Por Rodrigo Seijas
Otro aspecto típico de la rutina de los festivales es el malabarismo con los horarios. Más si uno tiene otras cosas en el medio aparte de ver cine, asistir a conferencias o charlas sobre cine, juntarse con otra gente del cine, escribir sobre cine o planear los días siguientes de cine. Tuve esos días en que mi vida era sólo cine, pero ya no más. Sí, en la noche del viernes me encontraron quejoso.
El caso es que recién pude pasar al mediodía por el Abasto a buscar las entradas, que fueron recién para a partir de las 18, porque en el medio tuve que volver al trabajo. No me crucé con mucha gente, pero hubo un encuentro que valió la pena: charlar aunque sea un par de minutos con el “Chacho” Frías siempre es un placer, aparte de que este crítico peruano es alguien que no ha perdido el fanatismo por los filmes y, por sobre todo, consagra todas sus jornadas en Buenos Aires al BAFICI. Por eso pudo recomendar la visión de Film Socialisme (la nueva película de Jean Luc Godard) y, en la competencia internacional, de la uruguaya La vida útil y la griega Attenberg.
Antes de este breve pero provechoso intercambio de palabras, vi dentro de la sección BAFICITO la danesa The great bear, que no tendrá el vuelo poético de Miyasaki, ni los altos estándares formales y narrativos de Pixar, pero sí a un oso del tamaño de una montaña (posta, no estoy bromeando, y encima su tamaño adquiere verosimilitud dentro de la trama) que es adorable, dan ganas de llevárselo a casa y ponerlo vaya a saberse dónde, porque es muy grandotote.
Luego ingresé con el “Chacho” a ver mi primera cinta dentro de la competencia internacional, la francesa Qu´ils reposent en révolte (Des figures de guerres), de Sylvain George, a la que Sergio Wolf presentó con gran pompa (uno hasta se ponía a pensar por qué no le daban el premio principal y ya), calificándola de “hipnótica”, “extraordinaria” y hasta arriesgando que abre las puertas para pensar cómo puede ser el cine político en el siglo XXI. Para mí, no es para tanto. Le reconozco sus méritos narrativos y su trabajo sobre el montaje que le permite crear un espacio-tiempo determinado, pero falla en romper con la superficie del tema que explora, el de la inmigración ilegal. Las conclusiones no dejan de ser un tanto obvias y carece de la capacidad interrogativa necesaria. ¿Abrirá o en verdad cerrará este filme el debate sobre el cine político? Quizás el error pase por pensar que hay que abrir o cerrar esta discusión, que ha estado siempre abierta (o al menos, desde que el cine se abrió pasó como un lenguaje independiente). El objetivo pasa en verdad por mantener el debate siempre activo.