No estás en la home
Funcinema

El cuarteto de nos en GAP

Porfiados rock

Por Mex Faliero y el fuego sagrado de Matías Gelpi

El cronista llegó con una acidez estomacal del demonio al recital de El cuarteto de nos: el boliche marplatense GAP, el viernes 24. A la acidez se le sumó, en la incomodidad y la molestia, un retraso inoportuno en el arranque del show, por lo que los nervios agudizaban el fuego ácido de algún exceso gastronómico. La convocatoria era para las 20:00, el comienzo del show se imaginaba para las 21:00, pero todo arrancó a las 21:50: imagine usted la de plomos que subieron a probar instrumentos y micrófonos en todo ese lapso de tiempo, y los aplausos vacuos cada vez. Para entonces, ambos cronistas -ahora sí- estaban algo fastidiosos: será que la vejez acrecienta la incordia, pero imaginemos sobre todo al de la acidez estomacal. Y sin embargo, así como quien casquea un dedo, de repente y subrepticiamente apareció Roberto Musso en el escenario, sonaron los primeros acordes y esa voz lijosa del cantante arremetió con Algo mejor que hacer, tema que abre el último disco Porfiado y que abrió esta noche. Y así, decíamos, la acidez se fue empequeñeciendo a medida que pasaban las canciones, hasta convertirse en un mínimo átomo. No vamos a caer en la estupidez de decir que El cuarteto de nos es una banda curativa, pero sí al menos que las dos horas de pura diversión que proponen desde el escenario hacen olvidar algunos problemas que el espectador arrastra antes del llegar al recital.

Hay bandas que no ofrecen nada novedoso o sustancioso en estudio, pero que en vivo explotan (Los auténticos decadentes, ponele), y otras que son vanguardistas en su concepto discográfico pero que en vivo provocan la misma excitación que una momia (Babasónicos, ponele). En ese marco, los uruguayos de El cuarteto de nos son un grupo especial; generan tanto al escucharlos en el disco como al verlos en vivo un sinfín de emociones y sensaciones, pero que van por diferentes perfiles del cerebro: en el disco estimulan los sentidos, provocan e indagan en sonidos y es donde mejor se aprecia esa obsesiva construcción compositiva de Musso; mientras que en vivo se alejan de cualquier virtuosismo vacuo y se despojan de toda pretensión artística para ofrecer un concierto de rock energético y visceral, a veces excedido en su veneración al ruido hiperbólico, pero siempre sostenido y a sabiendas de que el material que tienen para ofrecer es muy bueno. Digamos también que el sonido en GAP no fue el mejor y que el show se escuchaba mejor desde la zona de gradas que desde el piso, donde se formaba una bola sonora algo incómoda.

Y esa pulsión frenética de canciones precisamente se repitió en la noche del viernes, en lo que fue la presentación de Porfiado: Musso, con esa simpatía sin excesos que tiene, aseguró que el tema El balcón de Paul nació en Mar del Plata; habrá que creerle. Cuando decimos presentación, nos referimos a que salvo Insaciable, el resto de los doce temas que integran el disco fueron abordados sobre el escenario ante un público bastante numeroso y que se las sabía todas, incluso las viejas: si hasta sonó Corazón maricón. Respecto de Porfiado, digamos que fue presentado originalmente como una síntesis de los dos discos anteriores, Raro y Bipolar, que fueron los que instalaron al Cuarteto en otro contexto y los hizo más exportables: ahora cuentan con un sonido redondo, un trabajo más pulido en las letras (pulido al exceso: son letras laberínticas) y un alejamiento de cierta fórmula de estudiantina del pasado. Si Raro fue un acercamiento a universos neuróticos (a diferencia de muchas bandas las canciones del Cuarteto son descripciones de personajes antes que historias) con una fuerte injerencia de la guitarra, Bipolar fue un nuevo viaje al inconsciente de seres feos desde un costado más rapero y menos melódico. En Porfiado, entonces, opera un espíritu más pop que se acerca a Raro por lo melódico y en ocasiones a Bipolar, por la cadencia rapera rioplatense de esputar rimas enroscadas a cien kilómetros por hora. En la mezcla, Porfiado es más pop, más sintético y más sencillo. Y eso se nota en el vivo: estas nuevas canciones le quedan mucho más cómodas a Musso que las de Bipolar, casi casi intransitables aún para una memoria y verba prodigiosa como la suya. Pero, claro está, que estos uruguayos son porfiados en serio. Y la embisten con toda potencia.

A Musso y los habituales Santiago Tavella en bajo y Alvaro Pintos en batería, sumemos a los nuevos Gustavo “Topo” Antuña en guitarra y Santé Les Amis en teclados, una banda que aporta desde lo instrumental lo justo y necesario. Y ya que mencionamos a Tavella, digamos que su presencia sobre el escenario se hace cada vez más indispensable: si dentro del universo que plantea cada disco del Cuarteto, sus canciones son las que representan al slacker de turno (Pobre papá, Enamorado tuyo), en el en vivo vienen a servir como puentes que le bajan la intensidad a la energía eléctrica que desprende el cuerpo de Musso. Para imaginar un poco las intervenciones de Tavella, piense usted en un imitador de un imitador de Sandro, luego piense en el mismo imitador y en Sandro, y finalmente en Elvis Presley, que era el espejo donde Sandro se reflejaba. Bueno, a ese tipo, a ese imitador del imitador, dele usted cinco cajas de Rivotril. Esa performance, esa lascivia deadpan puesta a disposición de cada tema le suman gracia al conjunto y se mofan por el lado de la parodia del costado romántico que incluso surge en sus canciones: pensemos en No te invité a mi cumpleaños, por ejemplo.

Si bien la banda tiene más de dos décadas y un total de 13 discos editados, reconocer que a partir del trabajo de Juan Campodónico se han casi reconvertido y repopularizado es un acto de honestidad. Y que en vivo se dediquen a repasar casi exclusivamente los temas de sus últimos tres discos no es una pose careta, sino más bien una búsqueda y una declaración de presente para tipos que ya están lo suficientemente grandes. Inteligentes en el trabajo conceptual de sus canciones, lujosos en la búsqueda lingüística, abiertos en las constantes referencias culturales que arrojan (de Fontanarrosa a Kant) y porfiados en ofrecer un tipo de show lujurioso y salvaje, que se aleja bastante de la prolijidad sonora de sus discos, el gesto tal vez sea el de tipos que todavía se sienten con la capacidad de rockearla cuando algunos los mandarían a un teatrito, a hacer shows para gente sentada. Uruguayos porfiados, que pasaron por Mar del Plata, brindaron un show de frenéticas dos horas y le curaron la acidez estomacal al cronista.


Foto uno
Foto dos

Comentarios

comentarios

Comments are closed.