sobre el cine o los modos de gestión, sino sólo las amistades que garanticen “negocios”: subsidios, un lugar en la competencia, premios, invitaciones a eventos, credenciales, entrevistas o coberturas exclusivas.

Lo anteriormente señalado puede verse en la no-cobertura de este grave hecho de censura. Fue patente cómo un diario como Página 12 (que no pierde ocasión de criticar al macrismo, tanto por razones pertinentes, como por motivos irrelevantes) se unió a Clarín y La Nación en la decisión de no mencionar el tópico, que ocurría a pocos días de la brutal represión en la Sala Alberdi. Lo mismo (no) hizo Otros Cines, cuyo director, Diego Battle, había comunicado meses antes, muy suelto de cuerpo, que él era uno de los únicos 4 (cuatro) sujetos invitados para la conferencia (o más bien reunión de té canasta) donde se comunicaron los cambios previstos por la nueva gestión.

Y a propósito de los cambios, el silencio y el ocultamiento continúan. No hubo, por ejemplo, explicaciones para el cambio de sede principal del Hoyts Abasto al Village Mall. Simplemente se comunicó, y nadie preguntó por qué. Lo mismo viene sucediendo con cuestiones como la autarquía, el presupuesto, las designaciones del director y su equipo o los criterios de la programación. Nadie brinda justificaciones porque nadie pregunta, y viceversa.

Y como dije antes, esto se replica en otros ámbitos: el Festival de Mar del Plata, por ejemplo, tampoco tiene autarquía o presupuesto propio; las designaciones de los directores o los programadores se dirimen en internas de las cuales se escuchan luego apenas ecos; hay un uso partidario permanente, amiguismo y miserias que apenas se esconden; todo se hace a pulmón y hay cientos de pequeños grandes problemas que se podrían resolver con apenas un poco más de dinero, un poco más de anticipación a la hora de organizar la logística del evento y menos gasto en tonterías. Y hablo de Mar del Plata porque esta ciudad es un caso testigo de las limitaciones y deudas culturales del sistema democrático en la Argentina: es un distrito con enormes problemas para desarrollar una política cultural propia; con ciudadanos sin pensamiento crítico; donde cualquier acontecimiento vinculado a lo cultural termina siendo pasible de convertirse en rehén de la utilización partidaria; sin un cine que la represente cabalmente; sin la existencia de un Espacio INCAA que posibilite la exhibición de cine argentino; con un monopolio de salas cinematográficas controlado por Cinemacenter; y hasta una sala provincial como el Auditórium que sigue penando por un proyector digital.

No se trata de criticar por criticar. Se trata de no hacerse los tontos, de pensar el BAFICI como un hecho cultural y por ende político, dentro de Buenos Aires pero también de la Argentina. Se trata de hacerse cargo del lugar que uno ocupa, por pequeño que sea. Y de volver a hablar, por más que moleste, de lo que corresponde. Por más que muchos quieran callarlo y sonreír como si nunca hubiera pasado nada.

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