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Funcinema

Vermin: la plaga

Título original: Vermines
Origen: Francia / EE.UU.
Dirección: Sébastien Vanicek
Guión: Florent Bernard, Sébastien Vanicek
Intérpretes: Théo Christine, Sofia Lesaffre, Jérôme Niel, Lisa Nyarko, Finnegan Oldfield, Marie-Philomène Nga, Mahamadou Sangaré, Abdellah Moundy, Ike Zacsongo, Emmanuel Bonami, Xing Xing Cheng, Samir Nait
Fotografía: Alexandre Jamin
Montaje: Thomas Fernandez, Nassim Gordji Tehrani
Música: Xavier Caux, Douglas Cavanna
Duración: 106 minutos
Año: 2023


7 puntos


WITZY, WITZY, ARAÑA

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

Ganadora del premio del jurado en Sitges, Vermin: la plaga es un nuevo exponente del cine de arañas (un subgénero con mucho recorrido, pero pocos hitos), a la vez que un film político, con una clara denuncia social. No es novedad que los monstruos en la pantalla encarnen miedos y conflictos humanos muy concretos; basta pensar en Godzilla y el pánico nuclear. Lo que sí se siente fresco, quizás por la sobreabundancia de discursos subrayados en el presente, es la capacidad de la película de integrar el comentario político al entretenimiento salvaje, sin respiro. Aunque las arañas pueden representar algunos males de la actual sociedad francesa, en el plano de la acción y el movimiento funcionan exactamente como lo que son. Arañas asesinas, miles de ellas, capaces de provocar una masacre.

La historia toma lugar en los suburbios de París, en uno de esos barrios marginados donde abundan los inmigrantes y la segregación socioeconómica. Kaleb (Théo Christine) es un joven que vende zapatillas Nike, y si bien apenas sobrevive, deja un resto para cultivar su pasión: la conservación de insectos exóticos, que pueblan su habitación en esmerados ecosistemas artificiales. Así, de la mano de Kaleb, llega al edificio una arañita, comprada en el trasfondo poco legal de una tienda de joyas. Todo parece ir bien (bah, más o menos: la madre de Kaleb murió hace poco, se lleva pésimo con su hermana y no se habla con su mejor amigo), hasta que la araña se escapa, se reproduce y comienza un reguero de sangre. Si los problemas adentro no son suficientes, los protagonistas pronto verán que el terror también viene de afuera, con la policía bloqueando las salidas y poniendo al edificio en cuarentena.

Hace poco se anunció que Sébastien Vanicek, el director y guionista de Vermin: la plaga, estará a cargo de una nueva entrega de Evil Dead. Si tomamos el concepto predominante de la saga, el terror contenido casi de manera exclusiva en una única locación, la elección de Vanicek parece ideal. El bloque de departamentos en donde se desata la plaga de arañas es utilizado por el director como un campo de batalla, un espacio donde insectos, humanos y policías luchan por la supervivencia. La puesta en escena es asfixiante; niveles de horror creciente por donde los protagonistas van pasando, a la manera de un videojuego. El premio, la salvación, está en el exterior. Los ambientes siempre oscuros, decadentes, y sobre todo la velocidad con la que todo pasa, permiten que el CGI funcione sin peros. Ni los protagonistas ni el espectador pueden detenerse; una sensación construida en colaboración con un trabajo de sonido impactante. Una experiencia sensorial de golpes, gritos, y el sonido constante de las arañas. En ese crepitar, en ese avance sin pausa de miles de patas, se cifra el auténtico horror de Vermin: la plaga. Al menos, el horror cinematográfico, construido desde la forma. El otro, el de las botas pisando a los menos favorecidos, no hace falta explicarlo. Está a la vista.

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