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Cenizas y diamantes

Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Ricky Piterbarg
Guión: Ricky Piterbarg
Idea original: Roly Rauwolf
Participan: Claudio Fernández, Alejandro Varela, Federico Ghazarossian, Fernando Colombo, Gustavo Campana, Sergio Iskowitz, Horacio Borrat, Palo Pandolfo, Sandra Entin, Graciela Mezcalina, Omar Viola, B.ode, Luis Aranosky
Fotografía: Juan Costamagna
Montaje: </sNorberto Ludintrong>
Música: Mariana Delgado, Don Cornelio y la Zona
Duración: 89 minutos
Año: 2024


6 puntos


UN PASEO POR EL TIEMPO

Por Patricio Beltrami

(@Pato_Beltrami)

Vanguardia. Experimentación. Libertad. Si uno indaga en la esencia de Don Cornelio y la Zona está claro que un clásico documental prolijamente estructurado no haría justicia a la idiosincrasia de la banda. ¿Cómo reflejar, rendir honores a la creación artística de este grupo de amigos músicos cuya trayectoria se desarrolló casi por completo en el circuito under? En ese sentido, Cenizas y diamantes encuentra las formas de homenajear el particular camino que Don Cornelio atravesó a lo largo de la década de 1980 a partir de recuerdos, a veces difusos e idealizados, y de un extenso material de archivo de la banda. Como sugieren los propios músicos, el reencuentro hecho documental principalmente es un paseo por el tiempo, hundirse en el mundo de sensaciones que provoca la evocación a los años de Don Cornelio y al ausente Palo Pandolfo.

Desde las formas, Cenizas y diamantes se aleja de la fórmula clásica del rockumental. Sí, hay material de archivo recuperado para acceder a los shows y la intimidad de la banda en los ochenta. Sí, hay entrevistas a los músicos y sus allegados para reconstruir la memoria de esos años locos de composiciones, giras, ensayos, salidas y momentos de ocio. Sí, se escuchan las canciones de Don Cornelio y la Zona al tiempo que el relato avanza progresivamente sobre la vida y obra de la banda. Sin embargo, el documental exuda el under impregnado durante más de cuarenta años. En ese orden, se aprovecha el descuidado estado de las grabaciones caseras para darle una forma algo sucia y desprolija a los recuerdos de presentaciones nocturnas en galpones desbordados de juventud y del detrás de escena con anécdotas tan pequeñas e intrascendentes como cálidas, risueñas y genuinas en tanto reflejos de una amistad construida al calor de la música.

Otra buena decisión de Piterbarg fue que la recolección de los testimonios de los integrantes de Don Cornelio y sus allegados se llevara a cabo en el ágape que armaron en un viejo galpón de La Boca. De esta manera, los recuerdos se complementaban unos con otros, configurándose un ejercicio de memoria colectiva que inevitablemente acentúa la camaradería y la cofradía todavía presentes entre estos sobrevivientes del under de los ochenta. A raíz de ello, hay espacio para la emoción, las risas, voces que tapan otras, gente que de repente se mete en una charla o que la interrumpe con un saludo. Todo en ese galpón trascurre de manera genuina, ya que entre amigos y conocidos no pueden engañarse, tergiversar la historia o impostar sensaciones, aunque todos tienen un poco de ese personaje creado en los años de Don Cornelio y la Zona.

Si bien se muestra cronológicamente la creación y evolución de la banda a lo largo de la década de 1980, queda la sensación de que rondando la hora el documental comienza a girar sobre sí mismo sin aportar novedades relevantes desde la forma y el contenido. Sin embargo, esta especie de bache deriva en el cierre, donde las dos ausencias de Cenizas y diamantes se hacen más presentes que nunca. No se pone de manifiesto en palabras, pero no quedan dudas de que el rockumental hace honor a la idea original del realizador Roly Rauwolf, fallecido antes de que comenzara el rodaje. Más que un abordaje sobre la obra musical o el legado de la banda en la escena de vanguardia, Don Cornelio y la Zona se luce en esplendor como testimonio del under de una época donde la experimentación y la libertad creativa eran los caminos al éxito del artista vía genuino reconocimiento de los pares y los espectadores. Claro está, el otro ausente presente es Palo Pandolfo, a quien todos recuerdan con admiración y cariño. No hay nada impostado en Cenizas y diamantes, tanto es así que concluye con una secuencia que describe lo que fue Don Cornelio: un grupo de amigos bailando medio borrachos y divirtiéndose al borde del ridículo en un casamiento. Un paseo en el tiempo al ritmo de una vitrola a-gogó.


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