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Arrástrame al infierno

Competencia infernal

Por Cristian A. Mangini

Arrástrame al infierno

Hay una serie de buenos motivos para ver esta película. En primera instancia, se trata del regreso de Sam Raimi a las fuentes, el terror serie B que lo consagró como director de culto durante la década de los ´80. En segunda instancia, no es cualquier regreso: la eficacia narrativa y la madurez de tener sobre su espalda el peso de una franquicia le dieron la suficiente experiencia como para darle mayor solidez a sus personajes sin perder de vista lo lúdico. Y aquí esta el tercer factor, quizá el más importante, ese aspecto lúdico de Raimi, esa fuerza imaginativa con un despliegue casi artesanal de efectos visuales, junto a secuencias en CGI que no permanecen aisladas y se complementan al relato, hacen que Arrástrame al Infierno sea una película esencialmente divertida, con un sentido del humor que no se pierde en ningún momento. Finalmente, tiene un subtexto que tiene algunas cosas que decir sobre el capitalismo como sistema que fomenta la competencia laboral despiadada, pero esto no aparece destacado en mayúsculas ni le quita soltura  la película: si, se trata de una “fabula moral” como dijo su director, pero esto no está remarcado con fibrón y nuestra protagonista rubia no es ninguna ingenua. Es decir, el film es una joya del terror actual que no deja de ser una rareza (afortunada) en el cine actual.

Como se dijo, es un retorno de Raimi a sus fuentes, pero aquí no domina la escena el splatter sino más bien ese terror serie B donde el suspenso y lo escatológico están relacionados con lo sobrenatural y el ocultismo. Y si bien algunos efectos están hechos con un claro homenaje al cine de bajo presupuesto, hay un trabajo visual y un elenco que desmiente que estemos ante una película de ese tipo. Lo del director parece un homenaje, una búsqueda de resucitar ese terror desaparecido del mainstream para dar lugar a films donde se explotan otras facetas (a diferencia de la mayoría de críticos a los que les encanta el contraste, encuentro algunas buenas películas de terror en el cine comercial yanqui actual). Por otro lado, es notable el trabajo técnico: la película hace uso del sonido como leitmotiv como pocas en los últimos tiempos para generar suspenso (el ruido de las uñas de la vieja Ganush contra el escritorio y luego el sonido metálico anunciando la llegada de la Lamia), el uso de las sombras como un elemento amenazante y la gran dirección de fotografía garantizan que no es necesario mostrar al “monstruo” para asustarnos. Es decir, hay un trabajo minucioso sobre climas que demuestra la capacidad narrativa de su creador.

Por otro lado, los personajes: la Christine Brown de Alison Lohman es un personaje increíble. No es la típica rubia ingenua que espera que el monstruo amenazante finalmente la devore con lágrimas en los ojos. Es una zorra que hace todo lo posible para perpetuar su mentira y no escatima en emplear cualquier recurso para sobrevivir, de la misma manera que utiliza cualquier recurso para ascender laboralmente y aplastar a su competidor más próximo, Stu Robin (un correcto Reggie Lee). Tiene un trasfondo sobre el cual el guión trabaja con sutileza: traumas estéticos -su recuerdo de ser gordita le genera más horror que la Lamia misma- y cierta negación de sus orígenes, además de la presión por pertenecer a otra clase social que no es la de su exitoso novio de clase alta Clay Dalton (Justin Long), hacen que sintamos tanta empatía como desprecio por este personaje de matices que requieren de la actriz no sólo el timing para el terror sino también para la comedia involuntaria o el drama. Y Lohman lo hace todo de tal manera que le creemos tanto cuando grita de pánico porque la Lamia le está arrastrando por la casa, como cuando extorsiona a Stu o patea la boca de un viejo cadáver mientras grita victoria como si se tratará de un gol de futbol.

Finalmente están los diálogos: Raimi no desperdicia ni una sola línea. Cada una de las palabras y sus silencios están elegidos para afirmar a sus personajes en este delirio de maldiciones, personajes miserables y supersticiosos bienintencionados. Y está la comedia, por momentos cercana al slapstick más primitivo, en el enfrentamiento entre Christine Brown y Sylvia Ganush en un auto o con secuencias hilarantes como la pretendidamente sublime invocación de los espíritus hacia el desenlace: no sólo que nada sale bien, sino que una cabra dice “me engañaste, perra” en una secuencia memorable de la cual también forma parte un ayudante de la medium, que luego es poseído por la Lamia y le “devuelve” amablemente cierta ofrenda a nuestra protagonista atemorizada. El uso de CGI y las buenas actuaciones nos hacen olvidar bodrios como La profecía del no nacido.

Inteligente, con cierta moral que se pierde en el medio del delirio y giros del guión algo arbitrarios y previsibles (lo del botón y la moneda probablemente se lo vean venir) hacia el final, Arrástrame al Infierno es la vuelta de uno de los directores de culto a los primeros planos del terror. Y por un momento nos hace olvidar el mal sabor a boca que nos dejó la última parte de Spider Man.

8 puntos

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