Simpática unión de música y colores
Por Mex Faliero / Foto: archivo
Si a alguien se le hubiera ocurrido poner un guardarropa para morrales se hubiera llenado de plata el viernes pasado en el Teatro Auditórium con la presentación de Kevin Johansen + The nada + Liniers. Es así: la onda del público -amplio, muy, con una Sala Piazzolla casi colmada- era de muchas chicas, monas, lindísimas, con ese aire de estudiante de letras y una vestimenta entre vintage y cool sobresaliendo. También estaban los novios de las chicas, claro, pero no en plan sufriente que se tiene que bancar a Arjona mientras su pareja chilla, sino disfrutando. Es que los seguidores de Kevin Johansen son como los de Manu Chao, pero con sentido del humor: un claro ejemplo es el tema Cumbiera intelectual. Claro que hay preocupación por cómo está el mundo (¡Logo!), pero antes que nada está el arte, en este caso la música, con una especie de fiesta “degenerada” a decir del propio Johansen, en esa fruición para combinar pop, rock, bossa, ritmos latinoamericanos y proponer mucha diversión sobre el escenario. Que un recital en Mar del Plata (ciudad apática y algo hepática) termine con un trencito por toda la sala, deja a las claras que el artista contagia algo que no se puede precisar en palabras, pero que se expresa en movimiento, ritmo, alegría, jolgorio.
Lo interesante de la noche era también ver cómo se daba esa fusión entre lo que Johansen y su banda The nada hacen desde lo musical, y el dibujante Liniers propone desde los colores de sus pinceles. Ya es conocido, pero vale repetirlo: el show tiene a los músicos interpretando sus canciones y en un espacio montado de forma particular, Liniers dibuja y pinta lo que cada canción le dispara, mientras una cámara captura esto y lo expone como fondo en el escenario. Es una combinación original, que tiene dos chances a priori: una es convertirse en un embole experimental y conceptual y la otra es apelar, conociendo los humores de los involucrados, a la comicidad como una forma de aligerar la propuesta y reflexionar humorísticamente sobre el universo que los temas de Johansen predisponen. Por suerte se da esta última, y con sus bemoles, los dibujos subrayan, reafirman o le dan nuevos sentidos por medio de la literalización de la metáfora a lo que se oye. Y la mezcla funciona porque, sabiamente, Johansen y Liniers comparten modos de ver el arte que cada uno representa, y que de forma combinada, explota alegremente. Hay una cierta sensibilidad, un humor entre naif y absurdo, y una autoconciencia metatextual que explota en canciones como Desde que te perdí, Logo o Sos tan fashion como en las viñetas de Macanudo o las del Diario La Nación.
La presentación del viernes abrió con Road movie y una imagen de fondo, que con lápices decía que era lindo estar en “La Feliz”. Y sí, “La Feliz”, término tan poco feliz con el que se denomina a Mar del Plata, pero que representa en todo sentido una mirada exterior, alejada, forzadamente cariñosa y anclada en un tiempo determinado y pasado. No deja de ser otra referencia graciosa y una buena invitación a comenzar un recital que recorrerá los grandes hits de Johansen. Cantante particular, su voz aguardentosa domina el teatro y su cuerpo casi no se mueve del costado izquierdo del escenario. En el medio, plantado en su mesita y con sus pinceles, Liniers “dibuja” cada canción. Antes que nada, hay que remarcar algo: está claro que esta propuesta ya tiene un rodaje extenso y que es poco lo que puede surgir de espontáneo a esta altura. Por lo tanto, los dibujos ya son como un cliché y decoran a la forma de las visuales que se proyectan durante cualquier recital, en un orden y forma pautada de antemano. Pero, y de ahí lo interesante de participar del proceso de creación, también es cierto que nunca un dibujo puede ser igual a otro, que el trazo hecho por el hombre es único y que cada noche, los colores, las formas, el orden dentro del dibujo, se modifican, cambian, tienen diferencias que por más imperceptibles que sean, contienen el elemento humano de lo original. También es cierto que el show ya no se propone como una demostración de improvisación, sino que es una puesta en escena pensada deliberadamente, y que lo que realmente importa es la sumatoria de piezas: banda afiatada y sonando excelentemente, una lista de canciones probadas y muy sólidas, y un dibujante exitoso ilustrando los sonidos.
Como decíamos, el espectáculo suena realmente bien: The nada son siete músicos en escena, con una cantidad incontable de instrumentos ejecutándose en virtuosa comunión. La tonalidad general es la de los ritmos latinoamericanos, que prueban el bolero, la bossa, el reggae, el candombe y demás. Pero lo que le imprime verdadera identidad son las ideas, ocurrencias e ironías que surgen a partir de las canciones y los sonidos: Johansen promete una canción de protesta y se calza una guitarra rosa con el logo de Hello Kity para cantar Sos tan fashion; quiere quedar bien con el público “local” pero no recuerda el nombre “del cuadro de básquet” burlándose de la demagogia habitual de los conciertos; sus canciones pueden albergar la mirada política pero son tan ligeras y divertidas como Che Donalds o Mc Guevaras (con Liniers sumándose en la armónica); los chistes soportan todo tipo de niveles, desde lo que se considera “inteligente” hasta lo más ordinario, con Liniers reconociendo que “puedo conseguir trabajo en el verano acá”. El concepto del show es una gran ironía que se desenvuelve con gracia, alcanzando cimas desde lo musical con ese puente de canciones preciosas que son El círculo y La hamaca, y desde la combinación de imagen+sonido tras el resultado de Anoche soñé contigo o No me abandones, donde esa sensibilidad naif que comparten Johansen y Liniers encuentra su punto más alto. Y el humor siempre presente, como en ese combo presentado como Charango Senseishon 2000, donde junto a Maxi Padín arremeten con covers apócrifos de Hotel California (Eagles) y Take on me (A-Ha).
Después de veinticuatro canciones, dos horas, dos sesiones de bises, la hija de cinco años del cantante interpretando la muy bella Everything is y un trencito por toda la Sala Piazzolla al ritmo de Guacamole, el show termina con Fin de fiesta, una de esas canciones que parecen haberse hecho exclusivamente para que un artista tenga cómo terminar sus presentaciones en vivo. Es también otra forma autoconsciente de crear canciones que hablan sobre el proceso de convertirse en artista. Kevin Johansen lo es y, de hecho, hay que ser muy grosso para convertirse en leit motiv de una telenovela (Down with my baby, que quería ser un homenaje a Barry White, según dijo) y seguir con vida. Junto a Liniers hacen un show que es, sí (y disculpando la metáfora oportunista), una pinturita.