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Navidad sin los suegros

¡Muérdago!

Por Mex Faliero


5 puntos


La pareja que componen Brad (Vince Vaughn) y Kate (Reese Witherspoon) tiene un plan: cuando estén en las casas de sus padres, si alguno de los dos se siente incómodo, con sólo decir “muérdago” el otro sabrá que deben huir. Sin contemplaciones, no hay derecho al pataleo, porque sencillamente ninguno de los dos desea estar saludando a sus padres para Navidad. Así Brad y Kate compartirán un rato en cada una de sus cuatro casas paternas -hijos de padres separados- hasta que en algún momento dirán con resignación: “muérdago”.

Un poco como a los protagonistas, el espectador llega a Navidad sin los suegros como quien visita a un pariente: estamos en tierras con olor a comedia moderna norteamericana, hay situaciones que reconocemos y adoramos por su nivel de absurdo y virulencia (los hermanos luchadores, la secuencia en la iglesia, el juego con la madre de él y su joven novio, entre muchas otras que causan real gracia), todo nos resulta familiar, pero en determinado momento queremos gritar “¡muérdago!” y salir corriendo. Es que esta familia-película muestra una fachada para congraciarse con la visita, para sacar a la luz sus peores mañas sobre el final. “¡Muérdago!”.

Una pena, porque Kate y Brad eran dos personajes encantadores. Cada Navidad inventan excusas tan políticamente incorrectas como delirantes -un viaje a vacunar chicos al Africa, por ejemplo- para no tener que visitar a sus familias y se van por ahí, a pasarla bien, a divertirse, sin compromisos ni ataduras: o llamémosles hijos ni tradiciones por cumplir. Hedonistas al mango. Eso son.

O no, porque ni bien iniciado el film de Seth Gordon y ante el próximo viaje escapista a Fiji, Kate alerta a Brad -y al espectador-: “¿no sentís que este viaje ya lo hicimos?”. Mmmmm, algo no funciona en esa mina o, al menos, no la completa de su vida tal cual la lleva.

Pero Navidad sin los suegros avanza sin pausas. Finalmente el viaje de los amantes se suspende y se ven obligados a tener que cumplir con el rito de saludar a los padres: y durante una hora podríamos decir que la comedia funciona en nivel alto, que si bien Gordon no tiene la ambición de Adam McKay ni Judd Apatow, no muestra virtuosismo formal y su estilo es televisivo, sabe cómo filmar humor físico o cómo poner en boca de sus personajes una serie de diálogos despiadados. Por un momento Navidad sin los suegros parece el paraíso en llamas: la burla es constante, de ida y vuelta, contra pilares básicos de la sociedad norteamericana como la familia o la religión.

Como en la reciente Step brothers, el ojo está puesto en la familia básicamente. Tras años de construir una moral y un reflejo ideal, el cine norteamericano se dio cuenta que hay algo allí que no funciona. Si algo bueno hizo George W. Bush es generar un poco de conciencia sobre el horror que reside en el propio eje de la comunidad norteamericana. Se podrá decir que ya se había dado cuenta el cine independiente, pero me parece que la comedia de los Myers, Stiller, Carrey, Vaughn, Sandler, Ferrell o Carell lo pone en escena de manera más apropiada y menos culposa.

En eso, Navidad sin los suegros ejemplifica. Claro, hasta que los últimos 20 minutos coinciden con la visita al padre de ella (Jon Voight), el progenitor menos copado de los cuatro (los otros son Robert Duvall, Mary Steenburgen y Sissy Spacek), y tanto el personaje como la película vienen con su discurso patético, redentor, culposo. Y allí todo se arruina sin posibilidad de salir adelante. Porque Kate comienza a tener mambos incongruentes con Brad, porque en su voracidad narrativa Gordon se apura en las resoluciones y todo se termina de dibujar con un trazo grueso así de grande que da vuelta el relato para hacernos ver que en realidad el film se burlaba todo el tiempo de la pose liberal de la pareja protagónica. Ojo, no está mal burlarse de estas posturas, en todo caso es incorrección política, pero una cosa es burlarse y otra es castigar. Y pareciera que hay un castigo sobre Kate y Brad. Al final, Gordon era un moralista.

Podrá decirse que el film era eso, que hablaba sobre la incomodidad de una pareja que no creía en las convenciones pero que tenía que terminar sumida en ellas porque el mandato social es más fuerte. De la imposibilidad de sostener ciertos discursos progresistas en determinado contexto y menos aún cuando en las venas la sangre que bulle es la misma de la cual desconfiás. Podrá decirse todo eso, pero no convence. No porque al final se suma con total, demasiada placidez a lo que tanto había criticado y porque además intenta disimularlo con la actitud de los personajes o con una elipsis que genere humor por contraste. Ahí aparece la culpa. Y no, ya está, la macana está hecha. Parece que no hay lugar para la crítica a fondo. Sólo una jodita un poco molesta y una vuelta rápida al redil. In God we trust.

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