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Mi pobre angelito (1990)



UNA NAVIDAD PARA PATO BULLRICH

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

…Y para Sergio Berni, Miguel Ángel Pichetto, Alejandro Granados, Mario Alberto Ishii y tantos más, hermanados por el discurso a favor de la mano dura, que atraviesa a todos los estamentos políticos de la Argentina…y del mundo. ¿Habrán visto esta película los torturadores (y torturadoras, no seamos machistas) de Abu Ghraib para aprender técnicas de tormento? Lo cierto es que toda esta gente podría reunirse en un sofá durante la Nochebuena para ver Mi pobre angelito, un film de horror puro que se vende como dulce comedia navideña.

Es que, si nos ponemos a pensar mínimamente el relato de este film de Chris Columbus –cuyo guión fue escrito por un John Hughes en un momento máximo de crueldad, muy superior al de Mejor solo que mal acompañado (1987)-, lo que tenemos es básicamente la puesta en escena del punto de vista de un pequeño psicópata. Porque eso es Kevin McCallister (Macaulay Culkin en el que ha sido, desgraciadamente, el papel de su vida): un niño que ya es un potencial asesino en serie, capaz de manipular, engañar y estafar a cuanta persona se le cruza, para finalmente desplegar una enorme cantidad de trampas mortales contra un par de de pobres ladrones, donde la tortura física y hasta psicológica es la norma imperante. Su defensa de la propiedad privada, de ese hogar en el que vive, es también –y principalmente- una custodia de sus privilegios, su individualismo y una forma apenas legal de canalizar en la acción su salvajismo latente.

Claro que Kevin no deja de ser un ejemplo perfecto de lo que podría ser un sujeto como producto de una institución. En este caso, la institución es la familia y la verdad que los McCallister rankean alto como una de las peores familias del universo: ¿Qué podría esperarse de Kevin cuando es ignorado al punto de ser olvidado por todos dentro de la casa en un simple viaje de vacaciones? Pero no solo eso: desde el minuto uno se puede notar que Kevin es el destino de las burlas impiadosas de sus hermanos, que es una carga para sus padres y una molestia constante para el resto de sus familiares. Su único destino es la brutalidad como acto revanchista contra el mundo.

Frente a esto, podríamos decir que la operación narrativa e ideológica que realiza Mi pobre angelito no deja de ser compleja y hasta astuta, porque pone en el lugar de héroe al que podría ser un futuro villano de James Bond, utilizando como excusa el hecho de que es un menor de edad y justificando las miserias de su familia desde la chance de reconciliación que ofrece la época navideña.  Por otro lado, los ladrones que encarnan Joe Pesci y Daniel Stern son también seres repugnantes que pasan de ser victimarios a víctimas solo por hechos fortuitos que los llevan a toparse con alguien que los supera en sagacidad y malicia.

Da para pensar por qué un film repleto de personajes detestables consiguió convertirse en un ícono navideño. Y quizás eso haya pasado porque, detrás de su superficie que reivindica a la Navidad como factor de reconciliación materno-filial y reunión familiar, Mi pobre angelito es un relato que transmite desde la comedia física a gran velocidad el lado siniestro de las conductas infantiles; las disfuncionalidades afectivas de todo tipo dentro de las familias; la soledad como refugio y defensa frente a la indiferencia del mundo; el consumismo como conducta primordial de la sociedad; y la Navidad como evento que une todos estos elementos. Lo luminoso y lo terrible se combinan en Mi pobre angelito, y por eso es capaz de interpelar a toda clase de público, sosteniéndose como un pequeño clásico a casi treinta años de su estreno. Al fin y al cabo, todos tuvimos alguna Navidad donde quisimos mandar todo a la mierda, pero son mayoría los que quieren confiar en que sea un puente a la felicidad. Aún cuando esa felicidad pueda venir en forma de un niño sádico dispuesto a cumplir con las fantasías del enano facho que todos llevamos dentro.

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